Esta entrada es una de esas que mola escribir. El tambor de hojalata es un verdadero clásico de nuestro tiempo, la mejor lectura que he hecho en lo que va de año y posiblemente sea el libro más destacado que lea en mucho tiempo. Así que preparaos para un largo rato de leer.
Gunter Grass es premio Nobel de literatura. Mi relación con él no pudo empezar peor, pues fue con la lectura (tendría yo 16 años) de uno de sus libros, La Ratesa, de inolvidable recuerdo pues aún hoy lo considero el PEOR libro que he leído en mi vida. Así las cosas, esta novela difícilmente podría estar en mi prioridad de lecturas.
No obstante, sí hay algo que ha cambiado respecto a la época en que leí La Ratesa: ahora soy consciente del daño que puede hacer una mala traducción, y además también lo soy de lo difícil que es traducir el alemán (mi lectura bilingüe de Fausto me lo mostró con absoluta claridad). Me refiero a que directamente se dejan palabras sin traducir. Con ambas cosas en mente, y la importancia literaria del autor, decidí sumergirme en ésta, su obra principal, para poner a prueba mi alemán.
Según empiezas la lectura, ya te das cuenta de que este libro es algo especial, es como nada que hayas podido leer antes. Yo creo que conforme uno va leyendo más y más, es capaz de detectar ya desde la primera línea si se enfrenta o no a algo que merece la pena. Y así ocurre con El Tambor de Hojalata, con la aparición de la abuela del protagonista, la aparición entre postes del futuro abuelo (que se esconderá bajo la cuádruple falda de la abuela), la presentación de la madre, su amante y su marido, todo ello desembocando en una de las primeras grandes escenas del libro, en la que Oscar nace entre bombillas y polillas. Una escena de las que quita el aliento, y no será la última.
Porque con independencia del contenido de la escena, Grass es capaz de llevarte con su ritmo narrativo allá donde quiera. Ritmo narrativo, ojo, en alemán, que no puedo ni empezar a imaginar cómo habrán conseguido traducirlo a otro idioma. Uno terminará agotado, emocionado, asustado o riéndose, pero habrá disfrutado enormemente con la potencia narrativa del autor. Es que tiene hasta algo físico, que te hace subir, bajar y bambolearte con él. Sin duda, lo mejor del libro. Sigue un ejemplo, corto, desgraciadamente en alemán, y que tampoco voy a poder traducir. No recuerdo muy bien que es, tal vez la descripción de un traje: "angefangenes Gehäkeltes, Gestricktes, Besticktes, Geflochtenes, Geknotetes, Geklöppeltes und mit Mausezähnchen Umrandetes". Aunque no lo entiendas, simplemente su lectura en alto revela un ritmo. Pues ahora imaginemos párrafos así contados. Otro también espectacular, cuando está terminando el libro: "Was? Glas. Was Glas? Weckglas . Was weckt das Glas ein? Weckglas weckt Finger ein. Was Finger? Ringfinger. Wessen Finger? Blond. Wer blond? Mittelgroß." Creo que al menos se pueden apreciar las aliteraciones y las repeticiones de las palabras, para contar qué lleva Oskarchen y le va a suponer una denuncia.
En cuanto a la historia, se nos cuentan los 30 iniciales de la vida del protagonista, Oskar de apellido discutible. El narrador es el propio Oskar, pero muchas veces se refiere a sí mismo en tercera persona. A veces dice ich (yo), a veces dice Oscar. Es desconcertante al principio, pero resulta fácil acostumbrarse, y le funciona muy bien al autor. Así distingue escenas o pensamientos de los que se quiere distanciar más el protagonista. Por otro lado, en momentos puntuales, la narración pasa a otras manos, en una ocasión a su enfermero, en otra al amigo que le denuncia.
Lo peculiar de Oskar es que a los tres años recibe de regalo el tambor que da título al libro, y, ese mismo día, decide dejar de crecer, y se queda, en estatura, como un niño de tres años. Al tiempo, se le concede el poder de romper cristales con sus gritos, lo que le permite defender su tambor de que se lo quiten, junto a otras fechorías de más calado. Como vemos, es un punto de partida surrealista. Y por estos derroteros va a avanzar la novela, en la que el autor nos lleva a un sinnúmero de escenas alucinantes, en las que entraremos a saco gracias a ese estilo narrativo que ya he alabado. Queda decir que la novela transcurre en Danzig y Dusseldorf, entre los años 1920 y 1950, años que va marcando el narrador en su relato para que nadie se pierda.
Y ahora, por supuesto, toca referirse, aunque sea brevemente, a esos capítulos especiales que sobresalen de entre la historia de Oskar, y que son muchos. Por ejemplo, a título de inventario, tenemos el album de fotos de Oskar, que utilizará como guia para ir presentándonos a sus familiares. O la lista de los tipos de cruces que encuentra en la iglesia. O las historias de cada una de las cicatrices de su amigo Herbert, con el que convive durante una temporada.
Como escenas alucinantes, por ejemplo, tenemos la pesca de anguilas usando una cabeza de caballo, en que Grass consigue que se nos revuelva el estomago, pero nada en comparación con lo que le pasa a la madre tras comerse las citadas. O cuando en un desfile nazi se esconde bajo las gradas y, al ritmo de su tambor, consigue que todos los desfilantes abandonen el ritmo marcial y se pongan a bailar. O ese momento en que nos cuenta cómo uno de los personajes hace agujeros en el hielo del invierno para bañarse.
Es espectacular el fin de la primera parte, en que se nos cuenta la noche de los Cristales Rotos en Danzig, mezclado con entierro de Herbert (el de las cicatrices) y al ritmo marcado por el músico Meyn devenido nazi. Como también lo es la escena en que pone al Niño Jesús de la iglesia a tocar el tambor, algo que había tratado de hacer desde la niñez, y consigue de adolescente al mando de una banda de delincuentes juveniles. Asalto que, por si fuera poco, termina con el propio Oskarchen (recuérdese que tiene estatura de 3 años) como Niño Jesús en brazos de la Virgen en la representación de un delirante auto de Navidad. Por cierto, será también de esta forma como triunfará como modelo para artistas, cuando un escultor le vista de esta forma.
Porque esa es otra de las características de esta novela: nada se olvida. Todas las escenas de la vida de Oskarchen vuelven a aparecer en algún momento, se recogen, se combinan con otras, y configuran nuevas situaciones. Ello nos lleva a varios resúmenes biográficos conforme se acerca el final del libro, magistrales, por supuesto, pero algo repetitivos. Una y otra vez afloran la madre, Jan Bronski, la cara triangular de la chica de la banda, el señor del cementerio, y tantos otros. Es increible la capacidad de Grass para invocar una y otra vez, en los momentos más inesperados, estas escenas ya pasadas, y que cobran nuevo juego y luz.
En un momento dado, la acción se traslada de Danzig a Dusseldorf, y, al mismo tiempo, Oskar abandona su tambor y comienza a crecer. Allí se nos contará su desempeño con labrador de tumbas y también como modelo, así como la relación con las enfermeras que comienza al ser internado en el hospital por ese crecimiento inesperado, pero que en realidad nos acompaña durante toda la narración, pues Oskar está contando su historia mientras yace en el lecho de un hospital.
Pero aún nos quedarán un par de momentos inolvidables de este libro. Uno de ellos, su trabajo en un bar de moda, Zwiebelkeller, en que los asistente pagan cantidades astronómicas por pelar una cebolla y poder llorar en compañía. Aquí se nos contará, por ejemplo, el matrimonio entre dos jóvenes desesperados, ella porque le crece mucha barba, él por carecer de la misma.
Y luego tenemos el llamado Ringfingerprocess, una de las últimas cosas que ocurren, en que un Oskar millonario se enfrenta a un proceso judicial porque su perro, alquilado, ha encontrado un dedo anular con su anillo y se lo ha guardado. Aquí narrativamente Grass nos cuenta dos veces el hallazgo, una desde la perspectiva de Oskar, y otra, desde la del denunciante. Es muy interesante el cambio de narrativa consecuente.
Tras todos estos magníficos momentos, uno espera sin aliento el final. ¿De qué forma cerrará Grass esta narración? La verdad es que es algo de anticlimax, porque Grass te ha hecho esperar ya lo inesperado. Sin embargo, Oskar se limita a combinar sus recuerdos subiendo una escalera mecánica, otro repaso rápido de su biografía, y la celebración de su 30 cumpleaños. Y se cierra el libro con una frase procedente de un oscuro recuerdo infantil, que utiliza como ritmo final: "Ist die Schwarze Köchin da? Ja-Ja-Ja! " (¿Está allí la cocinera oscura? Ja, ja, ja") Observad que la traducción hace perder la rima.
Bueno, hay muchas más escenas y momentos dignos de mención, pero lo voy a dejar aquí. Espero haberos transmitido mi entusiasmo por esta maravillosa novela, que redime a su autor de obras como "La ratesa", y que me parece de lectura imprescindible. Leyendo esta novela recupera uno la fe en los premios Nobel, que se pierde al ver a qué economistas se los dan. Desgraciadamente, me reservo mis dudas al respecto de leerla en español, no porque sea malo el traductor o la traducción, sino porque me parece que los fragmentos que hacen grande esta novela son intraducibles.