lunes, 30 de abril de 2018

El tambor de hojalata ("Die Blechtrommel"), de Günter Grass

Esta entrada es una de esas que mola escribir. El tambor de hojalata es un verdadero clásico de nuestro tiempo, la mejor lectura que he hecho en lo que va de año y posiblemente sea el libro más destacado que lea en mucho tiempo. Así que preparaos para un largo rato de leer.
 
Gunter Grass es premio Nobel de literatura. Mi relación con él no pudo empezar peor, pues fue con la lectura (tendría yo 16 años) de uno de sus libros, La Ratesa, de inolvidable recuerdo pues aún hoy lo considero el PEOR libro que he leído en mi vida. Así las cosas, esta novela difícilmente podría estar en mi prioridad de lecturas.
 



No obstante, sí hay algo que ha cambiado respecto a la época en que leí La Ratesa: ahora soy consciente del daño que puede hacer una mala traducción, y además también lo soy de lo difícil que es traducir el alemán (mi lectura bilingüe de Fausto me lo mostró con absoluta claridad). Me refiero a que directamente se dejan palabras sin traducir. Con ambas cosas en mente, y la importancia literaria del autor, decidí sumergirme en ésta, su obra principal, para poner a prueba mi alemán.


Según empiezas la lectura, ya te das cuenta de que este libro es algo especial, es como nada que hayas podido leer antes. Yo creo que conforme uno va leyendo más y más, es capaz de detectar ya desde la primera línea si se enfrenta o no a algo que merece la pena. Y así ocurre con El Tambor de Hojalata, con la aparición de la abuela del protagonista, la aparición entre postes del futuro abuelo (que se esconderá bajo la cuádruple falda de la abuela), la presentación de la madre, su amante y su marido, todo ello desembocando en una de las primeras grandes escenas del libro, en la que Oscar nace entre bombillas y polillas. Una escena de las que quita el aliento, y no será la última.


 
Porque con independencia del contenido de la escena, Grass es capaz de llevarte con su ritmo narrativo allá donde quiera. Ritmo narrativo, ojo, en alemán, que no puedo ni empezar a imaginar cómo habrán conseguido traducirlo a otro idioma. Uno terminará agotado, emocionado, asustado o riéndose, pero habrá disfrutado enormemente con la potencia narrativa del autor. Es que tiene hasta algo físico, que te hace subir, bajar y bambolearte con él. Sin duda, lo mejor del libro. Sigue un ejemplo, corto, desgraciadamente en alemán, y que tampoco voy a poder traducir. No recuerdo muy bien que es, tal vez la descripción de un traje: "angefangenes Gehäkeltes, Gestricktes, Besticktes, Geflochtenes, Geknotetes, Geklöppeltes und mit Mausezähnchen Umrandetes". Aunque no lo entiendas, simplemente su lectura en alto revela un ritmo. Pues ahora imaginemos párrafos así contados. Otro también espectacular, cuando está terminando el libro: "Was? Glas. Was Glas? Weckglas . Was weckt das Glas ein? Weckglas weckt Finger ein. Was Finger? Ringfinger. Wessen Finger? Blond. Wer blond? Mittelgroß." Creo que al menos se pueden apreciar las aliteraciones y las repeticiones de las palabras, para contar qué lleva Oskarchen y le va a suponer una denuncia.
 
En cuanto a la historia, se nos cuentan los 30 iniciales de la vida del protagonista, Oskar de apellido discutible. El narrador es el propio Oskar, pero muchas veces se refiere a sí mismo en tercera persona. A veces dice ich (yo), a veces dice Oscar. Es desconcertante al principio, pero resulta fácil acostumbrarse, y le funciona muy bien al autor. Así distingue escenas o pensamientos de los que se quiere distanciar más el protagonista. Por otro lado, en momentos puntuales, la narración pasa a otras manos, en una ocasión a su enfermero, en otra al amigo que le denuncia.
 


Lo peculiar de Oskar es que a los tres años recibe de regalo el tambor que da título al libro, y, ese mismo día, decide dejar de crecer, y se queda, en estatura, como un niño de tres años. Al tiempo, se le concede el poder de romper cristales con sus gritos, lo que le permite defender su tambor de que se lo quiten, junto a otras fechorías de más calado. Como vemos, es un punto de partida surrealista. Y por estos derroteros va a avanzar la novela, en la que el autor nos lleva a un sinnúmero de escenas alucinantes, en las que entraremos a saco gracias a ese estilo narrativo que ya he alabado. Queda decir que la novela transcurre en Danzig y Dusseldorf, entre los años 1920 y 1950, años que va marcando el narrador en su relato para que nadie se pierda. 
 


Y ahora, por supuesto, toca referirse, aunque sea brevemente, a esos capítulos especiales que sobresalen de entre la historia de Oskar, y que son muchos. Por ejemplo, a título de inventario, tenemos el album de fotos de Oskar, que utilizará como guia para ir presentándonos a sus familiares. O la lista de los tipos de cruces que encuentra en la iglesia. O las historias de cada una de las cicatrices de su amigo Herbert, con el que convive durante una temporada.



Como escenas alucinantes, por ejemplo, tenemos la pesca de anguilas usando una cabeza de caballo, en que Grass consigue que se nos revuelva el estomago, pero nada en comparación con lo que le pasa a la madre tras comerse las citadas. O cuando en un desfile nazi se esconde bajo las gradas y, al ritmo de su tambor, consigue que todos los desfilantes abandonen el ritmo marcial y se pongan a bailar. O ese momento en que nos cuenta cómo uno de los personajes hace agujeros en el hielo del invierno para bañarse.
 


Es espectacular el fin de la primera parte, en que se nos cuenta la noche de los Cristales Rotos en Danzig, mezclado con entierro de Herbert (el de las cicatrices) y al ritmo marcado por el músico Meyn devenido nazi. Como también lo es la escena en que pone al Niño Jesús de la iglesia a tocar el tambor, algo que había tratado de hacer desde la niñez, y consigue de adolescente al mando de una banda de delincuentes juveniles. Asalto que, por si fuera poco, termina con el propio Oskarchen (recuérdese que tiene estatura de 3 años) como Niño Jesús en brazos de la Virgen en la representación de un delirante auto de Navidad. Por cierto, será también de esta forma como triunfará como modelo para artistas, cuando un escultor le vista de esta forma.
 


Porque esa es otra de las características de esta novela: nada se olvida. Todas las escenas de la vida de Oskarchen vuelven a aparecer en algún momento, se recogen, se combinan con otras, y configuran nuevas situaciones. Ello nos lleva a varios resúmenes biográficos conforme se acerca el final del libro, magistrales, por supuesto, pero algo repetitivos. Una y otra vez afloran la madre, Jan Bronski, la cara triangular de la chica de la banda, el señor del cementerio, y tantos otros. Es increible la capacidad de Grass para invocar una y otra vez, en los momentos más inesperados, estas escenas ya pasadas, y que cobran nuevo juego y luz.
 


En un momento dado, la acción se traslada de Danzig a Dusseldorf, y, al mismo tiempo, Oskar abandona su tambor y comienza a crecer. Allí se nos contará su desempeño con labrador de tumbas y también como modelo, así como la relación con las enfermeras que comienza al ser internado en el hospital por ese crecimiento inesperado, pero que en realidad nos acompaña durante toda la narración, pues Oskar está contando su historia mientras yace en el lecho de un hospital.

Pero aún nos quedarán un par de momentos inolvidables de este libro. Uno de ellos, su trabajo en un bar de moda, Zwiebelkeller, en que los asistente pagan cantidades astronómicas por pelar una cebolla y poder llorar en compañía. Aquí se nos contará, por ejemplo, el matrimonio entre dos jóvenes desesperados, ella porque le crece mucha barba, él por carecer de la misma.
 

Y luego tenemos el llamado Ringfingerprocess, una de las últimas cosas que ocurren, en que un Oskar millonario se enfrenta a un proceso judicial porque su perro, alquilado, ha encontrado un dedo anular con su anillo y se lo ha guardado. Aquí narrativamente Grass nos cuenta dos veces el hallazgo, una desde la perspectiva de Oskar, y otra, desde la del denunciante. Es muy interesante el cambio de narrativa consecuente.


Tras todos estos magníficos momentos, uno espera sin aliento el final. ¿De qué forma cerrará Grass esta narración? La verdad es que es algo de anticlimax, porque Grass te ha hecho esperar ya lo inesperado. Sin embargo, Oskar se limita a combinar sus recuerdos subiendo una escalera mecánica, otro repaso rápido de su biografía, y la celebración de su 30 cumpleaños. Y se cierra el libro con una frase procedente de un oscuro recuerdo infantil, que utiliza como ritmo final: "Ist die Schwarze Köchin da? Ja-Ja-Ja! " (¿Está allí la cocinera oscura? Ja, ja, ja") Observad que la traducción hace perder la rima.


Bueno, hay muchas más escenas y momentos dignos de mención, pero lo voy a dejar aquí. Espero haberos transmitido mi entusiasmo por esta maravillosa novela, que redime a su autor de obras como "La ratesa", y que me parece de lectura imprescindible. Leyendo esta novela recupera uno la fe en los premios Nobel, que se pierde al ver a qué economistas se los dan. Desgraciadamente, me reservo mis dudas al respecto de leerla en español, no porque sea malo el traductor o la traducción, sino porque me parece que los fragmentos que hacen grande esta novela son intraducibles.

sábado, 28 de abril de 2018

Idiot America (America Idiota), de Charlie Pierce

La lectura de este libro se explica por su título y por mi ansia infinita de literatura cómica. El subtítulo del mismo ("How stupidity became a virtue in the land of the free") invitaba al optimismo sobre las carcajadas que podría causar. Craso error.

Bajo este título, y tras los prolegómenos de camuflaje de rigor, se encuentra un furibundo ataque al partido republicano de los Estados Unidos, al que se acusa de distorsionar la ciencia y usarla para sus fines. No deja de ser curioso que se ataque a dicho partido por lo mismo que cualquier lector medianamente informado de los pensadores de izquierdas puede achacarles con cierta facilidad.

Me podría creer que en EEUU la gente leída tiene la misma visión de los Republicanos que en Europa de los socialistas. Pero eso iría contra la evidencia de la dominancia Democrática de los medios, o al menos de aquellos medios que llegan a Europa. Pero, bueno, no seré yo quien defienda a los políticos.

Los comienzos del libro, sin ser entusiasmantes, sí despiertan cierto interés. Aquí, el señor Pierce nos presenta al "prank" americano, que defiende ideas absurdas, pero al mismo tiempo tiene la dignidad de posibilitar el cambio de la sociedad por la libertad de pensamiento. El ejemplo paradigmático es un tal Ignatius Donnelly, que sostiene que la civilización viene de la ciudad hundida Atlantis, nos habla del Ragnarok o fin del mundo, y defiende que Shakespeare no existió.

Para Pierce, el "prankismo" se corrompe con la llegada de los "mass media", cuyo funcionamiento permite pasar a un nuevo tipo de validación de la verdad, lo que llama el autor "The Gut" (la entraña). La verdad ya no es lo que dice la ciencia, sino lo que cree la mayoría. Se consigue mediante un procedimiento con tres etapas: 1) decir algo muy alto; 2) parecer creerlo; 3) que mucha gente se lo crea.

Hasta aquí, el argumento es incluso interesante, como crítica de la democracia y sus mecanismos. El problema es que llegado aquí, se ve la verdadera intención de Pierce, que no es otra que arremeter contra los Republicanos como supuestos cómplices de la aparición de dicha "Gut", para conseguir así sus fines políticos. Por sus paginas empiezan a desfilar temas como la creencia en conspiraciones, el enfrentamiento de la teoría de la evolución frente a la del Diseño Inteligente, la Superautopista NAFTA, la eugenesia (detallada paso a paso en el caso de Terri Schiavo), el cambio climático (por supuesto) y, tachán, la guerra de Irak orquestada por Bush (como si esta pudiera en algún caso ser una decisión científica y no política).

Sin duda, donde más se le ve el plumero al autor es cuando explica lo del cambio climático. Para ello, se nos va a Shishmaref, un pueblo posiblemente afectado, nos cuenta las penas de sus habitantes (llegando a proponer la figura del "refugiado ecológico", toma ya) y en base a esta evidencia anecdótica y a manifiestos firmados por científicos, ya concluye Pierce que todos los científicos que no aceptan el cambio climático o su origen humano, son pranks que emborronan el debate. Solo es evidencia científica la que recaban los defensores del cambio climático. Mejor ejemplo del "prankismo" atacado por el autor es difícil encontrar.

Otro apunte: nos cuenta una escena en que se reunen varios republicanos de prestigio para preparar el futuro post-Bush (el libro es de 2008, o sea que Obama apenas entra en escena). Entre estos republicanos está Ron Paul, del que dice que fue el único senador que siempre se opuso a la guerra de Irak. Pero, claro, inmediatamente nos recuerda que defiende el patrón oro, con la intención de desacreditarle. Eso es lo que le importa la ciencia a Mr. Pierce.

Con todo, lo peor del libro es simplemente una cosa: no hace reír. Nada de lo que cuenta ni de la forma que lo cuenta invita a la risa. Lo único que trasluce es el resentimiento del autor y el odio a los Republicanos. Y conste que puedo convivir con ambas facetas, siempre y cuando me ría. Pero en esto no cumple su parte.

Lo más interesante de esta lectura para mí han sido, aparte de alguna de las historias que cuenta (cuanto más independientes de partidos políticos, mejor), las referencias al presidente Madison, sucesor de Jefferson, que debía de ser un tipo preparado y concienzudo. Suelen referirse a la oposición entre democracia y conocimiento, a defender la actuación de los jueces de la presión de la mayoría, y a temas similares.

No obstante, ello es suficiente disculpa para recomendar un libro supuestamente divertido, pero que no es capaz de hacerte reír.

jueves, 19 de abril de 2018

Diez días de junio, de Jordi Serra i Fabra

De Jordi Sierra i Fabra no creo haber leído nada con anterioridad a esta novela, y el caso es que el nombre me suena mucho. Tras consultar su obra, lo primero que me llama la atención es su magnitud, brutal la cantidad de libros que ha escrito, en su mayoría dentro del género de narrativa juvenil. Tal magnitud puede explicar mi desmemoria: podría ser que haya leído alguno de estos libros, sea en mi juventud o para mis hijos en su infancia.

El caso es que nunca es tarde si la dicha es buena, y aunque ésta tampoco lo sea, no pasa nada por asomarse a la obra de un autor tan prolífico y aparentemente reconocido. Porque lo cierto es que esta novela, sin ser mala, tampoco me ha parecido algo digno de recuerdo, por lo que no puedo afirmar que la dicha sea buena, es una dicha, pues eso, normal.

La novela trancurre en los 10 días que le dan título, en junio de 1951. O sea, que estamos en la España franquista de la pos-posguerra, 12 años tras terminar el conflicto. El protagonista de la novela es el antiguo inspecto Miquel Mascarell, quien ya ha aparecido en ocho entregas previas, por lo que asumo que tendrá un buen número de fieles lectores. En estos diez días, Miquel tendrá que reverdecer laureles para buscar al verdadero culpable de un crimen que se le achaca a él, y para ello contará con la ayuda de un viejo conocido, David Fortuny, en lo que se presume el comienzo de una larga amistad. Esto es, seguro que habrá futuras entregas con esta pareja al timón. Esto da lugar a una trama de cierta predictibilidad aunque con algún pequeño giro argumental.

El problema principal de la trama es su punto de partida, que de paso revela el sesgo ideológico del autor. En efecto, Miguel se tropieza con un antiguo criminal con el que tuvo ocasión de enfrentarse antes de la Guerra Civil. ¿De quién se trata? Ni más ni menos que de un sacerdote pederasta al que ya encarceló en una ocasión, y que ha salido libre después de la guerra, esto es, con la protección del regimen franquista. Esto es, los malos son la Iglesia y Franco, ¿a alguien le suena el tema?

Para más INRI, resulta que el tal Padre Andrada estuvo prisionero en la carcel de Barcelona durante la guerra civil y sus prolegómenos, lo que además dota de inverosimilitud a la historia. ¿No sabe Jordi Sierra a cuántos sacerdotes y monjas asesinaron las distintas facciones republicanas antes y durante la guerra civil, sobre todo en Cataluña? La verdad es que la probabilidad de supervivencia de un sacerdote prisionero en Barcelona por pederastía se antojan cero. Pero bueno, qué se le va a hacer.

Para disimular el sesgo, construye en David Fortuny más pro-Franco, de forma que pueda haber alguna discusión con el protagonista. Pero es que el estilo de Serra tampoco es propicio a la reflexión: se trata de párrafos muy cortos, muchas veces de una sola línea, que se suceden a ritmo de metralleta. Le funciona en una novela de detectives, quede claro.

Para mi gusto, lo mejor de la novela es la descripción, hasta cierto punto costumbrista, de la época. Son estupendas las referencias a los precios de las distintas cosas que adquiere, por ejemplo, las 650 pesetas que cuesta el alquiler de una casa con tres habitaciones (para los Millenials, 650 pesetas son 4 euros), o la moto con sidecar de Fortuny, que les llevará de Barcelona a Olot en la friolera de 3 horas.

De hecho, creo que el señor Serra debería haber aprovechado esta descripción de la vida cotidiana para ilustrarnos de forma efectiva sobre las restricciones de libertad que suponía el régimen franquista, sobre las que tanto insiste Miquel, sin que el lector llegue a percibir las mismas. Porque lo cierto es que sus protagonistas hacen lo que quieren durante los diez días del relato, sin restricciones visibles. Lo que no es óbice para que Miquel se sienta "como perro enjaulado en la inmensa cárcel de la España franquista", quizá la mejor frase del libro.

En el debe, a parte del inverosímil arranque ya comentado, están los ataques al funcionamiento de orfanatos y seminarios (igual el problema no era del franquismo, sino de la pobreza tras la guerra. ¿Hubieran sido muy distintos los orfanatos comunistas? Los precedentes no invitan al optimismo). También que resulta algo repetitivo en sus temas: ¿cuántas veces se repite Miquel lo feliz que es con su nueva vida, ie, su mujer y su hijita? ¿Y cuántas repite Fortuny el buen equipo que forman?

Y claramente le sobra la explicación final, ya que no aporta nuevos elementos a los que ya conoce el lector: el recurso de la explicación final en una novela policiaca funciona si hay algo de lo que el detective se ha dado cuenta, pero no el lector, y que le permite encajar todas las piezas hasta ese momento dispersas.

En resumen, una novela policiaca sin pretensiones, con la que se puede pasar un rato entretenido, que lo sería aún más sino fuera por el evidente sesgo antifranquista y anticlerical del autor.

martes, 10 de abril de 2018

Un saco de canicas ("Un sac de billes"), de Joseph Joffo

Esta novela es autobiográfica y trata de la infancia del protagonista, y de su hermano, durante los años de la Segunda Guerra Mundial. El aliciente morboso es que estamos hablando de una familia judia que vive en Paris.

El primer capítulo del libro es posiblemente el mejor de todo el relato, y entronca directamente con "La vida es bella", la famosísima película de Roberto Begnini. Aquí tenemos un par de soldados nazis paseando por la capital de Francia que entran a cortarse el pelo a la peluquería del padre de las criaturas, ante el estupor de los concurrentes. Las razones no las destripo, pero os aseguro que la escena es digna de la película antes citada.

Desafortunadamente para mis expectativas, este no es el tono general del libro. Por supuesto, se nos cuentan muchas más anecdotas de la infancia de los protagonistas, pero no tienen la gracia ni muchas veces siquiera el interés. Son anecdotas de cierta trivialidad, que solo pueden llamar la atención por referirse a niños judios durante el periodo dicho.

Es cierto que el libro empieza con mucho interés: tenemos a Joseph y a Maurice, 10 y 12 años, a los que sus padres obligan a partir de su hogar, en un Paris ocupado, para posibilitar su supervivencia. Lo tendrán que hacer solos, pues sus padres buscarán otra ruta para sobrevivir. Se nos cuenta la salida en tren de Paris, el ambiente en el tren, y el momento crítico del paso de fronteras.

Una vez superados estos obstáculos, la vida retorno dentro de lo que cabe a lo normal, y las aventuras de Joseph y Maurice, con sus hermanos en algún caso, no dejan de ser historias convencionales de niños, punteadas de vez en cuando por un soldado italiano o alemán. Así transcurre la vida placidamente por Marsella, Menton y Niza, hasta que capitula el gobierno italiano y la ocupación de Niza es asumida por el ejercito alemán.

Desgraciadamente para los protagonistas, pero afortunadamente para el lector, gracias a ello recobra interés la narración, sobre todo por el largo confinamiento e interrogatorios a que se ven sometidos los niños para que confiesen su procedencia judia. Aunque seguro que fueron momentos de tensión y miedo (en el apéndice del libro, Joffo confiesa que fueron los únicos momentos en que realmente pasó miedo), no consigue transmitir este sentimiento la narración. Por lo que, de nuevo, seguimos ante anécdotas infantiles.

El final de la guerra depara algunos de los mejores momentos del libro. Destaco cómo describe Joseph dicho final, que vive en la localidad de Rumilly, y que transcribo en francés:
"Je m'accoudais à ma fenêtre un beau matin d'été et c'étatit fini, j'étais libre, on ne cherchait plus à me tuer, je pourrais revenir chez moi" (Me acodé en mi ventana una bella mañana de verano y había acabado, era libre, ya no intentaban matarme, podía volver a mi casa). Vuelta que, por cierto, se produce en "tout un exode à l'envers" (un verdadero éxodo invertido).

Comparativamente más interesantes resultan las reflexiones que comparte Joffo en el apéndice del libro, calificado como "Diálogo con los lectores", en el que resume respuestas que ha ido dando a cartas de sus lectores sobre diversos aspectos del libro. Aquí habla del miedo y del heroísmo, y también aprovecha para aportar alguna justificación sobre la mansedumbre de los judios ante la matanza que estaban sufriendo, algo que uno siempre se pregunta cuando ve películas sobre el terrible suceso.

Este libro empezó entusiasmándome, pero confieso que el entusiamo solo duró hasta que los niños llegan a Marsella y el relato se torna convencional. No es mala lectura, pero tampoco lo recomendaría vivamente. Por cierto, el "saco de cánicas" del título (mal traducido, los niños llevan bolsas de cánicas, no sacos), resulta de otras de las anecdotas divertidas del libro: cuando un compañero del cole le ofrece a Joseph el citado "saco" a cambio de su brazalete con la estrella de David, cuando obligan a los judios a llevarlo.