No sé muy bien por qué he leído este libro, pero al menos puedo decir que tampoco me arrepiento de haberlo hecho. De repente, se puso de moda la autora y su libro por algunas cosas que decía, en entrevistas y en él mismo. Así que me hice con él y empecé a leerlo sin saber qué me esperaba.
Y es que el libro empieza de forma muy potente, con una declaración de principios: "Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad" "Nosotros, sin embargo, ni tenemos hijos ni casa ni coche. En propiedad no tenemos nada más que un iPhone y una estantería del Ikea de treinta euros porque no podemos tener más y ese es nuestro imperativo y es material." Y con respecto a ilusiones de cambiar el mundo: "Pero tampoco puede él (su padre) rebatirme cuando le digo que en el horizonte su generación atisbó que los críos no tuvieran que trabajar desde los diez años y la mía tiene lo de no ir a firmar en la vida un contrato indefinido."
Superado este shock inicial, llegó el contrario: un estilo cutre y ramplón, abanderado por el uso del artículo delante de los nombres propios ("La Ana Mari y mi padre..."). Además, una cierta afinidad por ideales comunistas, reveladas en lo del nieto diciendo que votará a Vox para provocar al abuelo ("Yo duermo abajo y arriba España"), o en algunos ataques al liberalismo y capitalismo. Así que la tal Ana Iris Simón se constituía en el prototipo de niñata roja del sur de Madrid, aunque de Ontígola.
Así que pregunté por ahí cuál era el supuesto mérito de este libro, y me encontré con que mi apreciación no iba desencaminada: se trataba de una "podemita" desengañada. En la montaña rusa de mis percepciones sobre este libro, lo único que me hizo que me mantuviera en su lectura fue su brevedad, y que solo me quedaba la mitad por leer en este punto.
Y ya libre de tanta emoción, puedo ser un poco más objetivo con esta novela, que, sin ser la obra de mis sueños, tampoco está tan mal como parecía post-presagiar. Tenemos una novela costumbrista, autobiográfica, en que Ana Iris nos cuenta anécdotas de su vida, transcurrida principalmente entre la citada Ontígola y Campo de Criptana, aunque aderezada por excursos puntuales, pues no en vano sus abuelos por parte materna eran feriantes y a ella le tocó algún veraneo como tal (de ahí el título). Ah, también se asoma a Castuera ("donde la que no es puta es turronera y nosotras somos turroneras") cuyo turrón pude disfrutar esta Navidad tras el inesperado descubrimiento en el puente de diciembre.
Cuando ya avanzamos en la lectura, dejan de rechinar esos nombres propios precedidos de artículos, y se incardinan en el estilo narrativo propio de Ana Iris, que no es cutre ni ramplón, sino propio de lo que quiere contar y de ella misma. No tendría sentido que lo contara de otra forma, la verdad. Y es que Ana Iris está orgullosa de su pasado, pese a la feria y a la vida en el pueblo. Conste que lo que nos cuenta no ocurre en los 70, ella está hablando de los 90 y de los 2000. Por eso, puede decir con contundencia cosas como esta: "Es muy fácil decir que te encanta el Parrita o llevar aros del tamaño aproximado de tu cabeza cuando nunca te han reducido a eso, cuando no se han burlado de que vengas de un sitio en el que hacer todo eso es la norma y el estigma y no un signo de estatus ideológico, una declaración de intenciones, y mira qué poco clasista soy y mira qué distinguido en mi abrazo a lo que considero, a lo que reduzco lo popular." en una crítica a lo que llama "la lumpen burguesía, la de los que parece que sienten nostalgia de un barro que no han pisado en su vida".
También tiene palabras para las contradicciones de las feministas, que quizá, dado su pasado, le hayan sorprendido: "Porque si una lleva una falda o un escote de un tiempo a esta parte lo lleva para sí misma o en nombre del empoderamiento, una de dos, y que no me mire nadie porque machete al machote y madre mía qué fuerte e independiente con mi falda, que era a lo que me reducían antes, a ser dos piernas y poca tela y me quejaba y con razón y ahora como por arte de magia resulta que eso es signo de empoderamiento, pero no puede mirarlo nadie.", llevándole a esta sorprendente conclusión: "por eso toda mujer ama a un fascista: porque todo el que mira nuestros escotes lo es,". Ya decía Douglas Murray que la capacidad de los izquierdistas para conciliar contradicciones en su cabecilla es aparentemente ilimitada, así que esto sería prueba de que la señorita Simón está despojándose de tales ideales.
Centrarme en estas reflexiones quizá dé una equivocada impresión de un libro que, como ya he dicho, es principalmente costumbrista. Los capítulos que ha recogido la autora son más o menos interesantes, pero en general se leen con disfrute. Su talento narrativo queda revelado bastantes veces, pero especialmente en el cuento que cierra el libro, la historia de uno de los molinos de Campo de Criptana re-transformado en gigante, para explicar un encuentro que tuvieron su padre y ella una vez.
Me hace mucha gracia como blasfemaban sus parientes, y por eso dejo aquí la retahíla, sin ánimo de ofender: "me cago en Dios, me cago en Dios y en Cristo a caballo, me cago en Dios y en todos los santos en hilera y me cago en Dios y en la virgen puta." No me digáis que no es gracioso lo de Cristo a Caballo o lo de los santos en hilera.
Más gracias. Esta primera que no la lean las feministas: "La primera mujer que tuvo carné de conducir en el pueblo fue también la primera en llegar a la Luna porque se estrelló contra el escaparate de la confitería".O esta forma de definir las esquelas: "Las llamarían «paneles informativos de decesos destinados a fomentar los cuidados comunitarios», en ese empeño nuestro por desnaturalizar todo a fuerza de explicitar todo."