Extrañísima novela, escrita por una periodista española que además resulta ser la jefa de opinión de Cinco Días, lo que contribuye más al asombro que me ha producido su lectura.
¿De dónde viene el asombro? Pues de los valores que se defienden en la novela, cosas como la educación tradicional, basada en los clásicos, o el matrimonio. Sí, en pleno ataque a las costumbres, intensificado desde que tenemos Podemitas en el Gobierno, sorprende leer a UNA periodista escribir estas cosas. Bueno, no las ha escrito ahora, el libro tiene unos años. Y por lo que observo, no se ha prodigado prácticamente nada desde que publicó esta obra, por cierto con bastante éxito.
Y no solo el mensaje es plenamente conservador, también el estilo que usa doña Natalia está muy en consonancia con el mensaje que transmite. Un estilo elevado, educado, sin concesiones a la vulgaridad o al hiper-realismo de los tacos. Aunque no es una escritora brillante, si es pulcra y elegante. Nueva sorpresa por tanto.
La historia es muy sencilla. La tal señorita Prim es un dechado de la educación convencional en la que atesora títulos académicos. Le sala un puesto de trabajo de bibliotecaria en un curioso pueblo. Allí encontrará gente que se ha retirado de la sociedad actual/moderna, para vivir según unos cánones más clásicos, tradicionales o incluso anticuados.
Desde el punto de vista fundamental, dos son los choques que harán despertar a la protagonista. El primero tiene que ver con la educación de los niños ("En aquella comunidad eran las familias, cada una en función de su perfil, su ambición y sus posibilidades, las encargadas de formar intelectualmente a sus hijos. La escuela era vista como un elemento subsidiario—indeseable, pero necesario— en el que se apoyaban buena parte de los padres de familia.")
Escandalizada, encontrará allí chavales que no van a clase ("Unos niños sin escolarizar, no podía ser verdad. Un grupo de niños posiblemente medio salvajes y sin escolarizar, ¿pero adónde había ido a parar?"); a un libertario, conocedor de que la educación pública es más bien un aparcamiento para niños mientras sus padres trabajan, o incluso una forma de adoctrinamiento, no le resulta tan llamativo. Pero parece que sí tanto a Prim como a Sanmartín. Eso sí, posiblemente la autora lo postula por otros motivos. Esta frase es bastante clara: "si usted estuviese convencida de que el mundo ha olvidado cómo pensar y educar, si creyese que ha arrinconado la belleza de la literatura y el arte, si pensase que ha ahogado la fuerza de la verdad, ¿permitiría que ese mundo enseñase algo a sus hijos?". Claro, que no es el mundo en general el culpable, más bien los Estados que monopolizan la educación directa o indirectamente.
El segundo choque es mucho más llamativo, y es la defensa cerrada en favor del matrimonio, acompañada de un ataque no demasiado sutil al feminismo, ¿o a las mujeres feministas? Esta frase, por ejemplo, yo jamás me hubiera atrevido a escribirla: "la mayoría de las mujeres no tienen conversación. Y no la tienen, esto es lo más grave, no porque no puedan, sino porque no se molestan en intentar tenerla." Yo no la comparto ni de lejos; en todo caso, la podría compartir si hablara de personas, no solo de mujeres, por eso me llama tanto la atención que, encima, una escritora lo ponga.
Más jugosa me resulta esta otra afirmación: "Hoy en día la literatura femenina ha perdido esa capacidad de instarnos a desplazar el punto de mira, de hacernos girar la mirada. Cuando leo una novela femenina tengo la impresión de que la escritora no hace otra cosa que mirarse a sí misma." Ya me gustaría que me la explicaran, empezando por el concepto de "literatura femenina".
En cuanto al matrimonio, una vez más, resulta sorprendente que la ocupación principal de las féminas del pueblo sea la de pura alcahueta. En sus meriendas, otro trazo tradicional, debaten intensamente sobre qué hombre es el más adecuado para cada soltera del pueblo, y en parte para la señorita Prim. Entienden el matrimonio como compromiso entre una pareja de personas maduras, en la que no se necesita presencia administrativa: "Yo soy un gran defensor del matrimonio, por eso me opongo rotundamente a incluir a las autoridades civiles en su celebración." La visión que tiene queda muy bien expresada en esta comparación, que además utiliza otra de las dianas del progresismo social, el tabaco: "Porque la pipa exige compromiso, Prudencia, la pipa exige constancia, fidelidad y compromiso. En cierto modo, y para que lo entienda, el habano es al romance lo que la pipa al matrimonio."
Aparte de todo esto, el sueño con el que culmina la novela es el viaje a Italia de la señorita Prim tras su despertar. Claro, ¿a qué otro país podría ir? Yo me quedo con el itinerario que hace, que dejo aquí: "Había claudicado ante las deslumbrantes rivieras de Liguria y de Amalfi; había paseado por las orillas lombardas; se había rendido a la armonía de Florencia, a la belleza de Venecia, al espíritu de Roma. Había sido atrapada por el bullicio de Nápoles y perdido la noción del tiempo en las costas de Cinque Terre; había disfrutado de la luminosidad de Bari y deambulado bajo la sobriedad de Milán."
Esta novela me ha parecido curiosa, con un enfoque original y desacostumbrado en los tiempos que corremos. Pero tampoco me ha gustado demasiado, no confundamos. No tiene grandes frases, ni grandes diálogos, ni grandes momentos, solo un estilo bastante cuidado. Y como tampoco las ideas provocadoras me lo han resultado tanto, pues al final me ha dejado indiferente. Es corta, o sea que tampoco se arriesga mucho quien dedica leerla.