Ya dije tras leer Things fall Apart, primero de la trilogia africana del autor, que seguiría con los otros dos. Como es una lectura agradable y no muy ardúa, leí el segundo en un descanso tras el primer tercio de Der Zueberberg.
Por supuesto, en esta lectura ya no me sorprende el estilo del autor, que ya dejé calificado como el Amin Maaloouf de Nigeria. Perdida esta sorpresa, el interés de la lectura hay que buscarlo en otra parte. Es más, detecté cierta repetición en el tema de mitos, con algunas historias repetidas, y también me pareció excesiva la longitud con la que se describen ciertas ceremonias.
Es claro de lo anterior que Achebe acertó con lo que había gustado a sus lectores en la primera novela, y volvió a incidir sobre los mismos temas, aunque sin tanta fortuna esta vez, en mi opinión.
Por el contrario, el hombre blanco cobra un mayor protagonismo si se compara con la primera novela. Aparecen hombres blancos con perfil propio, o sea, como personajes de la novela a la misma altura de los indígenas, e incluso hay capítulos completamente dedicados a las costumbres inglesas. Es un contraste que se agradece y de bastante aire a la novela.
Con la mayor presencia del hombre blanco aparecen también sus empleados negros, y a su lado la corrupción administrativa. Achebe deja al inglés por encima del bien y el mal en esta ocasión, y se centra más en la corrupción de los propios indígenas y el trato abusivo que dan a sus vecinos, con base en el poder que les otorga su situación, El tema enlaza con la captura de esclavos que unas tribus hacían de otras en tiempo de los portugueses, o con el genocidio de Ruanda. Y es que aunque la perspectiva exterior sea de una población uniforme, lo cierto es que los africanos, nigerianos, negros, tienen los mismos piques entre sí que los blancos (o incluso mayores, vuelvo a pensar en Ruanda). Ante esta situación, el hombre blanco que trae sus instituciones, aparece en una especie de pedestal elevado, de impartición de justicia entre facciones que se odian. Supongo que justo lo contrario hubiera pasado de haber sido los africanos quienes colonizaran Europa.
Y esto nos lleva a un tercer tema, muy interesante y doloroso por empatía: como la gente que tenía su reputación y su prestigio en el antiguo orden (el protagonista de la novela es, por supuesto, el ejemplo paradigmático), se ven reducidos casi a la nada en presencia del nuevo poder, a menos que sean capaces de adaptarse. La humillante prisión a que se castiga a Ezeulu tras habérsele llamado para ofrecerle un cargo honorable, muestra a la vez dicha quiebra y la falta de entendimiento entre ambas culturas, y eso en el marco de buenas intenciones que preside la primera decisión. ("One thing you must remember in dealing with natives is that like children they are great liars. They don’t lie simply to get out of trouble. Sometimes they would spoil a good case by a pointless lie.")
El blanco es superior al indígena en algunas cosas, y éste lo es en otras. Pero, claro, el orden establecido lo trae el blanco, por lo que son sus nuevos valores los que mandan. Obsérvese esta reflexión de Ezeulu, máximo sacerdote de seis tribus: "The first thought that came to Ezeulu on seeing him was to wonder whether any black man could ever achieve the same mastery over book as to write it with the left hand." (el funcionario inglés al que observa es zurdo).
Ocurre que esas cosas en que el blanco demuestra ser superior son mejores para el ser humano que las que domina el indígena, en muchos casos producto de la superstición. Es en el aspecto económico donde más visible es esta diferencia. El lector se dará cuenta de que los indígeneas siempre utilizan y se alimentan de las mismas cosas, algo que llevan haciendo cientos de años, y que demuestra su grado de desarrollo: la comida base es el yam; beben "palm wine", hacen los honores a un huesped partiendo la "kolanut" y se relajan con "snuff". Sota, caballo y rey, lo mismo en los dos libros, lo mismo en todas las tribus, lo mismo durante siglos.
A ello el hombre blanco opone mucha más variedad de útiles: "There were also two lengths of cloth, two plates and an iron pot. These last were products of the white man and had been bought at the new trading post at Okperi."
Es esta superioridad institucional, que se traduce en una mejor calidad de vida, la que hace que sean las habilidades del hombre blanco las que se consideren superiores a la sabiduría atesorada durante generaciones por Ezeulu y similares, que en el fondo no hace más que obstaculizar el posible progreso a una vida mejor. Eso sí, mientras tanto podemos disfrutar de estas perlas leyendo a Achebe:
"We are all men here but when we open our mouths we know the men from the boys."
"I have never heard of a messenger choosing the message he will carry. Go and tell the white man what Ezeulu says. Or are you the white man yourself?’"
"Our eye sees something; we take a stone and aim at it. But the stone rarely succeeds like the eye in hitting the mark.’"
En suma, otra excelente lectura, aunque por distintas razones que la primera. En esta ocasión, el disfrute por la descripción de las costumbres deja paso a la reflexión más institucional. Por supuesto, también leeré la tercera entrega de la trilogía.