sábado, 24 de agosto de 2019

Sesenta semanas en el trópico, de Antonio Escohotado

Había asumido con entusiasmo la lectura de la obra de Escohotado, tras gustarme mucho el sorprendente Retrato de un Libertino, y el excelente Los Enemigos del Comercio. Pues bien, ya me he dado de bruces con algo más decepcionante, y mi entusiasmo ha decaído hasta el abandono de dichas lecturas, al menos de momento.

La verdad es que ya dudaba yo de que este libro me fuera a gustar, pero al ser de Escohotado y con el propósito antedicho, me lance a por él. A ver, no es mala lectura, es simplemente prescíndible.

En él, Escohotado nos va a contar sus experiencias durante un año sabático en Thailandia, que se coge en parte para huir de su anterior pareja, en parte para preparar la que será la antes citada Los Enemigos del Comercio. El formato de libro es, por supuesto, el de un diario. Y, como digo, en él va anotando el filósofo no solo sus impresiones sobre lo que observa en los países que visita, sino también las ideas que se le ocurren con sus observaciones y con sus lecturas, eminentemente económicas, como cabe imaginar.

El problema principal es que apenas hay aportación de ideas nuevas para quien haya leído los dos libros que he puesto en el primer párrafo. Y, sobre todo en el punto económico, resulta un poco cansina la aproximación naif, de alguien que se tropieza con ellos por primera vez, a temas que ya tengo un poco trillados, en cierta parte también por la lectura de Los Enemigos del Comercio.

Por lo demás (coletilla muy usada por Escohotado) el estilo tiene una fuerte carga irónica, que hace la lectura muy amena por los menos al principio. Por ejemplo:
"Por razones no bien explicadas, parece que las empresas deben ser locales, o cuando mucho nacionales. Si su eficiencia les permite ampliar mercado pasan de simples comercios a enemigos del género humano."
O esta más personal: "Visitar Vietnam tres décadas y media después de haber pensado ir allí como guerrillero es lo más semejante a una peregrinación que permite el laicismo."
"Las gentes del pueblo pueden gritar, los notables no levantan la voz, y los supremos musitan sus palabras."

Y aunque la lectura se va haciendo más pesada conforme nos acercamos al final de su estancia en Thailandia (interrumpida por visitas a Myanmar, Singapur y Vietnam; sorprendentemente, ni Camboya ni Laos son objeto de su interés, siendo en cambio para mí bastante más interesantes que los otros), no hubiera desmerecido demasiado si hubiera concluido aquí el libro.

Desafortunadamente, por razones no aparentes, se empeña en añadir dos estrambotes: una visita a Manaus para probar una droga, y otra a Buenos Aires para participar en un programa de TV. Lo de Manaus casa con el trópico (aunque el tema sea de nulo interés), pero ¿desde cuándo Buenos Aires es una capital tropical?
Como digo, el capítulo dedicado a Manaus es directamente insufrible: en él, se dedica a contarnos sus experiencias psicotrópicas y las de sus compañeros de viaje. El de Buenos Aires es más llevadero, sobre todo porque hay una referencia expresa al anarcocapitalismo (que vincula erróneamente con Mises). Además, se puede cosechar un frase como ésta: "Cierta renuncia a la indolencia no puede postergarse sin renunciar al desahogo".

Por último el cierre de la obra se corresponde con esta confesión, en línea con los descubrimientos que ha compartido con nosotros conforme avanzaba en sus lecturas económicas: 
"He tardado casi medio siglo en comprender que el instrumento básico para moderar nuestra intemperie es el malafamado comercio. Mucho más que cualquier otra actividad humana, el mercadeo borra los abismos que cada dogma tiende a establecer entre nosotros y ellos, aquí y allí. Cuando alcanza cierto grado, su fruto es la propia sociedad abierta."

Lo bueno es que ya lo he terminado y me he quedado liberado para otras lecturas. No es oro todo lo que reluce, aunque lo escriba Escohotado.



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