lunes, 4 de enero de 2021

Selling Sickness, de Ray Moynihan y Alan Cassels

Con la llegada de la vacuna para el Coronavirus, investigada y diseñada en un tiempo record, al observador neutral le pueden surgir dudas sobre las bondades de la misma, o, alternativamente, sobre las necesidad de los pasos regulatorios que se exigen a los medicamentos, que al parecer pueden ser de quita y pon según los intereses de los políticos. Es por ello que tenía interés por leer algo razonablemente conspiranoico sobre las prácticas de la industria farmacéutica. Asimismo, el año pasado leí un pequeño artículo de Escohotado que, por primera vez, me introdujo al escepticismo sobre las prácticas médicas. Con ambos mimbres se puede tejer una buena disculpa para esta lectura, recomendada además por un amiguete más cercano al mundillo que un servidor.

Tras la lectura de este libro, dos son los comentarios principales: en primer lugar, es un libro literariamente muy flojo, bastante peor escrito que los de otros divulgadores a los que me he acostumbrado. Hay mucha repetición, no ya de temática (algo que cabe esperar) si no de cosas concretas que se cuentan. Además, muchas veces parece más un guion para un programa de TV (de hecho, existe un documental de los mismos autores que precede al libro en el tiempo) que algo pensado para la lectura.

El otro comentario es sobre el fondo. Y es que, si lo que cuentan estos autores es todo lo que hay, la verdad es que podemos estar relativamente tranquilos. Con esto no quiero decir que sus prácticas me parezcan bien, simplemente que el daño queda acotado y dentro de las posibilidades que manejamos a nivel individual. 

Como indica el nombre, "Vendiendo enfermedad", este libro se centra sobre todo en las prácticas de marketing que desarrollan las empresas farmacéuticas para vender su producto. ¿Cuáles son? Pues muy sencillas, tanto que son las que recomienda cualquier libro de marketing para cualquier industria: tratar de buscar nuevos usos para los productos. En esto consisten las prácticas denunciadas por Moynihan y Cassels.

En todos los casos, el punto de partida es el mismo: un producto que funciona (es importante destacar esto último, el producto realmente FUNCIONA) en un determinado grupo de clientes. ¿Y qué es lo que quieren las farmacéuticas? Lo que cualquier empresa: que más clientes compren su producto, y que los que ya lo utilizan, lo consuman más. Por ejemplo: la Viagra funciona para hombres con disfunción eréctil (eso dicen). Es un segmento de mercado relativamente reducido. ¿Qué desearían los ejecutivos de Pfizer? Pues que los hombres tomaran Viagra para prevenir la citada disfunción, no solo para curarla. O que hubiera una enfermedad similar en las mujeres que pudiera ser tratada también con Viagra. En esto consiste el "Desorden sexual femenino". Claro, el problema que nos presentan, con razón, los autores del libro es si realmente existe esa enfermedad, o es simplemente la generalización de una situación normal de vida.

Todos los ejemplos, sin excepción, que trata el libro corresponden a estas características. Por ejemplo, el uso de antidepresivos (Prozac y otros) para el "Premenstrual dysphoric disorder" o para el "Social Anxiety Disorder"; el uso de medicamentos contra la osteoporosis para prevenir fracturas o a partir de umbrales de densidad de hueso correspondientes a otras edades; la extensión del síndrome de déficit de atención de niños a adultos...

En otros casos, lo que hacen es tratar de reducir los umbrales para que una situación requiera el uso de medicamentos, Por ejemplo, la definición de qué es tener alto el colesterol o cuándo se es hipertenso. En ambos casos, se sabe que son factores de riesgo para un ataque al corazón; pero también se sabe que hay muchos otros sobre los que seguramente sería más eficaz y fácil actual. Lo interesante para las farmacéuticas es que hay medicamentos que actúan sobre colesterol y presión arterial, y por ello ponen todo el foco en estos factores, llegándolos a transformar en enfermedades en sí mismos.

El libro describe con gran detalle los mecanismos propagandísticos de que se valen las farmacéuticas para conseguir estas percepciones de la realidad. Creo que esta frase lo resume suficientemente: "The extent of the pharmaceutical industry’s influence over the health system is simply Orwellian. The doctors, the drug reps, the medical education, the ads, the patient groups, the guidelines, the celebrities, the conferences, the public awareness campaigns, the thought-leaders, and even the regulator’s advisers—at every level there is money from drug companies lubricating what many believe is an unhealthy flow of influence."

Pero, una vez más, nada que no hagan otras empresas en sus mercados. Los autores se quejan muchas veces de que estudios objetivos y científicamente válidos, muy costosos de elaborar, quedan sepultados entre toda la publicidad y propaganda que las farmacéuticas hacen a sus productos. Por ejemplo, al respecto de un estudio sobre la hipertensión: "Yet the release of results from this major study barely affected the number of prescriptions being written for the newer, more expensive pills."

Sea como fuere, es cierto que conviene estar en guardia con estos y otros posibles abusos de la industria farmacéutica, como de cualquier otra, aunque ésta toque más de cerca nuestra salud. Sin llegar a compartir la exagerada frase "This disease-mongering is an assault on our collective soul by those seeking to profit from our fear. It is no dark conspiracy; simply daylight robbery.", quizá en parte porque en Europa estamos más protegidos que en los EEUU (que son los casos principalmente tratados en el libro), sí es cierto que hay algunas amenazas a futuro. Solo una cosilla, si creo que estamos mejor protegidos en Europa es solo porque parece que la industria farmacéutica es más potente en los EEUU, lo que implica que su FDA es menos fiable (intereses de política nacional) que el organismo homólogo aquí, aunque sea por consideraciones proteccionistas.

La amenaza a que me refiero proviene de esta sarcástica frase "If you think you are healthy, you just haven’t had enough tests.", en combinación con la llegada de la tecnología genética "and the possibility of screening newborns for all their future diseases, a whole new world of testing awaits us all.". O sea, que se pueden elevar enormemente los incentivos de las empresas farmacéuticas para encontrar enfermedades que tratar por esta vía.

Otra amenaza la podrían constituir las ‘"lifestyle’ drugs that are designed to improve lifestyles as much as treat serious illness", aunque parecería difícil que estas pudieran ser sufragadas por las Seguridades Sociales, por lo que el mercado de masas quedaría muy restringido. He ahí otra de las luchas por las que las farmacéuticas quieren que estas "situaciones" sean consideradas enfermedades, por cierto.

El caso más preocupante de los descritos en el libro tiene que ver con el síndrome del "irritable bowel" (colón irritable?). En este caso, se une a las prácticas de marketing citadas, el hecho de que el fármaco era al parecer objetivamente peligroso para muchos de los sanos tratados. Y, claro, ya se puede adivinar qué organismo estaba en medio de la polémica, por haber permitido su comercialización pese a la evidencia científica. Por supuesto, el regulador gubernamental de turno, la FDA.

Y es que, en resumidas cuentas, el problema no es que la información no esté. Sí lo está. Lo que pasa es que costoso andar buscándola, interpretándola y asimilándola, y muchas veces es mejor dejarse llevar por la publicidad, la celebrity de turno o, más justificadamente, lo que pueda decir el médico. Nada de lo que denuncian Moynihan y Cassels parece ilegítimo en general (aunque pueda haber casos específicos en que sí lo sea); el problema en realidad es la gran asimetría existente entre industria y consumidor-paciente, que no queda atemperada por organismos reguladores como la FDA: "The obvious problem for all of us right now is finding good sources of information about human illness that are truly independent of drug company influence."

1 comentario:

Mike rose �� dijo...

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