Este libro lo estaba leyendo la protagonista del capítulo "Extraños en un tren" de la serie Modern Love, capítulo que, por cierto, transcurre en los días inmediatamente anteriores al confinamiento por el COVID en Irlanda. Como era sugerente, decidí ver, primero, si existía realmente, y, segundo, hacerme con él si era el caso. Esta entrada prueba que tanto autor como libro existen realmente.
Jon Ronson es un periodista de cierta fama, y este libro es una crónica de la investigación que hace para comprender el fenómeno del "shaming público", algo resucitado en el ámbito de las redes sociales y que estuvo en vigor hasta el siglo XIX: "The common assumption is that public punishments died out in the new great metropolises because they’d been judged useless. Everyone was too busy being industrious to bother to trail a transgressor through the city crowds(...) They didn’t fizzle out because they were ineffective. They were stopped because they were far too brutal."
Para esta investigación, el primer paso es entrevistarse con personajes que han sufrido tal castigo, el primero de ellos uno bastante famoso, un psicólogo académico llamado Jonah Lehrer, al que pillaron con una cita apócrifa de Bob Dylan, a raíz de la cual se investigaron sus textos para descubrir que su ciencia era bastante imaginativa. Claro, en casos como este, el castigo del "shaming" por las redes sociales puede estar incluso justificado.
Sin embargo, no lo parecen tanto en los casos con los que Ronson continúa su investigación: Justine Sacco, apedreada por hacer una broma aparentemente racista justo antes de subirse a un vuelo a Sudáfrica, o Lindsey Stone, en su caso por circular una foto poco respetuosa en el cementerio de Arlington. Ninguna de estas chicas tenía relevancia en las redes, y sin embargo fueron lapidadas de forma inclemente. De hecho, son casos que dan que pensar para cualquiera que esté un poco activo (como yo con este blog), pues se pueden hacer virales cosas que nadie esperaría, y encima con interpretaciones completamente erróneas de lo dicho o escrito.
Entre ambos casos tenemos el de una tal Adria Richards, quien en una convención de informáticos sacó una foto de dos sentados detrás de ella que estaban haciendo chistes subiditos de tono (entre ellos, no en alto9, y la colgó en Internet quejándose de la actitud. Ello supuso un golpe a las carreras de ambos tipos, de la que se pudieron recuperar. Hay una sensación de justicia cuando Ronson nos cuenta que, una vez uno de los denunciados anunció que le habían despedido, la red reaccionó llevándose por delante a Richards, que no llegó a recuperarse del castigo.
Como se ve, la humillación pública es muy dañino para el que lo sufre (y eso que Ronson no había vivido en ese momento fenómenos como el MeToo, o BlackLivesMatter), y el problema es que las redes sociales se pasan casi siempre de frenada, haciendo daños desproporcionados en relación con el "delito" cometido.
La descripción de estos casos, y las entrevistas con sus protagonistas, son de lo más interesante del libro, junto con el análisis que hace al final del comportamiento de Google y cómo contrarrestarlo. Por en medio, tenemos reflexiones válidas en muchos casos, pero carentes de un método más o menos riguroso que permita su contraste. Básicamente, Ronson comparte con nosotros su camino de descubrimiento, mostrando sus dudas y sus posibles soluciones. Ello le lleva, por ejemplo, al juez Poe, conocido en EEUU por poner este tipo de condenas a los culpables en su tribunal, con resultados bastante contundentes: "‘I have put my share of folks in the penitentiary. 66 per cent of them go back to prison. 85 per cent of those people we publicly shamed we never saw again. It was too embarrassing for them the first time. It wasn’t the theatre of the absurd. It was the theatre of the effective. It worked.’" Ronson intenta comprender mejor por qué funcionan los castigos del juez Poe entrevistando a uno de sus sufridores/beneficiados, y se encuentra con que la cosa tiene que ver con la localidad de la condena vs la globalidad que conllevan las redes sociales: "This was especially true, he told me, because the onlookers had been so nice. He’d feared abuse and ridicule. But no. ‘90 per cent of the responses on the street were “God bless you,” and “Things will be OK,”’ En cambiom constata Ronson: "You don’t have any rights when you’re accused on the Internet. And the consequences are worse. It’s worldwide forever."
También pasa su investigación por Gustave Le Bon, del que era fans Mussolini y Goebbels. Le Bon explica el comportamiento del individuo como parte de una masa: "humans totally lose control of their behaviour in a crowd. Our free will evaporates. A contagious madness takes over, a complete lack of restraint. We can’t stop ourselves. So we riot, or we jubilantly tear down people" Pero la cuestión no es si la gente pierde su individualismo en la multitud si no cómo llega a constituirse esa multitud al principio: "the question we have to ask - which “contagion” can’t answer - is how come people can come together, often spontaneously, often without leadership, and act together in ideologically intelligible ways."
O le lleva a la industria pornográfica, para tratar de entender como las estrellas porno superan su vergüenza. Aquí lo que parece descubrir es que las causas de la vergüenza varían con el tiempo y con las personas. Lo que es vergonzoso para unos en un momento, no lo es para otros o en otro momento ("I think we all care deeply about things that seem totally inconsequential to other people. We all carry around with us the flotsam and jetsam of perceived humiliations that actually mean nothing. We are a mass of vulnerabilities, and who knows what will trigger them?") De esta forma, constata algunos casos de gente que supuestamente habían superado su escarnio público, en que lo que había pasado es que la gente no daba realmente importancia a eso que parecía vergonzoso (¿puede ser el caso de la corrupción en España?).
Y, como no podía ser de otra forma, tarde o temprano termina en el derecho al olvido reconocido en la UE, y, sobre todo, en cómo luchar contra el algoritmo de Google, para evitar que los hechos vergonzantes de una persona aparezcan una y otra vez los primeros cuando se haga una búsqueda sobre la misma. "‘What the first page looks like,’ Michael’s strategist Jered Higgins told me during my tour of their offices, ‘determines what people think of you.’" Los capítulos en que se describe cómo los consultores especializados tratan de contrarrestar este efecto son apasionantes. Como lo es también el momento en que se ponen a estimar si Google gana dinero, y cuánto, cada vez que hay un escarnio público (no se entiende porque no extienden el análisis a Twitter). Las estimaciones son muy burdas, pero aquí las dejo: "Every time we typed anything into Google: 38 cents to Google. Of those 12.2 billion searches that December, 1.2 million were people searching the name Justine Sacco. And so, if you average it out, Justine’s catastrophe instantaneously made Google $456,000." Por cierto, para aquellos ingenuos que puedan cree que el derecho al olvido funciona: "As it happened the judgment wasn’t working out well for a lot of its applicants. They were finding themselves less forgotten than ever, given that so many journalists and bloggers had dedicated themselves to outing them. But nobody was scrutinizing the client lists of the online reputation-management companies."
Como decía, Ronson nos deja acompañarle en su proceso de descubrimiento, pero las conclusiones que cada uno saque son bastante abiertas. Ronson, bastante activista en los escarnios públicos iniciales, sí saca algunas que pueden ser útiles: "We were creating a world where the smartest way to survive is to be bland. (...) I, personally, no longer take part in the ecstatic public condemnation of anybody, unless they’ve committed a transgression that has an actual victim,"
Más interesante aún, al identificar correctamente el fenómeno de la radicalización que producen las redes sociales como consecuencia del autosesgo psicológico: "feedback loops are leading to a world we only think we want. Maybe they’re turning social media into ‘a giant echo chamber where what we believe is constantly reinforced by people who believe the same thing’". Y termina con una frase demoledora, muy de periodista y de punchline: "We are defining the boundaries of normality by tearing apart the people outside of it."
En fin, interesantísimo ensayo periodístico, sin el rigor que cabría esperar de una obras más científica, pero ciertamente bien hilado y con mucho aprovechable. El único pero puede ser su obsolescencia, pues al ser de 2015 no recoge fenómenos más recientes y seguramente más importantes. Aún así, las bases para la reflexión seguirían siendo válidas.