miércoles, 15 de septiembre de 2021

Heridas del Viento, de Virginia Mendoza

 Me enteré de la existencia de este libro visitando las cuevas que se hizo debajo de su casa un tipo armenio, en los alrededores de la capital del aquel país, Yerevan. Me lo enseñó, de hecho, su viuda. Asumí que dichas cuevas aparecían de una u otra forma en dicho libro, de una autora española, y me entró una irrefrenable curiosidad por su lectura, sin saber muy bien de qué iría.

Se trata de una colección de recuerdos del viaje de la autora a Armenia, viaje por cierto pagado con fondos de la Comisión Europea (de lo que presume la autora), aunque me supera el propósito de que se gaste dinero de mis impuestos (y de los alemanes) en que chavalillas medio estudiantes se pasen un año por el Cáucaso. Quizá eso me haya sesgado algo en contra del libro.

La primera parte del libro son propiamente estos recuerdos. En ellos la autora nos cuenta cosas más o menos curiosas que le ocurrieron en sus excursiones a distintas partes de Armenia, sin separarse mucho de la capital, todo hay que decirlo. Son los capítulos que más me han interesado. 

Las dos partes siguientes utilizan un estilo muy tributario de Svetlana Aleksievich, la periodista bielorrusa autora de Chernobyl y premio Nobel de literatura. Básicamente, el estilo consiste en recoger las voces de los distintos afectados por algún suceso, que lo cuenten sus protagonistas. Mendoza lo aplica al "genocidio" armenio en primer lugar, y posteriormente las consecuencias del terremoto de 1988, y los problemas fronterizos que parecen permanentes en el Cáucaso, y en particular en Armenia. ("Si en el norte las guerras caucásicas han estallado por intentos secesionistas, en el sur más bien responden a la necesidad de aclarar quién lleva aquí más tiempo, y son la respuesta tardía a una chapucera división de fronteras.").

Respecto al tema del genocidio, sin discutir que muchos turcos hicieron muchas borradas con los armenios, parece que en general hay dudas sobre el sistematismo y las causas del mismo, que siembran dudas razonables sobre si aquello fue un genocidio o no. "Turquía se aferró a su idea de que aquello no fue un genocidio, sino cosas que pasan en las guerras y los académicos se encargaron de reescribir la historia." De hecho, como bien dice la autora, solo 20 países lo han reconocido oficialmente. En mi tímida opinión, lo que hicieron los turcos con los armenios no está en el nivel de horror y sistematismo de lo que hizo Hitler con los judíos, o de lo que pasó en Ruanda. Y, en todo caso, no creo que la señora Mendoza debiera tomar partido sin haber analizado, y descrito en su caso, el fenómeno, Se ve claramente que su simpatía por Armenia le hace asumir que eso fue un genocidio.

Pero los propios testimonio que recoge nos hacen dudar sobre el carácter del fenómeno. Uno de sus entrevistados nos dice: "En realidad, los kurdos nos han derrotado más que los turcos." Otro: "No hay naciones en el mundo tan enemistadas como Armenia y Turquía. Pero es que Alemania aceptó su error y su responsabilidad por lo que hizo, mientras que Turquía no quiere aceptarlo. Somos enemigos por su culpa: ellos nos empujaron y nos echaron…" O sea, los turcos no querían el exterminio sistemático del pueblo armenio, simplemente que abandonaran el territorio que ellos consideraban turco. O eso parece.

Pero, bueno, hechas estas observaciones, lo cierto es que estas partes son un poco aburridas. Por un lado, la autora no cuida la traducción de lo que dicen sus entrevistados; por otro, normalmente no da con historias especialmente interesantes; finalmente, se hace algo repetitivo.

En la parte positiva del libro, me ha gustado cómo describe algunas costumbres del país, que he podido yo también observar en mi mucho más breve y autofinanciada estancia en el país. Por ejemplo, el fenómeno de los vaqueros motorizados: "Somos vaqueros en coche y suena una alegre canción yazidí." O la ubicuidad de los Lada, aunque en estos años creo que el parque automovilístico ha mejorado ("Un Lada puede parecer eterno, pero cada tramo de su vida es impredecible.").

También me ha servido para aprender algunos hechos curiosos sobre Armenia: que es "el único país actual grabado en el mapa más antiguo del mundo" o que "Hayk es el patriarca fundador de Armenia, el tataranieto de Noé que derrotó al gigante Bel y de quien Armenia tomó el nombre con el que los armenios llaman a su tierra: Hayastán."

Sigo con un par de frases ingeniosas, que muestran un atisbo de talento en la autora de entre un estilo generalmente mediocre: "En Armenia casi todo es posible, pero tener nietos sin haber tenido hijos antes es algo que todavía no ha ocurrido. Creo. Aunque existe un apellido que sugiere tal posibilidad: Papikian significa hijo del abuelo." o "Le gusta el rock y se declara fan de The Rolling Stones, como si su amor por las piedras fuese extensible a los sonidos.". También está: "Su rostro ajado, su mirada lánguida y su sonrisa hastiada, componen el dibujo de una mujer cansada que corre."

Y cierro con un pensamiento brillante: "El desterrado convierte el pasado en utopía; la infancia en ideal y el lugar añorado se eleva a la categoría de paraíso."

Este libro no pasa de mediocre, y no lo hubiera leído si no tratara de Armenia. Así las cosas, se salva la primera parte, las anécdotas del viaje, mientras que la lectura de la parte de "Voces" al estilo Aleksievich, tiene muy poco interés. Se lo tenía que haber currado un poquito más doña Virginia.

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