miércoles, 26 de septiembre de 2018

El Rey recibe, de Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza es uno de esos escritores de los que trato de leer todo, algo que llevo haciendo desde jovencito, cuando me leí su "El misterio de la cripta embrujada", "El laberinto de las aceitunas" y, con otro registro, "La verdad sobre el caso Savolta" o "La ciudad de los prodigios".

Es cierto que ya no me resulta una apuesta segura, he leído algunas cosas suyas que me han decepcionado: la racha "La isla inaudita", "Una comedia ligera" y, sobre todo el espantoso "El último trayecto de Horacio Dos" casi consigue que deje de leerle. Pero lo cierto es que he seguido leyéndolo.

Me temo que con este libro, primero de lo que parece será una trilogía, toca la de cal. Estamos ante un relato anodino, que pasa sin pena ni gloria por el interés del lector. A priori se nos vende como una especie de "Forrest Gump" a la española, en que el protagonista (un periodista llamado Rufo Batalla) nos cuenta su vida aderezada por grandes momentos del siglo XX (como la Primavera de Praga, la apertura de España en la figura de Manuel Fraga o el Watergate, otra vez). En la práctica, el espacio dedicado a estos eventos es muy reducido, y la narrativa queda principalmente ocupada por la vida del tal Rufo, hasta cierto punto banal y carente de interés. Como curiosidad, Rufo se encontrará con el compositor francés Yves, no especialmente conocido.

Es de suponer que la historia remontará el vuelo, como lo empieza a hacer al final de esta entrega, conforme se entrelace más la vida de Rufo con la del príncipe Tukuulo (Mendoza siempre arriesga con los nombres de sus personajes) y sus intrigas. Desgraciadamente, eso no ocurre en este volumen, aunque no por ello deja de asomar el mejor Mendoza en la historia ficticia que nos cuenta de Livonia, país báltico del que pretende ser heredero el tal Tukuulo. Como también lo hace su ironía en frases como esta: "Como no estaba familiarizado con el trabajo en una entidad pública, tardé bastante tiempo en descubrir que allí no había casi nada que hacer, porque en apariencia no hay persona más atareada y laboriosa que un funcionario".

Más espacio dedica a sus reflexiones sobre el comunismo. El protagonista se confiesa marxista de inicio, pero también nos dice que en retrospectiva lo hacía como reacción al franquismo y por ansias de libertad, algo de lo que, como todos sabemos, el comunismo abomina. También tiene su dardo para el socialismo que "no fomenta la ambición pero sí la indolencia". Pero lo que es impagable es la respuestas que recibe Rufo de uno de sus interlocutores a poco de empezar el libro, y que transcribo por su interés y posibles usos futuros:

"Quedaría bien diciendo que respeto sus ideas, pero no es cierto. Le respeto a usted y respeto su derecho a pensar lo que le plazca, pero no siento el menor respeto por el marxismo. No pretendo ser imparcial. En mis circunstancias personales la aversión es lógica. Pero se puede ser parcial sin dejar de ser objetivo y, en términos objetivos, el marxismo es una basura. Como filosofía es un refrito, como sistema económico es un desastre y como proyecto social y humano es un crimen."

El estilo de Mendoza sigue siendo el habitual: fácil de leer, cercano a la ironía (aunque rara vez la alcanza en este novela, salvo en la historia de Livonia), culto (¿alguien había oído la palabra "bastantear"?). En esta ocasión, ha optado por usar citas en inglés, francés (incluso, alemán) para la división del texto en "capítulos". Quizá tenga sus razones, pero de momento no están explícitas, y es algo desconcertante.

Mi conclusión es que Mendoza ha optado por explotar un poco la gallina de los huevos de oro, y en este caso ha decidido extender a trilogía lo que quizá hubiera sido una buena novela de un tomo. Al menos, esta primera parte desprende esa sensación. Esperemos que no me equivoque (en que la base es una buena novela), y las siguientes partes merezcan más la pena.

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