lunes, 4 de septiembre de 2023

La expedición de la Kon-Tiki, de Thor Heyerdhal

Al señor Heyerdhal le conocía por sus estudios sobre la isla de Pascua, y también por su supuesta teoría sobre las pirámides de Güimar en Tenerife (por cierto, quizá asoladas por los recientes incendios), según la cual conectarían con las pirámides de las culturas americanas. Dicho sea de paso, es una cantamañanada, cualquiera que visite las "pirámides" de Güimar verá que son terrazas de cultivo muy similares a las que hay en toda la zona cercana.

Pensaba que este libro tendría que ver con sus investigaciones sobre la isla de Pascua, pero no es así, aunque haya una conexión evidente. Lo que nos cuenta es una aventura en toda regla, pero una aventura real, la de él y cinco compañeros, que navegaron en una balsa construida con tecnología preincaíca desde la costa del Perú hasta la Polinesia francesa, con la idea de probar si era posible la teoría que postulaba Heyerdhal sobre el origen de los habitantes de ésta.

Así, Heyerdhal documenta numerosas manifestaciones culturales en común entre las culturas andinas (más concretamente la del lago Tititcaca) con las polinesias, destacando entre ellas las esculturas de cabezas (desarrolladas a su máxima expresión en la isla de Pascua) y el nombre de sus dioses (Tiki). Al parecer, unos tipos blancos barbudos habrían extendido tal cultura por los Andes, para luego desaparecer en el mar rumbo al oeste, llevando sus costumbres allende los mares. Claro, lo único que le falta al noruego Heyerdhal es probar que dichos tipos blancos barbudos son vikingos y así radicar el origen de todas las civilizadiones en su escandinavia natal. 

Dejando de lado la broma, lo cierto es que Heyerdhal nos proporciona un relato apasionante y sin descanso, más próximo de una peli de Indiana Jones que de Moby Dick, algo a lo que invitaba a pensar por la temática. Las aventuras empiezan mucho antes de la singladura, pues Heyerdhal tendrá que buscar acompañantes y financiación para su locura. 

Más en concreto, tendrá que buscar madera de balsa para su embarcación, algo que solo encontrará en las selvas de Ecuador (una zona llamada Quevedo), a la que ni corto ni perezoso llegará desde Guayaquil en época de lluvias y tras atravesar los Andes. Ya aquí se muestra el perfil del personaje, aventurero de los que ya no quedan (¿o sí?), aunque para mí lindante en la locura. Y no se olvide que la acción ocurre en 1947, no había Hummers ni casi aviones de línea regular. 

No será este el único obstáculo que se le presente antes de empezar a navegar, y muchos de ellos los supondrán, por supuesto, los Gobiernos, para los que el autor tiene simpáticas reflexiones: "Los problemas del transporte son hoy distintos de los de la época incaica. Ahora tenemos aviones, automóviles y agencias de viaje, pero para no hacer las cosas tan fáciles, hay también unos obstáculos llamados fronteras, con matones uniformados que ponen en duda nuestros comprobantes, maltratan nuestro equipaje y nos abruman con papeles sellados,"

Tal será la situación que aparece la preocupación de la madre del autor, con cierta sorna eso sí: "Mi madre debió tener una clara idea de las dramáticas condiciones en que vivíamos durante la preparación, pues me escribió una vez: "Y solamente desearía saber que ya todos los seis estáis a salvo en la balsa.""

Construyen la balsa con madera de balsa, y empieza la expedición, de más de tres meses por las aguas del Pacífico, que Heyerdhal consigue hacer muy amenas con su relato. Y es que Heyerdhal escribe bien, muy bien, o al menos lo hace su traductor al español. Aquí un par de muestras:
"Cuando el tiempo es corto, el avión reemplaza al tren y el automóvil se encarga de relevar nuestras piernas, la cartera se encoge como una flor disecada entre las páginas de un libro."

"Aun cuando la magia de las palabras llevadas a través del éter por la onda corta era un lujo desconocido en la época de Kon-Tiki, las ondas largas del océano debajo de nosotros eran las mismas y llevaban lentamente nuestra balsa hacia el oeste como lo habían hecho entonces, mil quinientos años atrás."

Y también el final, de infnito patetismo y esperanza: "en la laguna de Tahití flotaban, solitarias, seis guirnaldas de flores blancas, yendo y viniendo con las olillas de la playa." (en referencia a la tradición de que quien quiere volver a Tahiti (la Polinesia) debe arrojar a las aguas las guirnaldas que les regalaron al llegar).

A esto une algunos inesperados golpes de humor, más aún proviniendo de un noruego: "le pusimos el largo pez bajo las narices, alumbrándoselo con la lámpara; se sentó medio dormido en su saco y dijo solemnemente:–No; peces como ése no existen."

Por supuesto, la existencia de este libro demuestra que Thor y sus compañeror (entre ellos, dos participantes en la operación  Telemark de la Segunda Guerra Mundial) probaron que era posible rl viaje, y que, por tanto, era posible la descendencia de los habitantes de Polinesia de los sudamericanos.

Entre los aspectos que más interesantes me han parecido está la contraposición entre conocimiento emprendedor y conocimiento científico. Antes del comienzo de la expedición, todos los expertos ingenieros y científicos, le auguran un corto recorrido, aportando una variedad de explicaciones técnicas. Contra ellas, Heyerdhal y sus compañeros, que casi nada saben de naútica, solo pueden oponer la experiencia, pero ni siquiera la suya, la de las gentes de hace miles de años que, según ellos, habrían sido capaces de atravesar el Pacífico con estos medios. La apuesta es arriesgada ciertamente.

Pero podrán contrastar que efectivamente, la navegación era posible, y que todas las profecías "científicas" no se cumplían por aspectos que los técnicos no habían tenido en cuenta. No las recuerdo en detalle, salvo alguna, como que los nudos de las sogas no se rompían contra la madera de balsa, porque al ser ésta blanda, realmente lo que ocurría es que la iban penetrando sin desgastarse.

La lección aprendida es que, incluso en la actualidad, el conocimiento científico llega hasta cierto punto, a partir del cuál solo queda experimentar y probar, generando el valioso conocimiento emprendedor, tan poco valorado en la academia. La resumen Heyerdhal con brillantez: "Estaba convencido de que ningún inventor moderno, por inteligente que fuera, podría, sentado en su laboratorio, inventar nada mejor que lo que una milenaria experiencia había enseñado a los esquimales para usar en sus propias regiones."

Y si eso pasa con las ciencias naturales, ¿qué no pasará con las sociales, que ni siquiera podemos contrastar? Pus ahí tenemos a los "políticos modernos" tratando de regular a la sociedad "sentados en sus laboratorios", léase en los escaños del Congreso. 

Me ha resultado una interesante y sorprendente lectura esta de la Kon-Tiki, y no puedo dejar de recomendarla. Disfruten, aprendan y a lo mejos hasta les surge la curiosidad de visitar un atolón.

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