miércoles, 31 de enero de 2018

Imperiofobia y Leyenda Negra, de María Elvira Roca Barea

Ya lo digo de antemano: creo que este libro debería ser de lectura obligada para todos los españoles, al menos su parte 2. Y no solo porque la autora me cite al final de dicha parte :-). Es hora de que tengamos datos y estemos preparados para refutar muchos mitos que nos han acompañado en nuestras vidas y en las de nuestros padres, y que seguirán acompañando a nuestros hijos si no tomamos conciencia sobre ellos, sobre la historia de España. Roca Barea hace un espectacular trabajo, como veremos, sobre todo a la hora de mostrar las verdades del imperio español en América y de la Inquisición, sobre todo en comparación con lo ocurrido en países próximos, que sin embargo nunca han sufrido esta leyenda negra, se han beneficiado de la llamada "Ley del Silencio".

Pero vayamos poco a poco. El punto de partida es la constatación de que Imperio y Leyenda Negra son fenómenos sociales que van unidos. A cada imperio le ha correspondido históricamente su leyenda negra, que básicamente procede de las clases dirigentes locales desplazadas por el nuevo poder imperial, o de aquellas que lo quieren obtener a su costa. Esta leyenda negra no es más que propaganda pura y dura, apalancándose sobre la menor oportunidad que tengan los propagandistas, y rara vez resiste un análisis de contraste con la realidad. Y, como los imperios desaparecen, también lo hace la leyenda negra asociada, al dejar de ser necesaria.

Lo novedoso en el caso del imperio español es que la leyenda negra pervive, y lo hace con gran fuerza, e incluso entre los españoles, pese a que ya hace tiempo que cayó el imperio español. La autora proporciona razones en la obra por las que esto puede ser así, básicamente relacionadas con el enfrentamiento protestantismo-cristianismo, y la supramacia del norte europeo frente al sur. He de decir que esta parte del libro me convence muy poco, y todo el último capítulo, dedicado a temas económicos, nada en absoluto.

Lo primero que aprenderemos es que Leyenda Negra es un término que se asocia al Imperio Español en principio, y que luego se extiende como concepto a la propaganda aparecida contra otros imperios. Nos cuenta doña Elvira que el término surge como oposición a las Leyendas Aureas que tan en boga estuvieron en la Edad Media. Una vez establecido el origen del término, a la par que una aproximación al concepto de imperio, la autora nos describe la leyenda negra asociada a los imperios romano, ruso y americano. Hace una breve incursión en los temas, así como en sus fuentes y orígenes. Ya aquí se identifican los temas que suelen aparecer en toda Leyenda Negra, y que llegarán a su culmen en el caso de la leyenda negra española: Imperio inconsciente (o sea, el pueblo imperial se ha extendido sin querer); ilegitimidad; descendencia inapropiada (baja ralea); impiedad, sed insaciable de poder y riqueza.

Es importante destacar que las castas locales tienen un apoyo formidable en los intelectuales para conseguir que la propaganda triunfe. De hecho, Roca Barea llega a definir la imperiofobia como "racismo con prestigio intelectual". En el caso de los romanos, fue con el uso de los oráculos griegos; en el caso de los rusos, los ilustrados franceses, y en el caso de los americano, tienen el enemigo dentro, con tipos como Noah Chomsky.

Una vez superada esta primera parte, entramos en la segunda, que es donde la autora despliega todo su saber y erudición, con gran brillantez en muchos momentos, para mostrarnos la génesis, evolución y temas de la leyenda negra hispana, así como para refutar con datos aquellos temas más enquistados, como son sobre todo la Inquisición y el imperio americano. Nos enteraremos de que el imperio español fue objeto de envidia desde antes del descubrimiento de América, y que a la generación de leyenda negra contra él se sumaron sucesivamente Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra y Francia, siempre con propósitos oscuros por parte de las élites locales. Paradigmático es el caso de Guillermo de Orange en Holanda, o el de Lutero en Alemania. La autora documenta como el surgimiento y éxito de protestantismo, calvinismo y anglicanismo tienen mucho que ver con la generación de un nacionalismo local promovido por las castas locales para conseguir el poder a costa del imperio católico español. Los datos sobre la asimetría de las tolerancias protestante/calvinista/anglicana en comparación con la católica son apabullantes. Es increíble que hayamos sido los católicos los tradicionalmente tratados como intolerantes. Basta simplemente consultar las estadísticas de herejes muertos en cada país. Es brutal.

Con todo, es en los capítulos sobre la Inquisición y sobre América donde la autora literalmente "se sale". Nos enteraremos de que Inquisición había en todos los países de Europa, y que la única que se sujetaba a un proceso legal era la española, lo que nos ha permitido conocer de primera mano la cantidad de sus "fechorías", lo que a su vez nos permite ver que la nuestra fue, con diferencia, la que menos muerte tuvo a sus espaldas. Impagable el viaje que le mete a Pérez Reverte en razón del personaje del Inquisidor en sus novelas de Alatriste, y en general, sobre el ambiente supuestamente histórico que crea para sus personajes. Es un momento antológico. Por cierto, que no se me olvide tampoco el análisis de las Armadas Invencibles, sí, la española timidamente fracasada, y las  varias montadas por los ingleses a la recíproca y con catastróficos resultados. Claro, que de éstas nadie sabe nada.

Y en cuanto a América, los datos vuelven a ser abrumadores, en lo referente al desarrollo de la sanidad, comunicaciones, educación, condiciones de vida, instituciones (la figura del juicio de residencia). Los viajes aquí se los llevan a dos manos Humboldt y el historiador Eliot. Hay que leerlo para creerlo.

El testigo de la leyenda negra, y ya en el declive del imperio, lo recoge la Ilustración francesa, que básicamente parte de que nada científico puede venir del mundo católico. Y ahí queda olvidada nuestra Escuela de Salamanca. Una vez más, Barea reivindica importantes figuras científicas católicas como los monjes ya citados, Balmis o Feijoo. Se pregunta Barea si de verdad alguien puede pensar que los conocimientos de la Ilustración surgen de la nada. Y aquí los viajes le tocan a Voltaire.

A partir de aquí (primer capítulo de la tercera parte), la obra pierde para mí interés. En los dos últimos capítulos, Roca Barea desarrolla la hipótesis de la que leyenda negra sigue vive para justificar la superioridad moral/racial de los protestantes/nórdicos frente a los católicos/sureños, y en la actualidad ha mutado a chivo expiatorio para justificación de las cosas que les salen mal. Puede o no que sea así. A mí no me ha convencido. Vamos, que si pagamos un tipo de interés superior a la alemana por la deuda pública, igual tiene que ver también el grado diferencia de corrupción de nuestros políticos (¿o esto es también leyenda negra?¿son igual de corruptos los políticos alemanes que los españoles?) o por el nivel de deuda que ya tenemos, o por otras tantas cosas.

¿Qué puedo añadir a lo ya dicho al principio? Lean este libro, al menos su parte 2. Disfrutarán aprendiendo y aprenderán a disfrutar defendiendo nuestra historia cuando traten de vilipendiarla. Muchas gracias por compartir con nosotros tanta sabiduría, doña María Elvira, y, a título particular, por citar un artículo mío en este magnífico ensayo.

Seguiremos hablando del tema, no quepa duda.

domingo, 28 de enero de 2018

Intercambios ("Changing Places"), de David Lodge

Siempre estoy a la caza y captura de libros de humor, especialmente de autores británicos (¿o debería decir en lengua inglesa?). Confieso que son mi debilidad: Ben Elton, PG Woodehouse, Douglas Adams, Somerset Maughan, Tom Sharpe....Así que nunca pierdo oportunidad de leer alguno nuevo para ver qué sorpresa me depara. Confieso que no recuerdo dónde encontré referencia a David Lodge, pero desde que la encontré tenía en el kindle su Campus Trilogy, y ganas de leerla.

Por fin le llegó el turno a su primera entrega, el "Changing Places" de esta entrada. Las otras dos son Small World, y Nice Work. Devoré con fruición el prólogo del propio autor, en que nos explica que estas tres obras son especímenes de lo que se llama "novela de Campus", nos cuenta de dónde le vinieron sus ideas e inspiración, y de qué van más o menos las tres.

Y me adentré en su lectura. Aburridísimo. No sé si he sonreido en algún momento de la lectura. A partir de un tercio de la novela estaba deseando que terminara, y ya había decidido no leer las otras dos entregas de la trilogía. Francamente, se me escapa el atractivo de esta novela.

Supuestamente se trata de una novela costumbrista en que se compararía la vida en el campus de una universidad americana con la del campus de una inglesa, aprovechando la experiencia del propio autor, y utilizando como línea argumental el intercambio de profesores realizado entre las dos instituciones. Así, se nos van contando en paralelo las actividades de ambos protagonistas, Philip Swallow y Morris Zapp, empezando por los propios vuelos, en sentidos contrarios, en que ambos transitan y que se cruzan por encima del polo Norte.

El problema es que realmente no hay comparativa de costumbres, y no hay sagaz ironía comparándolas, sino solamente un estilo narrativo plano, y, por supuesto, mucho sexo presente, no necesariamente visible, pero obsesivamente en la mente del autor y los protagonistas. Vamos, que da que pensar sobre los profesores universitarios, si eso es todo lo que había que comparar entre ambos campus. De hecho, me llama la atención que no se llegue a describir ni una sola impartición de clase, o de los alumnos, era lo mínimo esperable.

Posiblemente consciente del aburrimiento de lo que se le ha ocurrido contar, Lodge utiliza diversos formatos para avanzar en su relato. Así, uno de los capítulos utiliza la casi olvidada técnica epistolar, y eso da pie a uno de los mejores momentos del libro, cuando se auto-critica el autor por utilizarla, basándose en un libro de texto sobre cómo escribir. Otro capítulo consiste en una sucesión de noticias que trazan los acontecimientos ocurridos en los campus durante ambas estancias. Y el último capítulo utiliza formato de obra teatral (que, por cierto, no le funciona en absoluto en la primera escena, en que se vuelven a cruzar dos aviones).

Hay un par de cosas rescatables del libro. Una de ellas es la escena de una persecución en un paternoster del campus de la universidad inglesa. Para el que no lo sepa, como yo, un paternoster es un ascensor basado en una serie de cajas en perpetuo movimiento subiendo y bajando, a los que se accede con el correcto timing. Los que hayan seguido la serie Berlin Babylon habrán podido ver uno de estos artefactos en funcionamiento. Así que se podrán imaginar más fácilmente las características de la persecución.

Otro momento divertido: el objetivo que tiene Morris Zapp de hacer un estudio completo en que se analice desde todos los puntos de vista posibles la obra de Jane Austin, no para mostrar su erudición al respecto, sino sobre todo para que nadie vuelva a hacer otro análisis de dicha obra. Los planes de Zapp son más ambiciosos, y extendería la misma técnica a otros autores, hasta conseguir que ya no se pudieran hacer ensayos literarios, por estar todo dicho.

Cierro con dos frases interesantes. La primera es del prólogo, no propiamente de la novela:
"truth that academics and literary intellectuals tend to ignore: that high culture depends ultimately on the wealth created by trade.", respecto al gran desprecio que los primeros suelen sentir por los empresarios.

Y la segunda podría ser un spoiler para aquel que, a pesar de mis advertencias, leyera este libro y llegara al final, comparando la narración mediante libro y mediante película:
"As you’re reading, you’re aware of the fact that there’s only a page or two left in the book, and you get ready to close it. But with a film there’s no way of telling, especially nowadays". Y justo en ese momento termina la novela.

Y lo mismo este post.


sábado, 27 de enero de 2018

Belleza ("Beauty"), de Roger Scruton

Era difícil que me resistiera a leer un libro filosófico con este título, y más con el aval de su autor, Scruton, del que llevo leídos cuatro libros en los últimos meses. Respecto a la belleza, me interesa entender si tiene algún origen evolutivo o no, esto es, si encontrar determinadas cosas bellas ha podido ser causa de ventaja biológica que haya facilitado la supervivencia de determinados genes. A su vez, ello podría explicar el interés que tenemos por el arte. Y tampoco es que esta explicación sea per se la que voy buscando, sino como un fenómeno más entro otros muchos, tipo religión, cultura o similar, que son capaces de alterar el cálculo económico puramente racional, todo ello con la finalidad de obtener una visión más integral del ser humano y sus motivaciones que permitan modelarlo mejor cara a la teoría económica, o, por el contrario, hacernos comprender mejor los límites explicativos de esta última. Dicho todo este rollo, no sé qué esperaba encontrarme realmente en este ensayo, y tampoco sé muy bien lo que me he encontrado.

Para Scruton es claro que la belleza entra dentro del campo intencional (Lebenswelt, al que se refería en el Sexual Desire), o sea que no hay una aproximación científica a la belleza. Pero ello no implica que sea meramente subjetiva, como uno tiende a pensar, pues lo cierto es que normalmente somos capaces de dar razones por las que encontramos algo bello. Ello no quiere decir que seamos capaces de convencer mediante dichas razones a otra persona para que ésta encuentre bello aquello que a nosotros nos lo parece. Así pues, hay cierta mezcla de racionalidad y subjetividad en la apreciación de la belleza. Scruton nos explica que la racionalidad procede del gusto, que viene formado por las reglas provenientes del grupo, por así decirlo, de su cultura y que, como ésta, actúa como coordinador social.

Otra idea que maneja Scruton es la de gradación de la belleza: no solo somos capaces de apreciar la belleza, sino de ordenarla según nuestros gustos. Además, los objetos bellos constituyen un fin en si mismo: nuestra aproximación a la belleza es desinteresada en el sentido que no buscamos una finalidad útil en el objeto apreciado, aunque es cierto, Scruton dice, que la finalidad del objeto puede tener influencia en la belleza que apreciemos en el mismo. Por último, Scruton relaciona la belleza con lo sagrado, y por esta vía incluso con el deseo sexual que tan detalladamente analiza en otra de sus obras.

Como era de esperar, gran parte del libro esta dedicada al arte. Tras una breve referencia a la belleza natural, que era la única considerada como tal por Kant, y una interesante reflexión sobre la diferencia entre lo bello y lo sublime (aquello que nos asusta, que nos supera, muy cercano a esa visión sagrada antes citada), Scruton se nos va al arte.

La explicación de la existencia del arte estaría en los grados de libertad que tiene el ser humano para resolver sus problemas. Por ejemplo, una silla satisface una determinada necesidad, pero está claro que no hay una solución única para la silla. Es aquí dónde entra el arte. En mi opinión, en esta parte Scruton divaga bastante, sobre la relación entre representación, expresión y contenido. Yo me he perdido y no sé a dónde quiere llegar la mayor parte del tiempo, y tampoco entiendo porque tiene que incluir análisis de determinadas obras de arte (musicales incluidas), salvo quizá para mostrar su erudición. Pero quizá el problema no es Scruton, sino un servidor que no es capaz de seguir su línea de razonamiento.

Asimismo, me parece que el análisis de belleza y deseo sexual no viene demasiado a cuento en este libro, y que lo que está tratando es de dar salida forzada a un material previamente desarrollado.

Pero volviendo a cosas más interesantes, en el penúltimo capítulo Scruton se detiene en las formas recientes de arte y en su aparente huida de la belleza. Aquí opone fenómenos como el modernismo, Baudelaire, Zola o Schönberg, con otras manifestaciones más recientes de las que ahora hablaré. Al respecto de las primeras, para Scruton se pueden explicar por la búsqueda de nuevas formas de expresión artística: son artistas que creen que las expresiones existentes han llegado a su máximo, y que de alguna forma han de evolucionar para seguir transmitiendo la belleza. Y, claro, puede ser que en sus intentos se equivoquen. Pero, afirma Scruton, no están renunciando a la belleza, sino buscándola en nuevos sitios.

Frente a ellos, Scruton identifica actividades de mera desecralización del arte tradicional, en que no se buscan nuevas formas de belleza, sino eliminar la parte "sagrada" de la belleza existente. En un entorno de democratización no puede haber excepcionalidades, y lo bello, lo sagrado, implica un sacrificio que la gente no está dispuesta a hacer. Entre estas expresiones, Scruton dedica amplio espacio a atacar al kitsch. Como ejemplo de desecralización escoge una intepretación del Rapto del Serrallo, de Mozart, perpetrada en Berlin. Pero, vamos, todos hemos ido hablar de este tipo de interpretaciones radicales.

Por último, me ha resultado muy interesante la referencia al placer sensorial como adictivo, frente al placer intelectual que da el arte. Según Scruton, el primero es controlable: sabemos que comiendo tal o cual plato, o bebiendo tal bebida, o haciendo determinadas prácticas sexuales, obtenemos placer. La obtención del mismo se puede hacer con diversidad de objetos/personas sustituibles (ojo, no estamos hablando de deseo sexual, solo del placer sensorial). Es precisamente el tenerlo controlado lo que nos puede causar adicción. Por el contrario, el placer en la belleza, no es tanto sensorial (que también) como intelectual, y necesariamente se concentra en un objeto concreto, que no se puede sustituir por cualquier otro.

En fin, este libro es cortito, pero es complicado de leer. El lector que se adentre en él no se confíe, sino apreste su mente y sentidos para que pueda enterarse de lo que le quiere transmitir el autor. Aún así, no sé si quedará satisfecho.

domingo, 21 de enero de 2018

Fire and Fury: Inside the Trump White House, de Michael Wolff

Confieso que este libro carecía a priori del mínimo interés para mí. Y, de hecho, lo he leído un poco como experimento, para ver si su reseña supone un incremento de lecturas del blog. Total, no es demasiado largo.

Este libro saltó a los titulares a principios de año, más como consecuencia de la reacción de Trump sobre su publicación, que porque generara muchas expectativas. Lo cierto es que se agotó en las tiendas, y numerosos comentaristas se refirieron a él, también en nuestro país. Pero lo cierto es que no estoy siguiendo en detalle el mandato del controvertido presidente, y no lo hago porque me interesa relativamente poco. Por supuesto, me gusta enterarme de sus medidas hacia un menor intervencionismo, pero como no me fio de los medios, y tampoco estoy dispuesto a profundizar más para investigar la realidad, pues al final paso del teme. De primera mano me constan las medidas liberalizadoras en telecomunicaciones y el equipo que trabaja en ella, y eso me da muy buena espina. Pero claro, es una pequeña muestra de sus actuaciones sobre la que no se pueden extraer conclusiones generales.

Vuelvo ya al libro. Lo primero que llama la atención es la agresividad del autor, no solo para con Trump, sino para con todos los personajes que desfilan por el relato. No les perdona ni una vez: a cada personaje y cada vez que sale, le propina un pescozón. A mí me parece que esto hace desemerecer lo escrito, pero supongo que tendrá un público al que le guste. Por otro lado, en no pocas veces, es materialmente imposible que el autor supiera que eso había sido dicho. Por ejemplo, ¿cómo sabe Wolff que Murdoch llamó estúpido a Trump tras colgarle el teléfono una noche? El caso es que tiene para todos: todos se insultan o desmerecen, a veces directamente por Wolff, en otras veces usando la boca de otro de los personajes.

Quien supere esta oleada y estilo, y sea capaz de llegar al capítulo 7, el de Rusia, empezará a encontrar cosas de cierto provecho en esta lectura. Llegados a ese punto parece que el furor (quizá el Fuego y la Furia del título son los que utiliza Wolff para los protagonistas del libro) de Wolff se apaga un poquito y empieza a contarnos cosas que pueden ayudar a explicar determinadas decisiones de la Casa Blanca y de su actual inquilino.

Otra cosa antes de seguir: al amigo Wolff le parecen escandalosas, o al menos las trata como tal (tiene pinta de ser un cínico), prácticas que me atrevería a calificar como comunes en todos los entornos burocráticos y aun empresariales. Aparte de mi experiencia personal (quien esto escribe pasó 8 añitos de su vida en un organismo público), quién haya visto la magnífica serie Veep sabrá a qué me refiero. De hecho, el libro de Wolff parece una serie de capítulos de Veep, serie que a su vez no parece inventada de la nada. Por ejemplo, el tema de la capacidad de atención de Trump y su resistencia a leer, es algo que todos hemos visto sin escándalo (hipócrita) en nuestros mayores. ¿Por qué se piensa Wolff que todos los informes a los políticos tienen un resumen ejecutivo, que a su vez ha de ser resumido en bullets? ¿Y qué político no está hoy en día pendiente full-time de lo que digan los medios de él? Una vez más, Veep aquí lo clava, y estoy seguro de que con base experimental.

La tesis principal de Wolff es que Trump no tiene capacidad resolutiva ni organizativa, y que ello ha desembocado en una lucha de poder con tres frentes: uno convencional y políticamente correcto, encarnado por su hija y su yerno Jared Kushner; otro técnico-profesional, formado por su jefe de gabinete Priebus con Paul Ryan en el Congress; y un tercero, el más interesante, liderado por Bannon, que sería el referente libertario (Tea Party, Braitbart, con el apoyo financiero de los Mercer). Son estos sin duda los tres protagonistas del libro, y no tanto Trump. Junto a ellos, desfilan secundarios externos (Rupert Murdoch, Ailes, Comey) y otros internos al equipo del Presidente (Conway, Cohn+Powell, Walsh, Flynn), que todos ellos están de acuerdo en que esto es un desastre y están deseando salir (según Wolff).

Es la dinámica de estas tres fuerzas la que, según Wolff, explicaría decisiones relevantes en relación con la crisis con Rusia, la inmigración, el rechazo del Obamacare, la política en Oriente Medio, las decisiones sobre Siria, Afganistán o Corea del Norte, o el nombramiento de Scaramuccio como jefe de comunicación. Y la verdad es que esta dinámica está razonablemente bien contada y tiene momentos apasionantes, cuando uno es capaz de desbrozar el material entre los insultos y comentarios despectivos. A su vez, esta dinámica caótica tendría su origen en la campaña para las elecciones, en la que nadie, empezando por el propio Trump, esperaba que se ganara. Así pues, nadie se había preparado para la eventualidad, de ahí la ausencia de organización.

No voy a entrar en más detalle. Mi impresión, obtenida de este libro, es que Trump es un tipo lo suficientemente listo para saber que no se puede fiar de nadie, y que es consciente de que no tiene demasiada idea sobre muchas de las cosas sobre las que le toca decidir. Así que ha diseñado, aposta o no, un sistema de contrapoderes interno del que pueda aflorar al final algo coherente para la toma de decisión. Todos sabemos que la única forma de tener a raya un Estado es con la existencia de contrapoderes, de forma que haya una discusión permanente antes de poder avanzar. Trump parece haber hecho algo parecido. Me resulta gracioso que una constante crítica de Wolff hacia Trump y hacia su equipo es que carezcan de experiencia política alguna, y me la hace porque no acabo de tener claro que eso sea un punto en su contra: cada vez conocemos mejor lo que dan de sí los políticos profesionales, esos que no han hecho otra cosa en la vida que politiquear.

Lo más positivo es que entre los tres contrapoderes hay uno eminentemente libertario, contra el régimen, que queda (o estaba) en igualdad de influencia con el convencionalismo, y con los tecnócratas. Eso da un soplo de brisa fresca en la decisión política, ya que a veces el que se lleva el gato al agua es Bannon. Compárese con la situación en España, donde solo existirían dos contrapoderes: el convencionalismo y la tecnocracia. Y es evidente que ambos contrapoderes tienen puntos en común que básicamente pasan por "joder" al ciudadano.

¿Merece la pena leer este libro? Pues yo no lo creo. Demasiado comentario maligno, demasiado obvio el amarillismo. Como muestra, una técnica que usa Wolff que me parece completamente deleznable: entrecomilla frases para dar la sensación que son citas reales, para luego explicar que realmente son el espíritu de lo declarado, no una declaración textual; si es así, ¿por qué las entrecomilla? Otra muestra del amarillismo: todos los capítulos quedan abiertos, como si quedaran cosas por contar en el siguiente capítulo, pero que no llegan a contarse. Nunca nos cuenta cómo terminan sus historias.

El libro tiene momentos aprovechables y no está mal escrito (se lee de un soplo). Aún así, estoy seguro que habrá fuentes mejores parece el interesado en estos episodios. Yo no lo recomiendo.

sábado, 20 de enero de 2018

Alejandro Magno y las Águilas de Roma, de Javier Negrete

Javier Negrete es un autor que tiene interesantes novelas históricas. Ya le he leído un par, Salamina y La mirada de las furias. Esta es por tanto la tercera de sus novelas que leo, lo cual revela que me gusta.

En este caso, Negrete nos propone una ucronía, esto es, un cuento basado en la realidad, de lo que hubiera podido ocurrir en caso de cambiar un determinado acontecimiento en la historia. En este caso, el acontecimiento que cambia es la muerte de Alejandro Magno. Esto da pie a lo que que realmente va buscando el autor, el enfrentamiento entre las tropas del emperador macedonio y las de la república de Roma, futuro imperio que dominaría el Mediterráneo. Por supuesto, ello antes del histórico enfrentamiento de Roma y Cartago, magníficamente contado por Posteguillo en su trilogía sobre Escipión.

Tampoco parece interesar a Negrete explorar las consecuencias que hubiera tenido una victoria del revivido Alejandro Magno sobre el futuro del mundo, pues de hecho la novela se cierra con la batalla entre ambos ejércitos, sobre cuyo desarrollo nada contaré. Más bien, lo que parece buscar el autor es crear un acontecimiento histórico lo más riguroso posible a partir de la información que sobre armas y estrategias militares se tenían en ese momento. Ello explica la profusión de detalles que dedica tanto a las formaciones tácticas de ambos Estados, como incluso a las armas usadas por cada uno: la sarisa y el pilum como paradigmas.

¿Qué interés, fuera del mero entretenimiento, puede tener la lectura de una ucronía? Eso me pregunté yo también al principio de la lectura, ¿No será mejor leer directamente historia? Pues puede ser. Aún  así, esta novela resulta interesante porque, dejando de lado la supervivencia de Alejandro, refleja muy bien las costumbres de la Roma republicada, tanto civiles como militares, así como las militares de los macedonios (y demás pueblos aliados). Ya he puesto el ejemplo de las armas.

También aprovecha Negrete para deslizarnos una lección sobre la astronomía de la época, lo de las Esferas y tal, por la boca de un ateniense autista superdotado. Y también hay oportunidad de aprender algo de Aristóteles, que tiene un cameo, y del mito de Er escrito por Platón en alguno de sus diálogos.

En cuanto al estilo, Negrete escribe bien, escribe entretenido. Pero le falta algo de vida, algo de chispa, no sabría cómo expresarlo. Cuando comparas sus novelas con las de Posteguillo, ambas sobre temas similares, en las de éste los personajes parecen cobrar vida, hay pasión en ellos. Las escenas saltan de las páginas a la imaginación del lector, que parece estar metido en Roma o en Zama o en Cartagena. Posteguillo consigue que llores cuando mueren sus personajas; Negreto, solo que los olvides. Quizá es más mérito de Posteguillo que demérito de Negrete, pero, claro, la proximidad temática hace inevitable la comparación.

A cambio llama la atención el léxico que maneja Negrete con cierta soltura. A ver cuántas de las siguientes palabras conocéis: Gemebunda, híspido, efebía, apotropaíco, ríspido, inconsútil, pancracio, cornicen. Toma ya! (Disculpad si algún acento me sobra o me falta)

Por último, una referencia que me ha parecido ingeniosa y quiero destacar. En un momento dado, un grupo de macedonios está huyendo de una escuadra romana. Conscientes de que van a ser cogidos, deciden dividirse: una parte se quedará a detener a los romanos (y posiblemente morir), para que los otros puedan salvar. Esto deciden hacerlo en un paso entre el mar y un monto alargado que al parecer hay entre Roma y Campania. Pues bien, en ese momento, el general Crátero, que se ha quedado a detener a los romanos, arenga a los suyos diciendo que "Estas serán nuestras Termópilas". Magistral Negrete en esta escena, sí señor.

NB: He empezado a leer Imperiofobia y Leyenda Negra, de Roca Barea. Curiosamente, entre la "leyenda negra" contra Roma destaca la montada por los griegos sobre que los romanos no hubieran sido capaces de derrotar a Alejandro Magno (SPOILER: ¿Contribuye Negrete con este libro a la leyenda negra contra Roma? ¿Lo hace voluntaria o involuntariamente?)


viernes, 19 de enero de 2018

Fouché, de Stefan Zweig

Fouché es uno de esos personajes oscuros o secundarios, que resultan atractivos porque se cruzan en muchos momentos con personajes más conocidos. En el caso de Fouché, su vida está muy ligada a personajes como Napoleón o Robespierre, ambos sobradamente conocidos. Rara vez el lector encuentra disculpa para adentrarse en los recovecos de sus vidas, pero en el caso de Fouché las hay sobradas. La principal es la existencia de una biografía escrita por el eminente Stefan Zweig; al segunda, es que es un personaje intrigante y astuto, paradigma de maquiaveismo; y la tercera es que sobrevivió a la Revolución Francesa y como enemigo de Robespierre, lo que ya de por sí es indicio de su astucia.

Zweig escribe, una vez más, como los ángeles. Su estilo es el apasionado al que nos tiene acostumbrado en sus grandes obras, y llega a sus más altos registros en momentos críticos como el enfrentamiento Fouché-Robespierre, el elogio que hace del exilio para forjar a los grandes personajes, o el fragmento que describe la pasión de Napoleón, aunque sin duda la mejor de todas es la escena del reencuentro entre Napoleó y Fouché tras el retorno de áquel de su primer exilio en Elba. Espectaculares todas ellas.

Sin embargo, es un estilo que no acaba de funcionar, para mi gusto, en una biografía histórica. No sé, yo espero más hechos, más descripción, más análisis causal quizá, y menos floritura literaria. La sensación que da es que cuenta relativamente poco para la cantidad de literatura que lees. Y conste que he empezado afirmando que el libro está magníficamente escrito. Por otro lado, tampoco Zweig parece un narrador objetivo, y su inquina hacia el biografiado es evidente en muchos pasajes: todo lo que hace es oscuro, siempre busca su propio beneficio, traiciona por traicionar y si es a todo el mundo, mejor. Sin embargo, en determinados pasajes, como los del exilio, aperece una clara dimensión humana de Fouché; y en otros, como en las negociaciones con Inglaterra para la paz en contra de Napoleón, también aparece grandeza y sentido de estado.

Por lo demás, es que lo que cabría esperar, un recuento cronológico de la vida del protagonista, y sobre todo de su relación con los grandes personajes que marcaron los eventos históricos que vivió: la Revolución Francesa, el consulado, el imperio y la vuelta a la monarquía. Por aqui pasan Robespierre, Barras, Carnot, Lafayette, Talleyrand, Metternich, Josephine y, por supuesto, Napoleón, para cerrar con Luis XVIII.

Por supuesto, los episodios estrella son cómo sobrevive a Robespierre, quién le condena a muerte a su vuelta de Lyon, algo que parece imposible a la vista del record del amigo, y cómo engaña a un tipo como Napoleón hasta tres veces en temas fundamentales. Pero también son interesantes otros episodios menos conocidos, comos sus "hazañas" como Mitralleur de Lyon (matanzas y atentatos contra la iglesia) y sus actividades cuando le tocan horas bajas, especialmente en su ostracismo final a través de Praga, Linz y Trieste.

Otra cosa que tampoco conocía es que se le puede considerar el redactor del primer Manifiesto Comunista, aunque luego, como buen comunista, terminó forrado y además ennoblecido como Príncipe de Otranto. Por supuesto, esta riqueza no la ganó a base de negocios, sino más bien de comisiones en su etapa de proximidad a Barras (Directorio).

Es respecto de la corrupción que trata esta cita como os voy a dejar para terminar el post (sigue mi traducción)
"An allem kann man verdienen, wenn man nur flinke, freche Hände und Verbindungen zur Regierung hat. Aber unvergleichlich herrlich strömt eine Quelle vor allem: der Krieg"
(De todo se puede ganar dinero cuando se tiene una mano ligera y descarada, y relaciones con el Gobierno. Pero incomparablemente domina una fuente sobre todas: la Guerra)

sábado, 13 de enero de 2018

Cómo funciona la mente ("How the mind works"), de Steven Pinker

Segundo libro que leo del autor, tras el impresionante "The blank slate". Ya anticipo que no me ha parecido tan interesante ni tan novedoso como éste, posiblemente porque ya llevo bastante más leído sobre el tema.

El objetivo de Pinker en este libro no es tanto el que parece enunciar el título (esto, explicar cómo funciona el cerebro o la mente) sino más bien explicar de qué forma ese funcionamiento procede de los mecanismos evolutivos de los seres vivos. Se trata de mostrar cuáles son las hipótesis actuales sobre una explicación evolucionista del funcionamiento de la mente.

El punto de partida es la constatación de cómo al cerebro le resulta relativamente fácil solucionar problemas de extrema complejidad, como lo pruebas las dificultades de los ordenadores para resolverlos. Son problemas como la vista, el movimiento, el sentido común o, simplemente, el propósito o sentido de la vida. Pinker se entretiene extensivamente en mostrarnos problemas de la visión o el movimiento de los que posiblemente la mayoría no seamos conscientes.

Obviamente, lo siguiente será tratar de explicar cómo los resuelve el cerebro. Para ello, Pinker nos propone la llamada teoría computacional del cerebro (creo que generalmente aceptada) y rebate teorías alternativas para su funcionamiento propuestas por Searle (la habitación china) y Penrose (en "The Emperor's New Mind", al que ya dediqué una entrada). La teoría computacional del cerebro viene a decir que el cerebro funciona tratando información, esto es, expresiones simbólicas de la realidad de que nos rodea. Me apresuro a clarificar que ello no implica que la representación sea digital, o que el cerebro sea asimilable a un ordenador. Por ejemplo, Pinker postula que el cerebro utiliza simultáneamente diversas capas de símbolos, no solo una tipología. Así, cada concepto podría tener representaciones visual, fonológica, gramatical y mental (mentalese, llama a este idioma).

Con este punto de partida, la mente se construiría a través de "demonios" capaces de tareas algorítmicas sencillas, que se superponen sucesivamente o en paralelo, hasta poder resolver problemas complejos como los apuntados más arriba. Sobre el posible funcionamiento de estos demonios, Pinker no da demasiado detalle. Sí que nos explica, por ejemplo, las limitaciones de los procedimientos basados en redes neuronales para imitar el funcionamiento del cerebro: dichas redes son eficientes a la hora de generalizar, pero son muy malas con problemas como la individualización, la cuantificación o la composición (compositiveness), que también resuelve bien el cerebro.

En cualquier caso, nos dice Pinker, y aún en presencia de estos "demonios" tiene que haber algo más, pues los cálculos crudos requeridos para resolver problemas como la visión, serían muy costosos en términos de espacio, tiempo y energía. Por ello, Pinker sostiene que nuestro cerebro debe de tener "prefiguradas" algunas asunciones coherentes con el mundo que nos rodea. Por ejemplo, cohesión, continuidad, contacto de los objetos, para resolver el problema de la visión. Es precisamente la existencia de estas asunciones las que se usan para generar ilusiones ópticas (una vez más, en el campo de la visión, aunque imagino que en otros ámbitos se podrían generar otro tipo de ilusiones). A su vez, la existencia de estas asunciones se debería al proceso evolutivo de la especie humana y de su cerebro.

De hecho, se observa en otras muchas especies la capacidad de hacer cálculos sofisticados inaccesibles al cerebro humano. El ejemplo más elocuente de los citados por Pinker es el de la hormiga tunecina. Ello sería prueba de que el cerebro de cada especie se ha ido optimizando para un determinado procesado de información, y esto solo se puede explicar mediante la teoría de la evolución. En este contexto, el cerebro del hombre se habría optimizado para permitirle ocupar el llamado nicho cognitivo. Esto es, el cerebro del ser humano es el computacional por excelencia.
Y esto es así hasta el punto de que para Pinker, la capacidad científica, filosófica o estética de nuestro cerebro no deja de ser una adaptación secundaria del mismo, no evolutiva, para la que el cerebro no está completamente afinado: el cerebro evolucionó para que pudiéramos sobrevivir en un entorno hostil, no para que disfrutáramos de la música o reflexionáramos sobre el origen de las especies.

En cuanto al papel de las emociones, Pinker las atribuye la funcionalidad de decidir el propósito, nuestras metas, de priorizarlas en cada momento. Las emociones están en la cúspide los "demonios" y son las que "organizan" el trabajo de los mismos. ¿De dónde vienen las emociones? Pinker dedica bastante espacio a tratar su posible origen evolutivo, en una parte que me ha resultado muy redundante con lo ya leído en "The Blank Slate". Pinker aborda la tristeza, el miedo, el disgusto, la felicidad, entre otras. Y en particular, se detiene mucho en sus relaciones con las expresiones faciales, lo que a su vez tiene que ver con nuestra especial capacidad de reconocer caras (algo especialmente difícil dentro del problema general de la visión), y de identificar a su través los pensamientos ocultos de nuestros congéneres, algo en lo que también hemos tenido que especializarnos evolutivamente.

Pinker cierra el libro con una hipótesis sobre los límites de la comprensión del cerebro, afirmando que muchas de las preguntas que nos hacemos acerca de la mente (relacionadas con la conciencia y la sentiency) igual no podemos resolverlas, por la sencilla razón de que el cerebro no evolucionó para poder responderlas (no olvidemos que la filosofía es una adaptación secundaria, no la finalidad del cerebro según la evolución). Esta tesis coincide con lo que un servidor piensa al respecto, aunque yo había llegado a ella por la vía de la cibernética. Una de las leyes de esta disciplina establece que para controlar un sistema es necesario otro de mayor complejidad; por la misma razón, para entender un sistema necesitaríamos otro de mayor complejidad. En consecuencia, para entender la mente necesitaríamos un sistema de mayor complejidad, pero, desgraciadamente, solo disponemos de la mente para tal fin. Es parecido al tema de las dimensiones espaciales: los entes en 3-D podemos entender a los de 2-D, pero no al contrario.

En cuanto a contenidos, me detengo aquí, aunque son muchas más las ideas tratadas. Más adelante haré un recopilatorio de las que más me han interesado. A nivel de estilo, Pinker resulta muy entretenido. Hace un gran esfuerzo por contarnos en breve espacio, no solo los experimentos que han permitido "contrastar" las hipótesis que nos cuenta, sino también su fundamentación, necesaria para entender el experimento. Por ejemplo, los contrastes que se realizan mediante experimentación con bebés solo tienen sentido si sabes cómo reaccionan los bebés ante determinadas circunstancias.
En el debe, está que se empeñe en ser gracioso. Creo sinceramente que las bromas que hace para aligerar la lectura le sobran la mayor parte de las veces: interrumpen el flujo de la lectura sobre temas complejos, y además restan credibilidad a lo expuesto. Pinker no precisa de nuestra sonrisa para que sus explicaciones sean amenas y claras. La verdad es que hay veces que lo encuentro incluso irritante, pues me doy cuenta tarde de que era una gracieta algo que pensaba que era continuación de su razonamiento.

Pinker dedica una parte desproporcionada de su libro a un problema concreto, el de la visión. Seguramente es porque sea el más estudiado y explorado, pero la verdad es que a mí no me interesa tanto como otros muchos a los que luego dedica menos espacio, y menos hipótesis convincentes. Es cierto, no obstante, que puede resultar un ejemplo paradigmático de cómo la mente y los órganos han evolucionado conjuntamente para dar solución a un problema aparentemente irresoluble. Y ello sin contar la identificación de rostros, para la que, según Pinker, tendríamos un módulo especial.

Una vez superado este punto, Pinker nos da pinceladas de cómo funciona nuestro cerebro para la lógica, las matemáticas, la estadística, la psicología, la biología, así como de la psicología de la guerra, del amor, de los celos, de la reputación, del arte, de la música, del humor o de la religión. Siempre tratando de hacer una ingeniería inversa del cerebro, explicando como estos condicionantes han podido aparecer a partir de la evolución de los organismos. O, en otras palabras, porque ha sido más fácil la supervivencia de quienes tienen determinados rasgos que de quien carece de ellos. Ya digo que me han parecido siempre plausibles, pero alguna vez un poco inverosímiles (la tristeza?, el disgusto que nos da comer bichos?, la risa?).

Termino con dos ideas más, particulares, pero que no querría que se me perdieran:
- El arte no responde solo a la psicología de la estética, sino también al de la reputación.
- La relación entre el tamaño del varón y la de sus testículos, respecto a la relación número de machos-hembras. Curioso.

En resumen, un libro ameno con el que se puede aprender mucho de psicología y evolución, sobre todo si nos ha leído nada del tema.