sábado, 13 de enero de 2018

Cómo funciona la mente ("How the mind works"), de Steven Pinker

Segundo libro que leo del autor, tras el impresionante "The blank slate". Ya anticipo que no me ha parecido tan interesante ni tan novedoso como éste, posiblemente porque ya llevo bastante más leído sobre el tema.

El objetivo de Pinker en este libro no es tanto el que parece enunciar el título (esto, explicar cómo funciona el cerebro o la mente) sino más bien explicar de qué forma ese funcionamiento procede de los mecanismos evolutivos de los seres vivos. Se trata de mostrar cuáles son las hipótesis actuales sobre una explicación evolucionista del funcionamiento de la mente.

El punto de partida es la constatación de cómo al cerebro le resulta relativamente fácil solucionar problemas de extrema complejidad, como lo pruebas las dificultades de los ordenadores para resolverlos. Son problemas como la vista, el movimiento, el sentido común o, simplemente, el propósito o sentido de la vida. Pinker se entretiene extensivamente en mostrarnos problemas de la visión o el movimiento de los que posiblemente la mayoría no seamos conscientes.

Obviamente, lo siguiente será tratar de explicar cómo los resuelve el cerebro. Para ello, Pinker nos propone la llamada teoría computacional del cerebro (creo que generalmente aceptada) y rebate teorías alternativas para su funcionamiento propuestas por Searle (la habitación china) y Penrose (en "The Emperor's New Mind", al que ya dediqué una entrada). La teoría computacional del cerebro viene a decir que el cerebro funciona tratando información, esto es, expresiones simbólicas de la realidad de que nos rodea. Me apresuro a clarificar que ello no implica que la representación sea digital, o que el cerebro sea asimilable a un ordenador. Por ejemplo, Pinker postula que el cerebro utiliza simultáneamente diversas capas de símbolos, no solo una tipología. Así, cada concepto podría tener representaciones visual, fonológica, gramatical y mental (mentalese, llama a este idioma).

Con este punto de partida, la mente se construiría a través de "demonios" capaces de tareas algorítmicas sencillas, que se superponen sucesivamente o en paralelo, hasta poder resolver problemas complejos como los apuntados más arriba. Sobre el posible funcionamiento de estos demonios, Pinker no da demasiado detalle. Sí que nos explica, por ejemplo, las limitaciones de los procedimientos basados en redes neuronales para imitar el funcionamiento del cerebro: dichas redes son eficientes a la hora de generalizar, pero son muy malas con problemas como la individualización, la cuantificación o la composición (compositiveness), que también resuelve bien el cerebro.

En cualquier caso, nos dice Pinker, y aún en presencia de estos "demonios" tiene que haber algo más, pues los cálculos crudos requeridos para resolver problemas como la visión, serían muy costosos en términos de espacio, tiempo y energía. Por ello, Pinker sostiene que nuestro cerebro debe de tener "prefiguradas" algunas asunciones coherentes con el mundo que nos rodea. Por ejemplo, cohesión, continuidad, contacto de los objetos, para resolver el problema de la visión. Es precisamente la existencia de estas asunciones las que se usan para generar ilusiones ópticas (una vez más, en el campo de la visión, aunque imagino que en otros ámbitos se podrían generar otro tipo de ilusiones). A su vez, la existencia de estas asunciones se debería al proceso evolutivo de la especie humana y de su cerebro.

De hecho, se observa en otras muchas especies la capacidad de hacer cálculos sofisticados inaccesibles al cerebro humano. El ejemplo más elocuente de los citados por Pinker es el de la hormiga tunecina. Ello sería prueba de que el cerebro de cada especie se ha ido optimizando para un determinado procesado de información, y esto solo se puede explicar mediante la teoría de la evolución. En este contexto, el cerebro del hombre se habría optimizado para permitirle ocupar el llamado nicho cognitivo. Esto es, el cerebro del ser humano es el computacional por excelencia.
Y esto es así hasta el punto de que para Pinker, la capacidad científica, filosófica o estética de nuestro cerebro no deja de ser una adaptación secundaria del mismo, no evolutiva, para la que el cerebro no está completamente afinado: el cerebro evolucionó para que pudiéramos sobrevivir en un entorno hostil, no para que disfrutáramos de la música o reflexionáramos sobre el origen de las especies.

En cuanto al papel de las emociones, Pinker las atribuye la funcionalidad de decidir el propósito, nuestras metas, de priorizarlas en cada momento. Las emociones están en la cúspide los "demonios" y son las que "organizan" el trabajo de los mismos. ¿De dónde vienen las emociones? Pinker dedica bastante espacio a tratar su posible origen evolutivo, en una parte que me ha resultado muy redundante con lo ya leído en "The Blank Slate". Pinker aborda la tristeza, el miedo, el disgusto, la felicidad, entre otras. Y en particular, se detiene mucho en sus relaciones con las expresiones faciales, lo que a su vez tiene que ver con nuestra especial capacidad de reconocer caras (algo especialmente difícil dentro del problema general de la visión), y de identificar a su través los pensamientos ocultos de nuestros congéneres, algo en lo que también hemos tenido que especializarnos evolutivamente.

Pinker cierra el libro con una hipótesis sobre los límites de la comprensión del cerebro, afirmando que muchas de las preguntas que nos hacemos acerca de la mente (relacionadas con la conciencia y la sentiency) igual no podemos resolverlas, por la sencilla razón de que el cerebro no evolucionó para poder responderlas (no olvidemos que la filosofía es una adaptación secundaria, no la finalidad del cerebro según la evolución). Esta tesis coincide con lo que un servidor piensa al respecto, aunque yo había llegado a ella por la vía de la cibernética. Una de las leyes de esta disciplina establece que para controlar un sistema es necesario otro de mayor complejidad; por la misma razón, para entender un sistema necesitaríamos otro de mayor complejidad. En consecuencia, para entender la mente necesitaríamos un sistema de mayor complejidad, pero, desgraciadamente, solo disponemos de la mente para tal fin. Es parecido al tema de las dimensiones espaciales: los entes en 3-D podemos entender a los de 2-D, pero no al contrario.

En cuanto a contenidos, me detengo aquí, aunque son muchas más las ideas tratadas. Más adelante haré un recopilatorio de las que más me han interesado. A nivel de estilo, Pinker resulta muy entretenido. Hace un gran esfuerzo por contarnos en breve espacio, no solo los experimentos que han permitido "contrastar" las hipótesis que nos cuenta, sino también su fundamentación, necesaria para entender el experimento. Por ejemplo, los contrastes que se realizan mediante experimentación con bebés solo tienen sentido si sabes cómo reaccionan los bebés ante determinadas circunstancias.
En el debe, está que se empeñe en ser gracioso. Creo sinceramente que las bromas que hace para aligerar la lectura le sobran la mayor parte de las veces: interrumpen el flujo de la lectura sobre temas complejos, y además restan credibilidad a lo expuesto. Pinker no precisa de nuestra sonrisa para que sus explicaciones sean amenas y claras. La verdad es que hay veces que lo encuentro incluso irritante, pues me doy cuenta tarde de que era una gracieta algo que pensaba que era continuación de su razonamiento.

Pinker dedica una parte desproporcionada de su libro a un problema concreto, el de la visión. Seguramente es porque sea el más estudiado y explorado, pero la verdad es que a mí no me interesa tanto como otros muchos a los que luego dedica menos espacio, y menos hipótesis convincentes. Es cierto, no obstante, que puede resultar un ejemplo paradigmático de cómo la mente y los órganos han evolucionado conjuntamente para dar solución a un problema aparentemente irresoluble. Y ello sin contar la identificación de rostros, para la que, según Pinker, tendríamos un módulo especial.

Una vez superado este punto, Pinker nos da pinceladas de cómo funciona nuestro cerebro para la lógica, las matemáticas, la estadística, la psicología, la biología, así como de la psicología de la guerra, del amor, de los celos, de la reputación, del arte, de la música, del humor o de la religión. Siempre tratando de hacer una ingeniería inversa del cerebro, explicando como estos condicionantes han podido aparecer a partir de la evolución de los organismos. O, en otras palabras, porque ha sido más fácil la supervivencia de quienes tienen determinados rasgos que de quien carece de ellos. Ya digo que me han parecido siempre plausibles, pero alguna vez un poco inverosímiles (la tristeza?, el disgusto que nos da comer bichos?, la risa?).

Termino con dos ideas más, particulares, pero que no querría que se me perdieran:
- El arte no responde solo a la psicología de la estética, sino también al de la reputación.
- La relación entre el tamaño del varón y la de sus testículos, respecto a la relación número de machos-hembras. Curioso.

En resumen, un libro ameno con el que se puede aprender mucho de psicología y evolución, sobre todo si nos ha leído nada del tema.








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