miércoles, 29 de enero de 2020

Solo en Berlin ("Jeder stirbt für sich allein"), de Hans Fallada

Una estupenda sorpresa tanto el libro como el autor. Llego a él por una referencia de Steven Pinker en su "Better angels of our nature", creo. Y la verdad es que no ha sido lo que me esperaba, desde el mismo principio.

Y es que realmente no recuerdo lo que me esperaba. Así que me centraré en lo que he encontrado. La novela comienza con un estilo decididamente costumbrista. Estamos en Alemania de Hitler y ya ha empezado la guerra. Las primera parte es una narración muy costumbrista, en que Fallada describe el modo de vida de muchos ejemplares típicos de la época. Todos ellos, actúan como fondo para la trama principal, aunque tampoco está clara que dicha trama lo sea. Conoceremos a los Persickes (familia de nazis), los Kluge (clase baja afín al nazismo), los Borkhause (típicos mataos), la señora Rosenthal (judia, con pocas apariciones, claro), al juez Fromm, a la desengañada jovencita Trudel Baumann y, por supuesto, a los verdaderos protagonistas de la historia, los Quangel, Otto y Anna. Más tarde entrará en acción un comisario, Escherich, que es digno del Janvert del Victor Hugo.

Fallada nos cuenta así cómo transcurre la vida en el Berlin nazi durante la guerra. El panorama es desolador. Todas las familias están destrozadas de una forma u otra, sean afines o no al régimen. Además, es aparente otro rasgo que ya había visto reflejado en otras narraciones: el dominio de los jóvenes y su absoluto desprecio por su experiencia y edad. El nuevo hombre de Hitler no rendía cuentas ni a sus padres. Lo más interesante del libro es que Fallada no nos cuenta la terrible vida de los judíos, algo a lo que ya estamos acostumbrados. No, Fallada se centra en la vida de los propios alemanes, y nos muestra cómo es solo ligeramente mejor que la de los judíos.

El caso es que los Quangel, tras recibir noticia de la muerte de su hijo en combate, deciden ofrecer algún tipo de resistencia al régimen. Pero que nadie espere heroicidades: los Quangel son unos señores mayores acostumbrados a una vida discreta. Y el plan de Otto consiste en escribir tarjetones de denuncia y depositarlos anónimamente en casas de Berlin. Su esperazan es que dichos tarjetones circulen y los berlineses conozcan la verdad sobre el régimen. Su primer mensaje es "Mutter, der Fuhrer hat mir meine Sohn ermordet" ("Madre, el Fuhrer ha asesinado a mi hijo").

Por supuesto, la eficacia de tal plan es fácilmente imaginable, incluso en el mejor caso. Pero pese a la ridiculez de la amenaza, entra en acción la policía, en concreto el comisario Escherich ya citado. Cobra vida un mapa de Berlin en que va colocando banderitas en los lugares donde se encuentran las tarjetas, y así nos enteramos de que casi todo el trabajo de los Quangel no ha circulado en absoluto, sino que ha terminado inmediatamente en las manos de la policía. Y es que la gente tiene miedo incluso de tocar las tarjetas, como revela un diálogo entre un actor y un abogado que han encontrado el objeto.

El caso es que la acción pasa a centrarse en las pesquisas de Escherich, pero sobre todo en la relación con sus superiores de la GESTAPO o de las SS, esto es, los políticos. Aquí se muestra en toda su crudeza el régimen, y sitúa al policía en un bando intermedio entre el bien y el mal, que le lleva de facto a ser opositor del régimen nazi (por no encontrar rápidamente al culpable), a sufrir acoso violento por parte de su superior e incluso a la cárcel (sin dientes, eso sí). Confieso que es la primera vez que me tropiezo con un personaje en tesitura similar: el que parece que es el malo, pero hay uno por ahí que le hace bueno. Escherich saldrá de la cárcel con tiempo para atrapar a los Quangel, y llevar a cabo un suicidio a la Janvert tras su "éxito".

Y eso nos llevará a la tercera parte del libro, sin duda la mejor, aunque también, o por eso, la más terrible. Al comienzo, Fallada nos situará a todos los personajes del libro en su casilla de salida, como hacen las series en los capítulos importantes. Y es que Fallada, aún no lo he dicho, escribe muy, muy bien. Es un placer su lectura, lírica por momentos incluso en una narración tan a ras de suelo.

En esta tercera parte asistiremos al encarcelamiento, juicio y ejecución de los Quangel. El juicio es quizá la escena más interesante y mejor del libro, y contemplaremos en toda su magnitud la falsedad del régimen: ni el abogado defensor se atreve a defender a sus clientes. Para más inri, ni siquiera era necesario, pues los Quangel confiesan nada más empezar; pero es que el juez no quiere perdérselo. De esta pantomima de juicio me quedo con esta frase: "deren Verbrechen darin bestand, ihr Vaterland mehr geliebt zu haben, als es die verurteilenden Richter taten." ("donde los criminales mostraban haber amado su patria más de lo que el juez que les sentenciaba")

Son momentos muy dramáticos los interrogatorios a ambos cónyuges, sobre todo a Anna, que inocentemente desliza algunos nombres a las preguntas que le hacen. La policía cogerá esos nombres y los convertirá a su vez en cómplices del delito de los Quangel (que, no se olvide, era la confección y distribución de tarjetas manuscritas): ello destrozará la vida de un par de personajes adicionales. Desgraciadamente, Anna vivirá para ser consciente de las consecuencias de su declaración.

Y para la prisión y la espera de la ejecución de la pena capital, tenemos un fino análisis psicológico. En efecto, el antiguo juez Fromm, exvecino de los Quangel, es capaz de deslizar a ambos condenados una capsula de veneno. Ello les proporciona a ambos un sentimiento íntimo de libertad, que Fallada disecciona de forma magistral, aunque en cada personaje lleva a un sitio diferente.

Por su parte, Otto renuncia a pedir cualquier tipo de indulto, pero los padres de Anna, enterados de la situación, sí que se lo solicitan al "amado" Fuhrer, en quien confían, al que no creen capaz de haber condenado a muerte a su hija. Desgraciadamente, no tendrán respuesta, pues "Er war im Großen Hauptquartier, damit beschäftigt, Söhne umzubringen, er hatte keine Zeit, Eltern zu helfen, die im Begriff standen, ihre Kinder zu verlieren." ("Estaba en sus cuarteles generales ocupado en matar hijos, y no tenía tiempo para ayudar a los padres que estaban en riesgo de perder a sus hijos").

Uno de los momentos más emocionantes nos lo brinda la convivencia en prisión de Otto con un prisionero político de clase alta. Otto aprenderá mucho de él, y recibirá el consuelo y el sentido de su vida y su acción gracias a este párrafo maravilloso, del que supongo que sale el título de la novela:
"So haben wir alle einzeln handeln müssen, und einzeln sind wir gefangen, und jeder wird für sich allein sterben müssen. Aber darum sind wir doch nicht allein, Quangel, darum sterben wir doch nicht umsonst. Umsonst geschieht nichts in dieser Welt, und da wir gegen die rohe Gewalt für das Recht kämpfen, werden wir am Schluß doch die Sieger sein."
 
Lo traduzco: "Así hemos debido actuar por separado, y por separado somos prisioneros, y cada uno debe morir solo. Pero por eso no estamos solos, Quangel, por eso no morimos en vano. En vano no ocurre nada en este mundo, y porque luchamos a favor de la razón contra la cruda violencia, al final seremos los vencedores". Que suena un poco a lo que le dice Gandalf a Frodo en una de mis frases preferidas del Señor de los Anillos, cuando se está quejando de los tiempos que les ha tocado vivir: "So do I, and so do all who live to see such times. But that is not for them to decide. All we have to decide is what to do with the time that is given us."

En suma, magnífica novela de Hans Fallada, y estupendo autor del que habrá que leer más cosas. 

1 comentario:

Kal Zakath dijo...

Hola Ferhergón, quiero contactar contigo. Mi mail es kalzakath1@gmail.com

Saludos y gracias de antemano.