lunes, 20 de abril de 2020

Y Julia retó a los dioses, de Santiago Posteguillo

El señor Posteguillo lo ha vuelto a hacer, qué grande es. Ya no recuerdo la última vez que devoré una novela con la fruición con la que me he comido esta. 800 páginas en 4 días. No sé si hace falta decir mucho más para dejar claro que esta novela me ha entusiasmado.

A Posteguillo le descubrí al mismo tiempo que a Escipión el Africano (y en general a la historia de Roma) en la trilogía que dedicó al famoso personaje ex-aequo con Anibal. Son unas novelas maravillosas, sobre todo la segunda, en la que la novela histórica alcanza su máximo exponente, para mí a nivel mundial, no solo de España. La serie que luego dedicó a Trajano flojeó bastante, y Yo Julia, sin ser mala novela, me pareció oportunista al hilo del feminismo de moda.

Todo ello hacía no me motivara especialmente esta lectura, aunque tarde o temprano iba a acometerla. Llegado el momento, y con cierta pereza por la extensión del volumen, la comencé. Y lo primero que me encontré fue una absurda asamblea de dioses romanos debatiendo sobre pruebas a poner a la emperatriz Julia, protagonista del libro. No me podía creer este episodio en una novela histórica, y pensé que don Santiago se nos había echado a perder definitivamente.

Pero lo superé, y llegué al diario de Galeno, y empezó de verdad la novela, y yo me quedé atrapado en la historia. Sí, es cierto que de vez en cuando será interrumpida por la estúpida asamblea divina; y que, llegando el final, tendremos también que aguantar algunas comparecencias en la laguna Estigia y de Caronte. Pero cuando llega todo eso, ya uno no puede dejar de leer, y solo desea que pasen cuanto antes esas distracciones.

Para más mérito de Posteguillo, su ámbito de narración cambia espectacularmente. Recuérdese que lo más destacado en su obras previas son, precisamente, la descripción de las batallas, con imborrable recuerdo de la de Zama. En la trilogia de Trajano y en Yo Julia, las batallas no son, ni de lejos, tan épicas, en parte por falta de genios militares del nivel de Anibal y Escipión. Esa carencia se notaba en los libros.

Pues bien, en esta novela Posteguillo abandona el tema bélico (alguna batalla habrá, pero no se concentra demasiado en ellas) y se nos va a la distancia corta, allí "donde un hombre se la juega", como decía el anuncio. Esta es una novela de intrigas palaciegas sobre todo, al estilo de Yo, Claudio.
Tendremos a Julia enfrentada con sucesivos "malos": Plauciano sobre todo; el enfrentamiento de sus hijos Caracalla y Geta; el control del primero, y a Opelio Macrino como indigno enemigo final (sobre todo en comparación con Plauciano). Ninguna victoria la obtendrá en el campo de batalla, todo será a base de táctica cortesana e intrigas de poder, luchando con las mismas armas que sus rivales, incluso desde la muerte. Casi se me olvidaba, también tendrá que vencer a la viruela o peste Antonina en las profunidades de Egipto, lo que no deja de ser tema de actualidad.

Lo cual me lleva a Galeno. A Posteguillo le gusta meter personajes científicos-culturales en sus novelas, no solo de batallas e intrigas vivían los romanos. En la trilogía de Escipión nos acompaña el dramaturgo Plutarco, mientras que en la de Trajano, lo hace Apolodoro de Damasco. Aquí es Galeno el elegido, y es quizá la vez que más incardinado está el personaje "cultural" con la trama de poder. Enhorabuena a Posteguillo por ello. No puede dejar de llamar la atención sobre la ironía que hay al final en el diálogo entre Caronte y Galeno: Caronte se queja de que los humanos no dejen desarrollar las investigaciones científicas al médico. No sé si el propio Posteguillo se habrá dado cuenta de la paradoja.

Pero vamos con las intrigas. Como bien aprendemos de Julia, en Roma la cuestión no está entre ganar o perder, si no entre ganar o morir. Quien se mete en estos juegos cortesanos, saber que no hay opción a la derrota: todos los personajes de la novela lo sufrirán en sus carnes, incluidos los aparecidos en el último momento, como la mujer e hijo de Opelio Macrino (el césar Diomediano). Por ello, se palpa la tensión en prácticamente todos los momentos gracias la magistral narración de Posteguillo.

Una cosa tienen todos clara, y ay del que no. En esos momentos, el poder en Roma lo tiene quien controla al ejército. El Senado está casi de adorno, y los pretorianos, sobre quienes construyeron su poder Comodo y otros emperadores anteriores, han perdido en influencia. La clave para mantenerse en el poder es que las legiones estén contentas y eso supone que estén bien pagadas. La cuestión del origen de tal dinero no la aborda en general Posteguillo, salvo en los momentos del enfrentamiento con Opelio y el comienzo de las campañas de Caracalla contra los Partos. Es aquí cuando Julia decide extender la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio, acompañada, eso sí, del consiguiente pago de impuestos.

Como digo, Posteguillo recrea de forma espectacular algunas de las intrigas palaciegas que pueblan la novela. ¿Recuerda alguien los discursos de Fabio Máximo contra Escipión en el Senado? Bueno, pues el mismo relamer de lengua sentirá cuando vea a Julia acercarse al salón regios de la Domus Flavia cuando sus dos hijos, Caracalla y Geta, mortalmente enfrentados, han decidido repartirse el Imperio. Y el discurso de Julia estará a la altura de las expectativas. Magníficas son también otras escenas, como el apaciguamiento de Caracalla en Alejandría, y la forma de manipular a éste desde adolescente contra Plauciano (dicho sea de paso, eso tendrá la consecuencia de genera animadversión en Geta).

La maniobra que pergeña Julia para conseguir la paz con los Partos es de giro argumental de serie de las buenas. Lo que fue una pena, para el imperio romano, es que no llegará a eclosionar por la burda actuación de su hijo, Caracalla. Desconozco el rigor histórico de estos acontecimientos pero, si de verdad esto se le ocurrió a esta señora, con todo los emperadores que hubo y algunos tan listos, he de concluir que estaríamos mejor gobernados por mujeres. Los hombres valemos para expandir el imperio, pero son las señoras las que nos pueden enseñar a convivir y crear riqueza. Sí, ya sé que es demasiado extrapolar, pero es que cuando pienso en Pedrito y Pablito, preferiría mil veces estar en manos de Nadia y Margarita. Seguro que tendrían consideraciones más prácticas para salir de esta crisis y menos de buscar el enfrentamiento.

Lo cual no quita para que Julia deseche los escrúpulos si es necesario: "El cobarde, el vil, el miserable nunca entiende que alguien pueda decidir enfrentársele con sus mismas armas, con el mismo odio, con las mismas artimañas traidoras."

Termino con dos detalles curiosos, por distintos motivos. El primero es el origen de la expresión "ABRACADABRA", que resulta ser el tratado de un tal Quinto Samónico, consejero de Geta y verdadero charlatán de feria, que le sugiero llevar en el cuello un papelito con esta palabra escrita en forma de triángulo.
 
El segundo es que me parece haber pillado en error a Posteguillo, aunque me temo que el error se vuelva contra mí. Y es que en una de esas asambleas de los dioses que le sobran, nos casca que  Selene es el equivalente griego de la diosa romana Diana. Yo siempre había creído que era Artemisa la diosa griega de la caza, por lo que me llamó la atención y contrasté con Internet. Y resulta que el equivalente romano de Selene es Luna (cosa que ya sabía, de ahí que se llame selenitas a los habitantes de la luna). Así que, ¿puede haberse equivocado en esto don Santiago?
 
En todo caso, lean esta novela. 







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