viernes, 4 de septiembre de 2020

Ana Karenina, de Leon Tolstoi

No hacen falta demasiadas presentaciones de Leon Tolstoi, el mejor escritor de todas las Rusias. Esta novela, una de sus dos grandes, la leí en mi juventud, pero confieso que no recordaba prácticamente nada. Era cuestión de tiempo que abordara su relectura, tras haber leído hace ya unos añitos su otra gran novela, la magnífica Guerra y Paz, que para mí está entre las mejores de la historia, junto con Los Miserables, El Quijote o El señor de los Anillos.

 Lo que me he encontrado era lo esperado, una estupenda novela, pero al tiempo sorprendente. En efecto, Ana Karenina carece de la dimensión épica que tiene Guerra y Paz, que quizá fue lo que más me atrajo. Por el contrario, su dimensión es eminentemente íntima: se pasa de la descripción detallada de batallas y ejércitos, a la pormenorizada de sentimientos y pensamientos de los personajes. Y Tolstoi también triunfa en este embate, como corresponde con su merecido reconocimiento universal. Eso sí, se trata de una novela larga, por muy intimista que sea, aunque no llega a la extensión de la otra.

Dos son los protagonistas principales: Ana Karenina, bellísima mujer que se separa de su marido e hijo para vivir la pasión con su amante; y Constantin Levin, terrateniente acosado por dudas existenciales y de gestión empresarial. Ambos tienen su contraparte, Vronsky, el amante de la Karenina, y Kitty, la amada y finalmente esposa de Levin. Y, junto a ellos, una plétora de personajes de desigual importancia, pero a los que todos da Tolstoi su rasgo distintivo y su fino análisis psicológico cuando es necesario. Es un gran mérito de Tolstoi la facilidad con que introduce nuevos personajes en la novela, y cómo les sitúa en la estructura de relaciones de la misma, sin que el lector se pierda en ningún momento. De entre todos ellos, resultará difícil que alguno concite más simpatías que el gran Oblonsky, marido de Dolly (por tanto, cuñado de Kitty), hermano de Ana y, en general, caradura. Con él se abrirá la novela.

Como digo, lo más destacado de la narración es la disección psicológica que hace Tolstoi de la reacción de los personajes. Hay momentos magistrales, como cuando se mete en la cabeza de Karenin, el marido de Ana, para tratar de explicarnos sus celos y las causas de su actuación y reacción ante lo ocurrido con su mujer, simbolizado en la puerta cerrada de la habitación de Ana. Los sentimientos de culpabilidad de Ana respecto a su marido y a su hijo están presentes en toda la novela, aunque de forma muy diversa y contradictoria: "acusándolo de todo lo que de malo podía encontrar en él, no perdonándole nada por aquella terrible bajeza de que ella era culpable ante su marido." También nos acompañarán en el momento del perdón, transitorio, de Karenin, y, sobre todo, en los últimos momentos de la vida de Ana, donde su desesperación hace verdaderas olas sentimentales entre el amor y el odio. Es un final que me recuerda al de Miau, de Pérez Galdós, en que Ramón Villaamil llega a pensar que ni el suicidio le va a salir bien.

La causa de los males de Ana es Vronsky, noble de alta alcurnia y amante de la vida fácil, que se mete en un buen lío por gozar del amor de Karenina. "Llevar un paquete en la mano y hacer algo a la vez no es posible, pero sí lo es si te lo echas a la espalda. El matrimonio es así.", le dice un amigo para explicarle cómo proceder si quiere mantener su ritmo de vida. Parte de este ritmo lo constituye la cría de caballos de competición, lo que dará a Tolstoi disculpa para una escena costumbrista asistiendo a las carreras en el hipódromo de San Petersburgo. De Vronsky nos dice Tolstoi que "Sus reglas definían claramente que debía pagar a los fulleros y no al sastre; que no debía mentir a los hombres, aunque sí podía mentir a las mujeres; que no era lícito engañar a nadie, mas sí a los maridos; que era imposible perdonar las ofensas y que estaba permitido ofender", reglas trastocadas completamente por el amor a Karenina. Claro, que su amiguete Yachvin era aún peor "jugador y libertino, de quien no podía decirse que fuera un hombre sin principios, porque profesaba principios francamente inmorales", donde brilla uno de los escasos rasgos de ironía de Tolstoi. En Vronsky vemos la tensión entre amor y vida conyugal, entre imaginación y realidad, genialmente resumida por don Leon: "¡Eterna equivocación del hombre que espera la felicidad del cumplimiento de sus anhelos!"

Frente al dúo Ana-Vronsky, se alza el de Levin-Kitty, aunque con clara asimetría en el interés de los personajes, al menos para mí, ya que, si bien Levin me parece el personaje más interesante de la novela, Kitty ofrece pocos rasgos de interés, una vez superada la tensión inicial de su amor por Vronsky (gracias a la Karenina, claro). En cambio Levin ofrece dos facetas a cual más interesante, que convergen al final de la novela, literalmente en su último capítulo y párrafo.

 Por un lado, tenemos la inquietud existencialista de Levin: cuál es el sentido de la vida, qué hacer para ser feliz, cuál es su papel en la sociedad. "Acaso soy feliz porque me contento con lo que tengo y no me aflijo por lo que me falta —dijo Levin pensando en Kitty." quizá con remordimiento porque sus actividades rurales le tienen constantemente entretenido y ocupado. Por otro lado, está su preocupación por cómo mejorar el interés común, por ejemplo, con el desdeño inicial por el Zemtsvo. Levin da excusa a Tolstoi para mostrar sus conocimientos sobre las tendencias económicas, sociales y políticas del momento, incluyendo disquisiciones sobre el comunismo, el trabajo en el campo, el uso de nuevas técnicas frente a las tradicionales o el papel del empresario. Miren esta opinión: "El señor no hace nada; el campesino trabaja, justo es que despoje al ocioso. Esto está en el orden natural de las cosas, y a mí me parece muy bien; me satisface incluso. Pero me indigna que la nobleza se arruine por candidez."

De sus lecturas económicas, Levin no sabe muy bien a qué atenerse, quizá como el propio Tolstoi en ese momento:  "La economía política decía que las leyes que regían y determinaban la riqueza europea eran leyes generales a indudables, mientras la escuela socialista afirmaba que el desarrollo según aquellas leyes conduce a la ruina."
 
Todas sus inquietudes se verán respondidas en los últimos compases de la novela, donde constata la eficacía de sus acciones para su comunidad ahora que únicamente se preocupa por Kitty, sus hijos y su propiedad. Al haber abandonado el interés común como guía de sus acciones, paradójicamente le va mejor, no solo a él, sino a los que trataba de ayudar. Un economista habrá identificado en este pasaje a la mano invisible de Adam Smith y más en general la eficiencia económica de las relaciones libres.
 
Pero el momento estelar, el que pone fin a la crisis existencialista de Levin y, como dije, casi al libro es este:  "«¿Dónde lo he recogido? ¿He llegado por el razonamiento a la conclusión de que hay que amar al prójimo y no causarle daño? Me lo dijeron en mi infancia y lo creí, feliz al confirmarme los demás lo que yo sentía en mi alma. ¿Y quién me lo descubrió? No lo descubrió la razón. La razón ha descubierto la lucha por la vida y la necesidad de aplastar a cuantos me estorban la satisfacción de mis necesidades. «Tal es la deducción de la razón. La razón no ha descubierto que se amase al prójimo, porque eso no es razonable.»"
 
O, en términos hayekianos, Levin y Tolstoi descubren que la única forma de conseguir el bien general es con la "rule of law" (ley del Bien para Levin). Y que, además, esta rule of law no se puede construir con la razón (con lo que destruye a Rousseau y, en general, a los positivistas), no procede de la razón, si no de algún otro sitio, la costumbre o la religión, no acaba Tolstoi de tenerlo claro. En términos jocosos, podríamos decir que Levin termina haciéndose "austriaco".

Sería absurdo que yo recomendase esta novela, una de las clásicas de todos los tiempos, o sea, que se lleva recomendando desde hace más de un siglo. Así que no lo haré... otra vez. Me gustaría decir que seguiré leyendo a Tolstoi, pero creo que lo tengo bastante agotado. Así que leanlo ustedes también, y disfruten, que no les de miedo la anchura del mamotreto, que se pasa volando.

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