lunes, 18 de octubre de 2021

Los vencejos, de Fernando Aramburu

Fue Patria la novela que puso a Aramburu en mi radar. Aunque me da algo de pereza que sea con efectos retroactivos (esto es, leer la obra previa de este autor), sí voy a estar atento a la producción nueva, empezando por "Los vencejos", la primera novela tras Patria. Y su lectura no ha hecho más que ratificarme en esta decisión.

"Los vencejos" no tiene nada que ver con Patria, salvo en ese estilo narrativo que utiliza, que yo llamaría desordenado. En vez de contarte los sucesos de una forma lineal, Aramburu opta por ir dando trazos de los mismos en espiral, por así decirlo. Te cuenta un poco aquí y un poco allá, pero con el suficiente talento como para que al final te quede un paisaje coherente de lo sucedido.

En esta ocasión, el planteamiento es el siguiente: el narrador ha decidido suicidarse justo un año después del comienzo del libro, y ésta consiste en las anotaciones diarias que el narrador se compromete a hacer hasta llegado ese momento. Así, todo comienza el 1 de agosto y terminará el 31 de julio del siguiente año. Las anotaciones consistirán típicamente en recuerdos de su vida familiar y conyugal, aunque poco a poco se irán deslizando hacia el presente y a lo que le ocurre cada día, que cobran peso conforme avanza el libro. Junto a ellas hay, de vez en cuando, alguna reflexión general o sobre acontecimientos del momento, muchas de ellas con bastante miga.

Y la verdad es que la narración es la de un tipo normal y corriente, quizá con peor suerte de lo normal en sus relaciones personales. Cree odiar y ser odiado por prácticamente todas las personas con las que ha tenido relación, quizá con la excepción de su madre: su padre, su hermano Raúl, su ex-mujer y su hijo ("De hecho, ya en mi infancia quería ser de mayor padre para pegarles a mis hijos."). Solo tiene un amigo, al que llama Patachula en la narración, además de un perro y de una muñeca hinchable, Tina. Por ello, la novela discurre mucho tiempo, sobre todo al principio, por territorios oscuros y pesimistas, recordando en cierta forma a otra que leí recientemente, The appointment, de Katharina Volckmer. Una frase que refleja el existencialismo a que me refiero: "En esto consiste la madurez, en resignarse a hacer un día y otro y otro, hasta la jubilación e incluso más allá, lo que a uno no le apetece. Por conveniencia, por necesidad, por diplomacia, pero sobre todo por una cobardía que se va convirtiendo en hábito."

Las reflexiones son, aunque bien escritas, las que cabe esperar de una persona normal y corriente, e imagino que muchos lectores se identificarán con algunas o incluso muchos de ellas. Y ello hace que surja el interrogante de hasta qué punto esta es una novela con mucha carga autobiográfica, con las implicaciones que se desprenden, por ejemplo, de la minuciosa descripción que hace de su relación con Tina.

El talento narrativo de Aramburu se puede apreciar muy bien en lo poco que necesita para introducir buenas dosis de suspense en su narración, aunque sea a base de acontecimientos domésticos. Así, tenemos las misteriosas notas anónimas recibidas por el protagonista, que ha atesorado durante años, y a las que va dando salida en los momentos adecuados. Aramburu consigue perfectamente que el lector comparta la incertidumbre del narrador, y desee también saber quién las escribe. Otro "misterio" tiene que ver con una mamá estupenda llamada Diana Martín.

De las reflexiones sobre política hay algunas que merecen la pena. Esta, por divertida: "Yo milito desde hace largos años en el PPES, en el Partido de los que Prefieren Estar Solos, donde no desempeño cargo alguno. Lo integra un solo militante, yo, y ni siquiera soy el jefe. Todo el programa de mi partido se reduce a un lema: Dejadme en paz." Y esta otra, por su rabiosa actualidad: "Ahora los gobernantes se meten a regular con propósito restrictivo nuestros sentimientos como quien dicta las normas del tráfico. Da un poco de asco esta época."; de hecho, se están metiendo ahora mismo a regular lo que tenemos que pensar sobre la Guerra Civil y la Segunda República.

Sobre las religiones, esta descarnada: "No hay mayor fraude ético que la negación de la muerte. Me reafirmo en el convencimiento de que la ilusión de inmortalidad está en la base de las peores tragedias colectivas. Vivir en función de una Idea, qué horror, aunque sea un horror susceptible de aportar consuelo. Sacrificar congéneres para que prospere una Idea y perpetuarse en ella, qué asco." También esta: "¿Y para qué me ha servido ser infeliz? Para nada. «No creo que exista superioridad mental alguna en el hecho de ser desgraciado.»" o esta: "No siento obligación ninguna de ser feliz. Le tengo alergia al concepto de utopía. Lo mismo digo de las tierras prometidas, los paraísos sociales y la paleta habitual de engañifas a menudo preconizadas por famosos intelectuales."

Hay mucho escrito sobre las relaciones entre hombres y mujeres, y no precisamente desde un punto de vista positivo, ya que la mayor parte de las reflexiones tienen su origen en la relación con su ex. Así: "Me figuro de pronto que esta escena es uno de tantos lances de la guerra inmemorial entre hombres y mujeres, librada en una sucesión infinita de batallas a dos en todo el mundo; guerra, con resultado incierto, que durará lo que dure la especie."

Con la siguiente imagino que se identificaran todos los varones que alguna vez hayan tenido que discutir con su señora, o sea, todos: "Son silencios de varón que calla para no empeorar las cosas, para no perder el dominio sobre sus impulsos, para no abrir nuevos cauces a la discusión, para no dejar residuos dialécticos que pudieran acarrearle complicaciones y desventajas en peleas futuras, para acabar cuanto antes con el espectáculo bochornoso que acaso se esté escuchando al otro lado de techos y paredes, para evitar que la discordia comporte restricciones sexuales y porque la parla veloz de ella no le permite meter baza en la conversación y porque él ya no recuerda bien cómo empezó la zaragata ni por qué."

Lógicamente, su visión del amor no es la más positiva: "Ese estimulante de las glándulas sudoríparas que en lenguaje popular se denomina amor y que sirve, entre otras cosas, para ensamblar individuos y a continuación amargarles la existencia, a mí hoy día me produce alergia. Más aún, pánico. Te sale de pronto un amor como te sale un carcinoma."

En suma, un libro entretenido, sin llegar a apasionante, agradable de leer, con muchas reflexiones que compartir o sobre las que discrepar. A mí me parece que se puede recomendar.



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