lunes, 27 de febrero de 2023

Esclava de la Libertad, de Ildefonso Falcones

 La verdad es que pensé que El pintor de Almas sería lo último que leería de Falcones, pues le hacía a las puertas de la muerte. Por suerte para él no ha sido así, y ha tenido oportunidad de escribir otro libro, y quizá la tenga de escribir más, no sé su estado de salud.

De Falcones me he leído toda la obra, y he disfrutado bastante con la mayoría de sus noveles. Tras leer Los herederos de la tierra, decepcionante continuación de La catedral del mar, le di por amortizado. Afortunadamente, con El pintor de almas se redimió ante mis ojos, y no dudé en abordar la lectura de esta su última novela.

Sin embargo, me temo que esta vez toca la de arena, y estamos ante la obra más floja de Falcones, me atrevería a decir que con diferencia. Me ha resultado aburrida, con escaso interés histórico, y encima con un punto insoportable de activismo por la "visibilización" afroamericana que, francamente, veo fuera de lugar para España. 

El transfondo de la novela es la esclavitud en Cuba, que lleva al autor a recordar que España fue el último país occidental en abolir la esclavitud. Desconozco si este dato es cierto, pero me parece tremendamente injusto que esa sea lo que se diga del imperio español, que, creo, desconocíó la esclavitud en casi toda su extensión y durante casi toda su historia. Y, de hecho, fue introducida en Cuba por los franceses de que huían de Haiti, creando unas fuentes de riqueza desconocidas en Cuba hasta el momento, y que lógicamente llevaron a la aristocracia española a imitarlos. En suma, que creo que la esclavitud del imperio español se limita a Cuba y durante poco más de un siglo: acepto correcciones a esta afirmación, por supuesto.

Por ello, no parece apropiado cargar contra España, y más por un autor español, por el tema de la esclavitud, por mucho que en los EEUU esté o pueda estar de moda, de la mano de movimientos marxistas impulsados por Venezuela, como el Black Live Matters (ver lo que cuenta Losantos en su La vuelta del comunismo), al que el autor se complace en citar como referencia moral.

Pero, bueno, con esta bazofia se puede convivir si la historia está bien, ¿Lo está? Pues más o menos la mitad sí, y la otra mitad, un tostón. Falcones cuenta entrelazadamente dos historias, la de Kaweka, esclava recién llegada de África en los albores de la primera guerra de independencia de Cuba, y la de una descendiente en el Madrid de 2018. La segunda es precisamente la reivindicativa y es aburridísima aparte de que inverosimil. Básicamente, las desventuras de una mulata que, de trabajar en empleos temporales pasa sin solución de continuidad a negociar la venta de un banco con unos americanos. Lo más interesante de su historia es la visita a La Habana y más concretamente cómo va al santuario de la Regla en la lancheta homónima.

Por cierto, Falcones, tan preocupado por la "visibilización" de los descendientes de los esclavos, es en cambio algo más tolerante con la gestión socialista del Cuba, aunque de vez en cuando ironice con el tema. Este es uno de los escasos pasajes en que se refiere al tema: "—No es lo que nos prometió Fidel—ironizó el abuelo, interrumpiendo la inspección—. Así es como vivimos, ¡y podemos dar gracias de que la casa se tenga en pie! Muchas caen. Aquí somos tres familias de tres generaciones… Cuatro ya—rectificó señalando al bebé con el mentón—. Si hubieseis venido al atardecer, no habríais podido sentaros. Aun así, continuamos creyendo en la revolución."

La otra historia es mucho más atractiva. Kaweka es poseída por las diosas Orisha y se transforma en luchadora irredenta por la libertad de sus congéneres (entiéndase, otros esclavos negros). Ello la llevará a participar de forma activa en la guerra antes citada, bajo el mandato de Céspedes al principio, y cuando ya los blancos se rinden a los blancos ("Aunque los blancos no conseguían la independencia de España por la que los habían arrastrado y sacrificado en aquella guerra cruenta, ellos consolidaban ese estatus de libertad con el que los hacendados de Oriente los habían tentado para formar parte de una revolución ajena a sus intereses, y obtenían su condición de libertos en un entorno de paz, para toda la isla y frente a todos los cubanos."), con el general Maceo, éste de color. Gracias a ella, seguimos las vicisitudes de la la guerra y recorremos la geografía de la isla. Y, en mi caso, aprendo que la guerra se venció gracias al general Martínez Campos, cuya calle conozco mejor que al personaje.

He de referirme a algo que me desconcierta. ¿Por qué Falcones pone tanto énfasis en las escenas sexuales de sus protagonistas femeninas? Las adorna con un lujo de detalles que parecería que él ha vivido este tipo de sensaciones como mujer. No me gustan y me parecen excesivas. He aquí un ejemplo: "Estás follando a una diosa. Demuéstrale lo hombre que eres.—Ella misma lo empujó arriba y abajo, y se acopló a él de forma obscena—. ¡Sabina—chilló en dirección a la joven—, las diosas están con nosotras, contigo, en tu interior, comparten tu cuerpo! ¡Dales el placer que quieren! ¡Siéntelas!"

Me recuerda un poco a La reina descalza donde recuerdo que me desagradaban enormemente las escenas violentas que ocurrían entre la protagonista y su marido, aunque allí sí venían a cuento con el resto del relato.

Termino criticando de nuevo el planteamiento absurdo de Falcones, que parecería querer que los descendientes de esclavistas, que ellos mismos no han esclavizado a nadie, tengan que compensar a los descendientes de esclavos, quienes a su vez no han padecido esclavitud. Si se sigue ese camino, ¿dónde se acabarán las compensaciones? ¿Tendrá algún romano que pagarme un dinero por haber capturado y esclavizado algún antecesor mío en Numancia? Para quien quiera hacerse una buena "paja" mental sobre el tema, le recomiendo el episodio ·The Big Payback" de la serie Atlanta.

Recomendación que no extiendo a esta novela, que, con independencia de sus "valores", tiene como principal defecto ser aburrida. A ver qué hace Falcones con su siguiente novela, ojalá toque la de cal.

 



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