Habiendo sido Shantaram posiblemente la mejor novela que leí en 2023 y seguro que el gran descubrimiento del año pasado, era inevitable que tarde o temprano cayerá en la lectura de su segunda parte, que a tal efecto dejé cargada en el Kindle tras terminar la primera. Si no la leí de inmediato fue por ser un volumen de también considerable extensión, un poco excesiva para continuar con ella.
Además, inconscientemente me debía de venir algo de resistencia porque tenía pinta de que Roberts era autor de un libro, como tantos otros escritores cuya primera obra nos entusiasma, pero son incapaces de repetir el éxito. Ahora ya sé que mi intuición no me engañaba, y que "La sombra de la montaña" solo era una sombra del maravilloso Shantaram.
Lo que le pasa a Roberts es que se queda sin cosas que contar, algo que ya se notaba al final de la primera novela. Lo intenso de su vida ya queda contado en ésta, y para la segunda parte solo quedan anecdotas de su vida de gangster, sin demasiado interés e inconsecuentes, y su amor por Karla. Pocos mimbres para sostener un relato de esta extensión, incluso aunque escribas tan magníficamente como Roberts. Ya no hay vida en el slum, ya no hay acciones épicas (la incursión a Ceilán es ridícula en comparación con la aventura de Afganistan), ya no hay estancias en la cárcel. Lo único que tenemos es al protagonista recorriendo en moto las calles de Bombay acompañado por unos y otros, y cruzándose con personajes de decreciente monta e interés.
El punto de inflexión en la novela es supuestamente la visita al santuario de la montaña que le da título, donde Lin atenderá las enseñanzas de un gurú, Idriss, a quien le introduce Karla. Y así nos mete Roberts de rondón un montón de filosofia particular de un indio, no muy descabellada, pero algo fuera de lugar, y desde luego desproporcionada para una novela. Pero es que a Roberts se le ve venir, y tiene publicado también algún libro de filosofía, que supongo se inspirará en este maestro.
Por lo demás, se mantiene una cierta intriga hasta que se descubre lo que ha pasado con Lisa, la compañera sentimental de Lin al comienzo de la novela. Y también rescato por su surrealismo el episodio de las tres familias (Hindu, Farsi y musulmana) desmontando sus casas adosadas en la búsqueda de un supuesto tesoro escondido, que no recuerdo si llegan a encontrar.
En cambio, no puedo perdonar a Roberts/Lin/Shantaram que no haya una mención en todo el libro al gran protagonista de la primera parte, Prabu. Si bien aparecen o son recordados muchos de los personajes de la primera novela (por ejemplo, Khaderbai, que sigue omnipresente), nada se sabe ni se recuerda de Prabu. Sospecho que algo raro debió de pasar en la relación entre ambos.
Que nadie infiera de lo dicho que el libro está mal escrito o es aburrido. No. El talento narrativo de Roberts se mantiene a la altura de la primera novela, con reflexiones de profundidad y buenas frases. Lo que pasa es que tanto texto no se puede sostener solo en retruécanos, hay que ponerle carne, y esta ya no le quedaba. Seguirá siendo brillante cada frase que suelte Didier Levy, el Oscar Wilde de Bombay, y habrá algunos diálogos de interés, sobre todo con Karla. Los personajes que se incorporan tiene poco interés y son meramente de relleno, quiza con la excepción del irlandés Concannon, quien al menos ofrece perfiles borrosos (que, me temo, se quedarán en aguas de borraja).
La parte final de la novela tiene ya tintes de epílogo, en que Roberts va colocando a cada uno de sus personajes en un sitio más o menos estable, incluyéndose a él con su amada Karla. Gracias a eso, el lector puede respirar ya que no habrá una tercera parte de sus andanzas y podrá dar por conocida la historia de Shantaram.
Sin ser un mal libro, no está a la altura de la recomendable Shantaram, y su enorme extensión hace que me cueste recomendarla, incluso a los que terminen pidiendo más tras leer Shantaram.