miércoles, 8 de octubre de 2025

M: La hora del destino, de Antonio Scurati

Se trata de la cuarta y que creía que última parte de la serie sobre la vida de Mussolini y el fascismo, pero no lo tengo tan claro habida cuenta de que el autor acaba de publicar en italiano la que podría ser quinta parte. Además, es que la novela no termina con la muerte del protagonista, solo con su cesamiento y encarcelamiento. Y ya lo saben todos los seguidores de The Walking Dead, si termina el capítulo y no se le has visto muerto, aunque sea imposible que haya sobrevivido, lo habrá hecho.

Las entradas sobre los tres libros previos de la serie las tenéis aquí: El Hijo del SigloEl hombre de la Providencia y Los últimos días de Europa. Es una lectura con la que estoy disfrutando mucho, tanto por lo que estoy aprendiendo del fascismo como por el maravilloso estilo de Scurati, o más bien de su traducción al español. que supongo que reflejará bien dicho estilo. Si lo está empeorando, entonces Scurati debe de escribir como Tolkien o Nabokov.

La narración es bastante poética, pero no por ello menos fiel a la realidad, ya que tras cada capítulo Scurati recoge las citas textuales con las que ha construido el episodio.

En esta cuarta parte lo que se nos cuenta es básicamente la participación de Italia en la Segunda Guerra Mundial y el tan erróneo papel que asumio Mussolini innecesariamente, que le llevaría de cabeza al desastre, tanto a él, como al fascismo, como al país.

Pero, una vez más. el fascismo resulta comparativamente superior al socialismo, Ya se vio en las otras entregas que el fascismo surge precisamente para defender a la sociedad italiana del asalto a la propiedad privada de los socialistas, que, cómo no, querían instalar en Italia otra república socialista, como en Chile, Argentina, Portugal y tantos otros sitios. Entre ellos España, donde tuvimos que asumir el coste de una Guerra Civil y 40 años de Dictadura para evitarlo. Los italianos, gracias al fascismo, se ahorraron ambas cosas, dejándolas en solo los 20 años de dictadura de Mussolini. 

Dictadura que, nos cuenta Scurati ("Al cabo de veinte años, ha caído el fascismo, pero en esa demolición no participa un solo antifascista en la Sala del Papagayo."), se disolvió por la propia voluntad de los fascistas, algo que nunca ha ocurrido ni ocurrirá las dictaduras de izquierdas (dejo los detalles de la URSS para los expertos). Aunque solo fuera por eso, ya es mejor el fascismo que el socialismo. Lo que es incomprensible es que en nuestro país el insulto sea llamarle a uno "fascista", cuando lo realmente aterrador es ser "socialista". Pero, bueno, ya se sabe que los hechos no necesariamente están al alcance del vulgo.  

Por lo demás, Scurati ilustra perfectamente cómo Mussolini afronta la Segunda Guerra Mundial con una intención exclusivamente política y sin tener en cuenta a los militares. Su obsesión es aportar algo a la Alemania Nazi para poder sentarse a la mesa de negociación cuando las democracias sean derrotadas, y que Italia pille cacho en la nueva Europa post-bélica: "Benito Mussolini, la mente política del Eje, no se obsesiona con las conquistas territoriales específicas, con los nombres de tal o cual remota aglomeración de chozas de barro en el desierto, su mirada abarca mucho más, a lo lejos, a lo grande, ve un dominio mediterráneo que contrarreste el excesivo poder continental de Alemania, ve un este europeo de nuevo bajo la influencia latina". Su diagnóstico se mostró errado y terminó mal para él y para su país, pero incluso así hay que reconocer que Mussolini no parece pensar tanto en sí mismo como en el engrandecimiento de Italia.

Y es que empujado por esta obsesión, Mussolini enviará a la muerte a cientos de miles de sus compatriotas, mal pertrechados y mal preparados, a hacer el ridículo una y otra vez. Le ocurrirá en Grecia, en Eslovenia, en Etiopia y en Libia, pese a que aquí sí se involucraron a tope los alemanes. Y el epítome será la declaración de Guerra a los EEUU, que Scurati nos cuenta con cierta sorna: "El 11 de diciembre de mil novecientos cuarenta y uno se asoma al balcón del Palacio Venecia para declarar, sin que le haya sido solicitada, sin haberse visto forzado, de manera desproporcionada, la guerra a los Estados Unidos de América."

Poco más se cuenta en el libro. El gran Italo Balbo, un héroe desconocido por fascista, muere nada más empezar la obra. Y Scurati opta por hace algo de seguimiento de la actividad sanitaria de Edda Mussolini y más del asesino de Matteotti, Amerigo Dumini, en unos capítulos que perfectamente se podría haber ahorrado porque no sé que interés tienen. Bueno, a menos que Scurati, que es de ideología socialista, haya buscado mantener la llama del citado líder en una historia en la que ya no participa.

Este contenido tan limitado hace que este sea el libro peor de los cuatro. Los acontecimientos principales son sobradamente conocidos, y lo más interesante que nos ofrece, aparte del ya citado final, son las entrevistas que mantienen Hitler y Mussolini en distintos momentos del conflicto. En una de estas, Hitler cotillea sobre Franco: "El encuentro con Franco fue una tortura para él: el dictador español escuchó en silencio durante horas, aparentemente sumiso, sus elucubraciones, para luego tomar la palabra y reiterar sus insostenibles reivindicaciones territoriales a cambio de una contribución casi simbólica a la alianza. Una vez terminado el encuentro, Hitler gritó a sus colaboradores que preferiría que le sacaran tres dientes antes que volver a encontrarse con ese hombre." Lo que demuestra que nuestro dictador era mucho más listo que Mussolini, y aquí tienen otra razón los que vivieron bajo su mandato para estarles agradecidos.

También son de interés las constantes referencias a la corrupción intelectual, por así decirlo, de los asesores de Mussolini, que no se atreven a decirle ninguna verdad que pueda poner en peligro sus carreras (su vida no lo estaba, recuerden, los fascistas no son socialistas, no matan a quienes discrepan). Así, tenemos frases como estas:

"Ministros y generales lo escuchan atónitos y en silencio, la mayor prueba de coraje que demuestran son las raras notas de desconcierto en sus diarios secretos."

"¿Cómo esperar la propensión al riesgo de quien ha sido adiestrado para eludir toda responsabilidad, cómo esperar una evaluación exacta de las dificultades de quien durante décadas no ha tenido más obligación que complacer al amo, cómo esperar una sorpresa—⁠que requiere decisión, determinación, conducción segura⁠— de un hatajo de siervos temerosos y resentidos?"

Y tampoco quiere dejar de recoger alguna de esas frases brillantes que caracterizan a Scurati. Solo una: "Entre el 30 de junio y el 20 de julio la existencia torrencial del fundador del fascismo encalla en una llanura aluvial árida y pútrida."

Da igual que recomiende esta lectura o no. Quienes ya estamos embarcados en la lectura de la saga no lo dejaríamos de leer aunque nos dijeran que es malísimo, que no lo es. Y quienes aún no han empezado, se integrarán en el primer grupo una vez comiencen a leerlos.

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