domingo, 16 de octubre de 2022

Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric

Es lo que tiene la lectura, que de vez en cuando te ofrece magníficas sorpresas, como ha constituido esta novela.  Pero empecemos por el principio. Este verano visité Bosnia, y entre otras de sus ciudades, Visegrad. Este pueblo está muy cerca de la frontera con Serbia, y lo más destacable, la razón por la que uno se pasa 2 horas conduciendo desde Sarajevo, es su puente sobre el río Drina, obra del famoso arquitecto Selin (que también hizo varias mezquitas en Edirne y Estambul). Pues bien, resulta que el puente adquirió su fama gracias a una obra del autor Ivo Andric, que obtendría el premio Nobel de literatura.

Andric es bastante reconocido en Visegrad, aunque no es de allí (sí vivió unos años), hasta el punto de que la nueva ciudad antigua se llama Andricgrad. Digo "nueva ciudad antigua", porque Visegrad fue arrasada por los serbios en la última guerra, dejando poco más que el puente de la antigua kasaba. Por curiosidad, aunque sin demasiado entusiasmo, me animé a leer la novela, un poco para conocer cómo era la vida en la zona. Me esperaba la típica saga familiar, pero lo que me encontré es, realmente, la historia del puente ("un eslabón indispensable en el camino que une Bosnia con Serbia y, más allá, a través de Serbia, con el resto de las provincias del imperio turco hasta Estambul.", y narrada de una forma maravillosa.

La verdad es que he disfrutado de la novela desde el principio hasta el final. Comienza con una visión general de Visegrad, en la que ya se "oponen" las distintas etnias de sus habitantes, a saber serbios-cristianos ortodoxos y turcos-musulmanes, aderezados con algún judío que otro. Y el autor lo hace contándonos las distintas historias y leyendas que ambas comunidades tienen en relación con el puente. El mismo sillar tiene una historia muy distinta para los niños turcos y para los niños serbios, si bien ambos juegan por igual encima del puente.

Dos cosas me han resultado fascinantes del estilo narrativo de Andric. En primer lugar, se refiere en todo momento a "nuestra" ciudad, la de todos sus habitantes incluido él; y lo hace en todo momento, aunque la historia del puente abarca 500 años y él lógicamente no ha podido vivirlos todos. Consigue así transmitir al lector un sentimiento de cercanía, tanto hacia él como a los suyos.

El segundo aspecto es espectacular. Consiste en cómo es capaz de transformar la narración de un hecho en un momento dado, en leyendas, habladurías o recuerdos conforma avanza el tiempo. Lo que en un capítulo es un hecho vivido por los personajes del momento, cobra tintes míticos cuando en capítulos posteriores aflora en el recuerdo de los habitantes de entonces, que han oído hablar o han vivido en la niñez el acontecimiento inicial. "Así, de la torre y los cruentos sucesos que estaban vinculados con ella no quedó más huella que algunos recuerdos tristes que fueron palideciendo y se desvanecieron junto con esa generación, y una viga de roble que no había ardido del todo porque estaba encajada en los escalones de la kapija."

La historia del puente comienza con su accidentada construcción ordenada por el visir Mehmed Pacha Solokovic, que ahora da nombre al puente, y a quien el autor imagina mirando el Drina impasable en su niñez. Tras unos cuantos años y escándalos, por fin queda construido con un Han u hospedería mantenido por una fundación del propio visir. Del puente, nos dice: "El milagro de los primeros días había entrado en su vida cotidiana y empezaron a cruzar el puente apresurados, indiferentes, preocupados, distraídos, igual que el agua rumorosa corría por debajo, como si fuera uno de los innumerables caminos que ellos y su ganado habían apisonado con los pies." Y así casi hasta nuestros días. El Han correrá suerte muy distinta una vez se pierda la fundación que dotaba su mantenimiento, conforme se va reduciendo el imperio turco.

Así nos va contando Andric diversas historias y sueños de los habitantes de Andric. Visegrad va observando como el imperio turco retrocede, cómo los serbios amenazan las fronteras, y cómo eventualmente el imperio austro-húngaro conquista Bosnia y llega al mismísimo Visegrad, con sus "germanos" (que así los llama uno de los habitantes de Visegrad), sus funcionarios, sus ingenieros y sus soldados.

Esta parte del libro es en la que más se detiene el actor y posiblemente la más interesantes desde el punto de vista histórico. La llegada de la "ley" del imperio austriaco supone inicialmente una explosíón de libertad y riqueza. "Lo que antes resultaba inalcanzable, lejano, caro, prohibido por las leyes o los prejuicios todopoderosos, ahora, en muchos casos, era posible y accesible para el que tuviera los medios o fuera capaz de obtenerlo."

Sigue, ya anticipando la calamidad que se avecina: "Así transcurrieron los últimos años del siglo XIX, años sin agitaciones ni grandes acontecimientos, como transcurre un río ancho y tranquilo ante su desembocadura incierta. A juzgar por ellos, pareciera que hubieran desaparecido los momentos trágicos en la vida de los pueblos europeos, y también de la kasaba del puente." Y añade: "o no llegaban hasta nosotros,"

La libertad da lugar a riqueza, y la riqueza permite pagar más impuestos, y hace a los Estados más fuertes, reduciendo la libertad y empobreciendo a la población. Aquí nos lo narra Andric para Visegrad, Primero la llegada del ferrocarril, pero luego empiezan las ordenanzas, los impuestos y la continúa inflación ("El único trabajo bueno y seguro era el abastecimiento del ejército o de una institución estatal, pero no estaba al alcance de cualquiera. Los impuestos generales y las tasas municipales eran cada vez mayores y más numerosos; se intensificaba la rigurosidad en la recaudación.").

El descontento social da lugar a corrientes como el nacionalismo o el socialismo, entre los jóvenes que ya conectan con el mundo gracias al tren. Que, por cierto, juega un papel similar en la época al de las redes sociales actuales, como ilustra en este pasaje, muy de actualidad, el autor: "Con la introducción del ferrocarril no sólo se habían acortado los viajes y el transporte de mercancía era más fácil; también se había acelerado el curso de los acontecimientos." Mientras, "Allá, en el mundo, se tiraban los dados o se reñía una batalla, y allá se resolvía el destino de cada uno de nosotros.", en un pasaje con reminiscencias de Zweig y en el que claudica la comunidad de Visegrad ante el poder de los Estados para regir sus destinos.

En una perspectiva micro, esto es lo que reflexiona una de las habitantes, honrada y próspera dueña del un hotel: "La ley de beneficios y pérdidas, una ley maravillosa que siempre había regido los procedimientos humanos, parecía no servir ya, porque había mucha gente que hacía, declaraba y escribía cosas cuyo fin y sentido ella no vislumbraba y sólo podían traer incomodidades y perjuicios.". Con ella se "puede hablar de negocios y acontecimientos, apoyándose en un cálculo consolidado y reconocido, lejos de la «política» y de las palabras grandilocuentes y peligrosas que lo ponen todo en cuestión y no explican ni confirman nada." Nótese la cualificación que da Andric (ley maravillosa, palabra peligrosas), a la distorsión que comienzan a sufrir las relaciones humanas, y lo está haciendo alguien que tuvo veleidades con el socialismo.

Por fin, llega el asesinato de Sarajevo y el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Una vez más, Andric nos narra la evolución de la kasaba en este nuevo tiempo, y lo hace si cabe con más brillantez que en los episodios anteriores. Lo que él narra para Visegrad es realmente lo que está ocurriendo a escala en Europa. Y la novela termina, no podría ser de otra forma, con la destrucción (parcial) del puente tras un bombazo de los serbios. Puente que, por cierto, ya había quedado "dejado a su suerte como un barco encallado o un templo abandonado." tras la construcción del ferrocarril.

Recomiendo sin ninguna duda la lectura de esta novela. Es magnífica, en la línea de Zweig y con el deje de Maalouf. Un premio Nobel muy merecido este dado a Ivo Andric.


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