viernes, 23 de junio de 2023

Juan Belmonte, matador de toros, de Manuel Chaves Novales

Tercera obra que leo de Chaves Novales, tras recientemente haber leído El maestro Juan Martinez que estaba allí y hace algo más de tiempo A sangre y fuego. La segunda me pareció muy buena, y la primera no tanto, aunque fue comentándola como se me apareció esta sobre Juan Belmonte, considerada por algunos como la mejor biografía nunca escrita y, al menos, como la mejor obra del autor.

Dado que los toros nunca han sido de mi interés y mi cultura taurina tiende a cero (eso sí, lo de que Joselito murió el Talavera lo sabemos todos los que hemos vivido en la ciudad de la Cerámica, puesto que hay una estatua en los jardines del Prado, al lado de la plaza de toros), mi entusiasmo por esta lectura era perfectamente descriptible. Hasta que comencé a leerla, y al día siguiente la había terminado.

En efecto, estamos ante una obra maestra, en la que aflora todo el talento literario de Chaves Novales. Talento que tiene que emplearse a fondo (joer, si se me habrá pegado el estilo de crónica taurina) para describir la vida de Belmonte, de muy interesante infancia. Y es que es esta una biografía escrita al modo de esas crónicas taurinas que tan bien suenan al lector y oyente, aunque no le interesen las corridas.

El comienzo es espectacular, como también recuerdo que lo fue el de A sangre y fuego:

 "Juan es muy poquita cosa, y la calle, en cambio, es demasiado grande, tumultuosa y varia. Es una calle tan grande y tan varia como el mundo. Juan no lo sabe pero la verdad es que lo que él quisiera, callejear libremente, ser amo de la calle, es tan difícil como ser amo del mundo. Los niños que no se asustan en una calle como aquélla y a fuerza de heroísmo la dominan, podrán dominar el mundo cualquier día. En todo el mundo no hay más de lo que hay en aquella calle de Juan; ni más confusión, ni peores enemigos, ni peligros más ciertos."


Con ello empieza la biografía de Belmonte, como no puede ser de otra forma, por su infancia. Y es esta infancia la parte más interesante del libro, la que devoré sin pausas, pues entre lo que cuenta y cómo te lo cuenta es imposible escapararse de la narración. Sobre un fondo costumbrista de cómo es la vida en Sevilla y en Triana, asistimos hechizados y a la luz de la luna, a las hazañas de Juanito y sus compadres toreritos para conseguir torear. La sensación que te queda es que en aquella época, el toreo era como ahora el fútbol, y los chavalines se pasaban todo el día pensando en cómo hacerlo.

Pero, claro, donde al chaval futbolista le basta un balón y el abrigo como poste, a los torerillos les hace falta una res. Por eso, se van por las noches a las dehesas a tratar de torear, a oscuras para que los ganaderos no les vean, con el problema de que quizá ellos tampoco puedan ver a los toros. Las escenas que se nos describen van desde lo épico a lo cómico, pasando por lo surrealista. En la misma línea hay que visualizar esos enjambres de torerillos que acuden y colapsan cualquier oportunidad que haya de correr vaquillas en cualquier pueblo, hasta el punto de que se les prohíba el acceso o se les tenga en prisión aligerada.

De entre las escenas más épicas, aunque no de toreo, se refiere Belmonte a la construcción del nuevo canal del Guadalquivir en la que participó. Así se adorna Chaves al contarlo: "Fui un jornalero más en aquella legión de proletarios que arañaba tenazmente la tierra para abrir un cauce nuevo al viejo Betis." Me cuesta creer que estas fueran las palabras literales de Belmonte.

Y le llega el triunfo, en Valencia, si no recuerdo mal, y a partir de ahí su vida de torero se hace profesional, y el relato pierde algo de interés, no solo para el lector, para el propio Belmonte que así se confiesa: "Mi vida taurina, además, en cuanto tomó un cauce profesional, perdió para mí la emoción y el interés que me ha hecho conservar frescos y palpitantes en la memoria los episodios de la que me atrevo a llamar época heroica."

Aún así, sigue siendo una lectura amena, y aparecen nuevos polos que resultarán jugosos al lector, Por ejemplo, sus viajes a América, con grandes cumplidos para Lima (donde encontró a su mujer), algo menores para México, y horror por Nueva York, por lo menos en su primera toma de contacto: "Nueva York no me gustó. Demasiado grande y demasiado distinto. Ni aquellas simas profundas eran calles, ni aquellas hormiguitas apresuradas eran hombres, ni aquel hacinamiento de hierros y cemento, puentes y rascacielos era una ciudad" En todo caso, retoma un poco ese fondo costumbrista que había usado para Sevilla.

Y también se disfrutan mucho sus reflexiones, algunas que me parecen inperecederas, ¿Por qué no se volvió loco con la fama? "Me salvaron del peligro de desvanecerme en multitud que corría, aquella incapacidad que tuve siempre para la petulancia, aunque me hubiese gustado dejarme llevar por ella; mi gran puerilidad de hombre que añora una infancia que no ha tenido y el amargo sabor y el recelo que los fracasos y la injusticia me habían dejado en la época de mi duro aprendizaje."

Como se ve, cada reflexión se transforma en una delicia literaria gracias a la pluma de Chaves.
Aquí habla de la eterna gratitud al aficionado, o por qué el torero tiene obligación moral de invitarlte: "El que gasta sus energías discutiendo sobre un torero en vez de gastarlas en trabajar, cuando necesita algo va a pedírselo al torero a cuya gloria consagra lo mejor de su vida. De ahí la obligación de ser rumboso que el torero tiene."

Sobre el miedo:"El miedo que se pasa en las horas que preceden a la corrida es espantoso. El que diga lo contrario miente o no es un ser racional." Y algo sobre las supersticiones de los toreros:"Mi más firme convicción, mi superstición si se quiere, es ésta: no vale escurrir el bulto. Hay que ofrecer gallardamente al Destino el sitio por donde pueda herirnos. Cuando pienso en una desgracia y me familiarizo con ella y tengo alma bastante para vivirla en toda su intensidad, es cuando la evito. Ésta es mi única superstición verdadera." Impresionante.

Y, claro, también le toca a Belmonte vivir los albores de la Guerra Civil, esa República idealizada por la izquierda, y que él vivió allí, en directo: "Creció el odio al propietario, bueno o malo, sólo por ser propietario, y al socaire de las teorías anticapitalistas invadieron el campo cuadrillas de expropiadores, que no eran otros que los tradicionales algarines, los raterillos rurales, que siempre habían andado a salto de mata, y ahora tomaban un aire altivo de ejecutores de la justicia social." Supongo que los izquierdistas de este país no dudarán en calificar el libro como panfleto anticomunista a raiz de esta observación. Y obsérvese la fina ironía con la referencia a la justicia social, el arma intervencionista de nuestros días ya empuñada a principios del XX. 

Dos apuntes más, y recuérdese que esto pasa con un gobierno democráticamente elegido, no en la guerra:"Ya no se trataba de ir contra los caciques ni contra los usureros. Se iba directamente contra el propietario por el delito de serlo."
"Aunque el aparato terrorífico de la revolución era impresionante, la realidad revolucionaria era muy inferior a lo que aparentaba. Todo se reducía a los hurtos en el campo y a los sustos que los jornaleros daban a los propietarios que habían caciqueado o ejercido la usura; les pintaban cruces y calaveras en la puerta de sus casas; la clásica mano negra y la hoz y el martillo soviético marcaban cuanto poseían; les hurtaban todo lo que podían y, a veces, les desjarretaban el ganado." Qué ambientazo para vivir.

El contrapunto nos lo da este detalle libertario del torero: "Y por esto sí que no paso. Me niego a que el Estado y el Municipio y la Diputación tengan ese concepto liberal de mi dinero. Pase que haya que torear para ayudar a unos infelices que, a fin de cuentas, forman el pedestal del torero. ¡Pero me niego a dar una sola verónica en beneficio del Estado!" Un tipo con las ideas claras, vamos.

El talento de Chaves Novales también nos proporciona momentos de humor, no quiero cerrar estas líneas sin poner alguno: "Juanito, no te falta más que morir en la plaza!—Se hará lo que se pueda, don Ramón—contestaba yo modestamente."

Disfrnten de esta lectura. Si lo dudan, repasen los extractos que acaban de leer, pues hay muchos más como estos esperándoles en sus páginas.

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