Interesante ensayo sobre el tema de referencia, en que el autor recapitula el estado del arte de la ciencia biológica y evolutica para describir la naturaleza humana. Es por ello que me ha resultado más un sumario de cosas que ya sabía, y no he aprendido demasiado. Aún así, su lectura me ha me merecido la pena porque me ha ayudado a reverdecer conceptos.
El principal problema del ensayo es que prescinde completamente de la naturaleza económica del ser humano (humán, como le llama el autor, para agrupar bajo una misma denominación hombres y mujeres), que digo yo que también es parte importante para comprender la sociedad en la que vivimos y radicarla en la naturaleza biológica. Pero no me extraña, porque los filósofos/antropólogos suelen tener una gran ignorancia sobre aspectos económicos, por lo que es casi mejor que no se metan en ellos.
Mosterín no es una excepción, y lo revela en las dos oportunidades que tiene: al afirmar con contundencia que la información del genoma, como toda conocimiento científico, es un bien público (no "debería ser", afirma que lo es), y eso pese a que luego nos cuenta que gran parte del proceso fue acometido por una empresa privada, lo que demuestra que no lo es. La segunda oportunidad nos muestra su espíritu Malthusiano al afirmar que la super-población (según él) es la causa de la pobreza, y defender con esta base los métodos de control de la natalidad, a base de pegar viajes a la Iglesia y la ultraderecha. Cualquier persona con dos dedos de frente puede constatar que las profecías de Malthus no se cumplieron por goleada, y que por tanto cabe sospechar de esta línea de razonamiento, incluso sin saber teoría económica.
Dejado esto aparte, el libro me parece que está bien. Para el autor, es importante definir la naturaleza humana para combatir el mito de que el humán puede elegir su propia naturaleza, en línea con la "blanck slate" que ataca Pinker.
La caracterización más importante y menos discutible de la que nos cuenta es, por supuesto, la biologica basada en la teoría de la evolución. Al respecto nos recuerda que "La adaptación biológica no optimiza, simplemente selecciona entre la variedad disponible." y nos roporciona un interesante inventario de chapuzas evolutivas en nuestro propio cuerpo.
Además "La evolución no es un proceso lineal, en el cual unos puedan ir por delante de otros, sino que tiene estructura arbórea, ramificándose en todas las direcciones. Todas las especies actuales son las yemas terminales del árbol de la vida." por lo que no hay ninguna razón para considerar al humán superior a otras especies. Afirmación que recoge casi al final del libro ("La blástula en sí misma y cada una de las células madre que pueden extraerse de ella tienen nula sensibilidad, nula capacidad de sufrir, y merecen menos respeto moral que un mosquito.") para argumentar a favor de la investigación con células madre o del aborto
Al ser vivo lo caracteriza Mosterín por el equilibrio termodinámico, el metabolismo, la reproducción y la evolución genética; para Mosterín lo raro es la vida, que tiene que hacer un constante esfuerzo para mantener la homeostasis, frente a la situación de equilibrio que es la muerte. Traigo también aquí la definición de sexualidad, que no esperaba; "La sexualidad, en principio, no tiene nada que ver con la reproducción. La sexualidad es un mecanismo para producir novedad y variedad genética, lo que se consigue «barajando» y recombinando genes procedentes de fuentes distintas."
Respecto a la clasificación del humán dentro de los seres vivos, Mosterín insiste en que se tiene que hacer por clados, esto es, por taxones filogenéticos, siguiendo las ramas evolutivas. Atendiendo a esta división, los humanes son animales "bilaterales, celomados, deuterostomos, craniados, gnatostomos, tetrápodos, amniotas, mamíferos y placentarios". Además, somos primates (nomenclatura que refleja la consideración de supremacía que se tenía en el siglo XIX, frente a los secundates), haplorrinos, simios, hominoides, homínidos, homininos y alguna cosas más. De cada ancestro común tenemos características, hasta llegar a los aspectos que nos diferencian especificamente como especie.
Todo esto lo recoge y lo transmite el genoma, transcrito en los cromosomas a base de DNA y RNA. La longitud del hilo del genoma resulta ser de 2 metros (!), pero sin embargo la mayor parte del material no tiene relevancia genética. Así que parece que al final nuestro genoma tiene tan solo "unos 23.000 genes, mucho menos de lo que se esperaba y apenas un 20 por 100 más que el número de genes del minúsculo nematodo Caenorhabditis elegans. El número de genes del ratón (Mus musculus) ha resultado ser similar al nuestro." So much por la superioridad y complejidad del humán.
Aquí se alcanza el punto de inflexión del ensayo, pues se entra en la descripción del funcionamiento del cerebro, que, como no podía ser de otra forma, Mosterín radica en la biología y no en lo sobrenatural. Del cerebro se pasa al lenguaje, lo que ya permite dar el salto a la naturaleza social del humán. Al respecto del lenguaje, Mosterín parece tener una concepción chomskiana que yo no puedo compartir tras leer
El reino del lenguaje y luego a
Daniel Everett. Yo creo que las propias afirmaciones de Mosterín le harán estar incómodo con la tesis, como la de que la misma parte del cerebro procesa la comunicación gestual y la hablada. ¿De verdad cree Mosterin que un niño aprende el lenguaje al llegar a determinada edad? Y si nadie le habla, ¿también?
Ya he dicho que es muy llamativa la ausencia de la naturaleza económica del humán en este libro. Sin embargo, me ha llamado la atención la lista de acciones de emprendimiento por parte de animales, que conectan el emprendimiento del humán también con su pasado evolutivo. Sobre la imitación también hay ejemplos, aunque esos ya los conocía.
En cuanto a los rasgos culturales, me perece muy interesante la clasificación entre ponderables e imponderables. Los primeros son "meros instrumentos para realizar una función bien definida y es posible medir objetivamente lo bien o mal que la cumplen, con independencia de las convenciones grupales." En cambio, los segundos "reflejan meramente las convenciones sociales del grupo y los gustos adquiridos de los individuos, por lo que no pueden contrastarse con la realidad externa, ni hay manera de sopesarlos o compararlos unos con otros de un modo objetivo". El conocimiento científico hace que muchos rasgos imponderables se vuelvan ponderables, lo que es especialmente aplicable a la teoría económica, que, desgraciadamente, mantiene en la "imponderabilidad" numerosas creencias y actuaciones de los gobiernos. Para Mosterín, las religiones son el rasgo imponderable por antonomasia, y tiene el buen gusto de incluir como religión al comunismo.
En capítulos sucesivos se analizan las dos "subespecies" del humán, a saber, el hombre y la mujer, y digo esto porque resulta que nos diferenciamos en más del 1 por 1000 del DNA, lo que implica que hay algunos primates con los que tenemos más DNA en común que entre los dos géneros humanes.
Luego se hablará de reproducción y eugenesia, y de la muerte y eutanasia. No sabía de la existencia del límite de Hayflick, que postula que nuestras celulas se pueden dividir un máximo de 50 veces, debido al desgaste de los telómeros de los cromosomas, por lo que nuestra vida máxima teórica es de 125 años. Claro que lo peor no es eso sino que "La edad promedia a la que mueren los humanes ha ido creciendo durante el último siglo y medio, porque más gente se ha acercado al máximo de edad de nuestra especie, pero este máximo (unos ciento veinticinco años) no ha crecido.".
Finalmente, Mostererín habla de la conciencia moral y contribuye a aclarar la diferencia entre moral y ética, cargándose por el camino las concepciones tradicionales de la ética (Kantiana, utilitarista, contractualista) por considerarlas vacias. El cierre del libro es un capítulo titulado "Una chispa divina" en que Mosterín nos viene a decir que el Universo se piensa, disfruta y padece a través de nosotros, que somos por tanto la conciencia del Universo.
Cierro con la frase en que Mosterín explica tan llamativa afirmación: "Cuando pienso en mí, no digo que mi córtex cerebral piensa; digo que yo pienso, aun a sabiendas de que solo una parte de mí—mi córtex— realiza esta actividad de pensar. Cuando pienso en el Universo, puedo con igual razón decir que el Universo piensa, aunque sabiendo naturalmente que solo una minúscula parte del Universo—mi córtex ahora— está realizando esta actividad de pensar. Yo pienso en el Universo; es decir, a través de mí, el Universo se piensa a sí mismo."
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