lunes, 25 de noviembre de 2019

The Elephant in the Brain, de Robin Hanson y Kevin Simler

Otro ensayo relacionado con la psicología, el cuarto en el último mes. Es como si me quisiera terminar la serie a toda velocidad; sin embargo, me temo que aún me queden muuuuchas temporadas.
Esta referencia no recuerdo muy bien de dónde la saqué, pero no viene de mis lecturas recientes, aunque por tema esté cercana y de hecho cite bastante a Haidt.

Su planteamiento es atrayente: las personas tenemos mecanismos de autoengaño que se han desarrollado evolutivamente, puesto que en algún momento de nuestra historia evolutiva, han ayudado a la supervivencia de aquellos que los poseían frente a los que carecían de ellos. El objetivo de libro es analizar hasta qué punto estos mecanismos psicológicos están influyendo en el funcionamiento de nuestras instituciones sociales y si podría explicar algunos de sus defectos, con la consecuencia lógica de poder subsanarlos al identificar la raíz del problema. Este lo ilustran en el capítulo introductorio con el ejemplo del coste de la sanidad, que según los autores es muy superior (a nivel individual) al que racionalmente tiene sentido. Esto lo comparan con el tiempo que los chimpancés dedican a limpiar su piel, en relación con el tiempo que dedican a limpiar la de otro chimpancé superior en la jerarquía, asumiendo que es eficiente el tiempo que dedican a sí mismos.

El libro se estructura en dos partes: la primera se dedica a describir los mecanismos psicológicos y evolutivos que pueden explicar el autoengaño; la segunda, se supone que trata de aplicar tales teorías para explicar el funcionamiento de una serie de instituciones (como la religión, la política, la educación, arte, caridad, consumo y, por supuesto, medicina).

Pues bien, tenemos una primera parte bastante buena, y, por el contrario, una segunda que es lamentable y poco digna de mención; su nivel rara vez supera el de charla de café. Así que como tampoco es plan de hacer sangre, me limitaré a recomendar no leer desde el capítulo 10 en adelante. En los nueve primeros, tres de los cuales se han incluido en la segunda parte no sé por qué (risa, conversación, lenguaje corporal), sí hay muchas cosas interesantes y el libro tiene un excelente nivel. Vamos con ello.

El primer objetivo es tratar de entender porque el autoengaño puede resultar en una ventaja para los individuos, respecto a los que no los "disfrutan". El razonamiento seguido por los autores para explicarlo me parece impecable. El punto de partida es distinguir retos del ecosistema (tener que cazar para comer) de retos sociales (ser el más prestigioso dentro del grupo). Nuestro cerebro ha evolucionado de la forma en que lo ha hecho, dejando atrás el de todas las demás especies, en una competencia entre los individuos de la misma especie. Como dicen los autores, a menudo el principal competidor de una especie es ella misma; estupendo el ejemplo de los Redwood como explicación ilustrativa del fenómeno: los Redwood son tan altos, mucho más que otras especies de árboles, precisamente porque han tenido que crecer unos contra otros.

Así pues, el cerebro habría crecido hasta nuestro nivel actual debido al juego social, que los autores estructuran en tres ramas: sexo, prestigio y política-coaliciones. La posibilidad de triunfar en cualquiera de ellas habría exigido una afinada capacidad para detectar la mentira, más en general, para valorar la personalidad de las otras gentes con qué tratamos, tratando de responder a la pregunta de si nos podemos fiar de él.

En este ámbito, los autores introducen el concepto de señal, indicios que tenemos que dar sobre nuestro carácter o actitud a terceros, y que suponen un cierto consumo de recursos. A mayor consumo, más importancia tiene la señal. Las señales pueden ser honestas o engañosas, según reflejen fiablemente o no al emisor. Las señales son un aspecto muy importante de nuestra relación social (ver por ejemplo el principio del handicap) y los autores llegan a afirmar que "the deeper logic of many of our strangest and most unique behaviors may lie in their value as signals."

A partir de aquí, los autores se refieren a las normas que se dan los grupos humanos para su convivencia, y el gran beneficio que se puede obtener de hacer trampas. La disyuntiva filantropía-free rider, con la que siempre se tropieza a uno a la hora de explicar comportamientos de grupo. La cuestión es que hacer trampas entre seres humanos, recuérdese, con un cerebro que se ha desarrollado para la detección de mentiras, es extremadamente complicado. Uno de los conceptos manejados en este capítulo es el de "common knowledge", conocimiento común, que nosotros tenemos, que sabemos que los otros tienen, y los otros saben que tú sabes que ellos lo saben.

Llegados a este punto, ya parece fácil el paso final. Dados los beneficios de hacer trampas sobre las normas sociales, y la gran dificultad de engañar, parece que el cerebro evolucionó para darnos mecanimos de autoengaño, precisamente para facilitar ese engaño: "We hide reality from our conscious minds, the better to hide it from onlookers.” o "the more fervently we believe something, the easier it is to convince others that it’s true."

Como es evidente que el autoengaño puede tener también algunas desventajas para sobrevivir, los autores nos muestran la evidencia empírica que demuestra que es perfectamente para el cerebro mantener representaciones cercanas a la realidad (en algunos módulos) a la vez que otras partes del mismo están engañadas. Aportan algunos experimentos ciertamente interesantes al respecto. Por fin, en el último capítulo de la primera parte, nos muestran algo que ya nos contaba Haidt en The Righteous Mind, y es que somos muy buenos para inventar razones que justifiquen nuestras acciones (jinete y elefante, aunque no el mismo del título de este libro).

A continuación, los autores tienen fuelle para hacer tres capítulos interesantes, a medio camino entre análisis de psicología y el institucional que tienen por objetivo. Uno lo dedican al lenguaje corporal, pero son bastante mejores el que dedican a la risa y el siguiente a la conversación. En el primero encontraremos una explicación psicológico-evolutiva de la risa (señal para indicar que estamos en modo de juego o de simulación; no olvidemos que en los mamíferos el juego es necesario para completar la madurez), de la que luego se derivará otra para el humor.

El capítulo dedicado a la conversación es más arduo, pero igualmente interesante. En el análisis diferencia el papel del oyente del del hablador, y sus estructuras de costes en este ámbito. Tras el análisis, los autores concluyen que el objetivo de la conversación no es tanto el intercambio de información (si fuera así, tenderíamos a preferir escuchar que hablar), como la obtención de prestigio para el juego social. Discutible, pero al menos bien argumentado.

A partir de este punto, el libro entra en barrena a toda velocidad. Al principio de te coge de sorpresa: en el capítulo dedicado al consumismo ya me empezaban sonar extrañas algunas afirmación, para aún tenía un contexto de credibilidad para los autores. Sin embargo, en el de Arte ya se me cayeron las escamas de los ojos, y decidí que lo que estaban diciendo ahí no pasaba de conversaciones de café. Se nota además mucho porque pasan a ser sus opiniones y desaparecen referencias externas soportando tales aseveraciones.

A partir de aquí, los capítulos me los leí con desgana y por completitud, ya derrochada la credibilidad que los autores habían conseguido en la primera parte. No voy a entrar al detalle ni fino ni grueso, porque no merece la pena y ya llevo mucha entrada, con cosas que además sí me han parecido interesantes. Dejo solo un botón ilustrativo: el capítulo 13, de Educación, se dedica a argumentar que el sistema educativo no busca tanto la educación de los niños, como su certificación (obtención de un título), la propaganda del Estado y la domesticación. Vaya descubrimiento. Más grave aún es que apenas relacionen tan "escandoloso" descubrimiento con la teoría psicológica que nos han contado anteriormente.

En conclusión, no me ha parecido un mal libro, pero hubiera sido mucho mejor si sus autores lo hubieran acabado en el capítulo 9.

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