domingo, 21 de junio de 2020

Ante todo criminal, de Juan Aparicio Belmonte

Empiezo a pensar que la novela española está en crisis, y la reciente muerte de Carlos Ruiz Zafón, quien me reconcilió con la narrativa española contemporánea con su maravillosa "La sombra del viento", no ha hecho más que intensificar y dar urgencia a la sensanción.

Revisando mis lecturas de los últimos dos años, observo que he dado oportunidades a varios escritores españoles de novela, y ninguno de ellos ha conseguido atrapar mi interés, con la excepción de Karina Saiz Borgo, de la que habrá que esperar una segunda novela para ver si mantiene el tipo. Y, claro, con la muerte de Zafón y la cuasi invalidez literaria de Falcones, va empezando a ser necesario que surja algún relevo en mis gustos, que se una Posteguillo, Mendoza (éste cada vez más irregular) o Marías (aunque de éste ya me canso de leer siempre lo mismo, y de hecho aún no me he animado con Berta Isla).

Juan Aparicio Belmonte es la última víctima de este proceso. Me hago con la novela por ser supuestamente de humor (mi punto débil), y me encuentro con un libro que empieza siendo inclasificable para acabar con escaso interés y poco alarde literario. El interés inicial le viene de la combinación entre narrador en primera persona de una investigación sobre el propio narrador, y otra narración de eventos algo extraños, pero conectados con la investigación. A no mucho tardar, nos damos cuenta que esa segunda narración es la novela que el propio narrador ha escrito y que es la pista que una comisaria de la policia está utilizando para imputarle el asesinato de un tal Manzaneda.

Este Manzaneda (Peral en la novela del narrador) es un millonario, aficionado al Real Madrid, que le encarga una historia del club blanco, en la que demuestre su origen y tradición republicana, únicamente empañada por el calificativo Real; es más, Manzaneda sostiene que el Atlético de Madrid el equipo verdaderamente franquista, como lo prueban sus orígenes como Atlético de Aviación.

Los personajes principales son Samuel, el narrador y escritor-camello; Sara, la comisaria en excedencia forzosa que se dedica a perseguirle cuando no están haciendo el amor; Marisa, la ex-mujer de Samuel de característicos ataques psicóticos durante las reglas, y Esteban, marido de Sara y abogado corrupto al servicio de la mafia colombiana, que es también la que da trabajo de camello part-time a Samuel.

Poco más que contar. Algún momento cómico hay, pero no me atrevería a decir que con este libro te ríes. Es gracioso, por ejemplo, que en la novela interna "nuestro hombre" contrate detectives para que le sigan y entretenerse por las noches leyendo los informes sobre su día. O que les plantee a dos policías, ya terminando el libro, si los dos son "polis malos", a lo que le responden que no, que los dos son "polis buenos". También referirse así a "su mujer, su inmiente viuda", en el momento en que la esposa está acabando de matar a su marido.

En cuanto estilo narrativo, tampoco hay mucho que destacar. Por un momento, parece que vuelve Sancho Panza, con unos cuantos refranes ("Pueblo pequeño, infierno grande"), pero poco dura la cosa, aunque incorpore también esta frase capicúa casi al final: "si la belleza es el poder de las mujeres, el poder es la belleza de los hombres." Y me introduce a la palabra "conticinio", que desconocía hasta el momento. A cambio, habla de las consolas "Hatari" y le traiciona esa H, pues todos sabemos que la marca era ATARI.

Por referirme a algo positivo, recojo un par de ramalazos anarcocapitalistas, como cuando dice lo de "policía corrupto, valga la redundancia", o la constatación de que el retorno del capitalismo devuelve la seguridad al pueblo de chabolas en que Samuel consigue su mercancia cuando actúa de camello, o la preocupación de que "estamos en manos de auténticos majaderos", al ver cómo la policía práctica un registro en la casa de Marisa.

Cierro con este tropo que no sé si es gracioso o absurdo, pero en todo caso llamativo: "La inseguridad, o sea el miedo, es la madre del egoísmo, y la maldad es la hermana mayor de la envidia, y la envidia tiene la misma naturaleza que la soberbia —son gemelas, siguiendo la línea temblorosa del tropo".

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