jueves, 15 de octubre de 2020

Nuestros años verde olivo, de Roberto Ampuero

El sugerente título de esta novela oculta una prosaica realidad: es color "verde olivo" hace referencia al uniforme militar cubano, o sea, el color del uniforme de los esbirros de Fidel Castro. Nada de bucolismo o vida juvenil en esta novela, por tanto.

Ampuero nos cuenta la vida de un tipo, comunista idealista, que se exilia de Chile en el momento del golpe de Estado de Pinochet (golpe de estado solicitado por los representantes del pueblo ante el plan socialista de Allende, por si no lo sabía el lector) y se va a vivir a Cuba tras una breve estancia en la República Democrática Alemana. Con estos mimbres, la cosas no se sabe si es de risa (irse a vivir a Cuba para preservar la libertad es una idea de bombero) o dramática, aunque ya apunto que la novela no tiene nada cómico.

Lo que nos presenta Ampuero es un proceso paulatino de "apertura de ojos" a la realidad del comunismo, y lo hace desde el mismo comienzo, cuando nuestro protagonista está ya en la RDA y puede constatar que "La diferencia en el desarrollo entre Este y Oeste resultaba tan evidente que sumergió mi sensibilidad comunista en el desconcierto, ya que Marx auguraba bajo el socialismo no sólo el pleno desarrollo de las fuerzas productivas, sino incluso la superación de las del capitalismo".

Al mismo tiempo, sobre los crímenes políticos que ya ocurrían en una Cuba todavía lejana, nos dice que "desde Leipzig esas acciones de sangre constituían para mí simples ajusticiamientos de enemigos del progreso y el socialismo, y no revestían connotación criminal alguna."

Nuestro héroe conoce en Leipzig a Margarita Cienfuegos, hija de uno de los lacayos de Fidel, y ambos viven una pequeña historia de amor, que culmina con embarazo, matrimonio y traslado al paraíso socialista del Caribe. Desde ese momento, la novela se torna costumbrista, pues su principal cometido es mostrarnos cómo se vivía en Cuba, aunque lo haga con la disculpa de las vicisitudes del protagonista que, generalmente, carecen de interés.

Un tema común en este retrato es la comparación con Cuba pre-revolucionaría, usando sobre todo el paisaje de La Habana, esas enormes mansiones, esos magníficos restaurantes y hoteles, esas elegantes calles, todo ello testimonio de un pasado en que Cuba era de los países más ricos del continente y del mundo. Y ello contrasta enormemente con el modo de vida tan solo unos pocos años después del Granma, donde los cubanos viven de la cartilla, y ya se nos empiezan a mostrar episodios sobre el diferencial de lujo entre dirigentes salvadores y pueblo salvado (nosotros bien cerca tenemos a Pablito Iglesias como prueba viviente de en qué consiste el comunismo, una vez más, y parece mentira que sigamos teniendo que verlo). Estos episodios esporádicos culminarán al final de la novela en un festival comunista en la "isla de Fidel", en que se agasaja sin límites a comunistas de todos los lugares del mundo, mientras la seguridad comunista vigila el recinto de la celebración no sea que algún desfallecido ciudadano cubano vea los lujos que aún no le están permitidos, pero que llegarán en el paraíso comunista, seguro.

Decía que esta novela dista de ser cómica. Pero eso no impide que haya momentos divertidos, si uno es capaz de abstraerse lo suficiente. Así, en un momento dado, el protagonista pasa a integrar una brigada de trabajo llamada de "reconstrucción"; tras unos meses en ella, constata que lo único que han hecho es destruir y demoler edificios previos. Más divertidas aún son las campañas que periódicamente lanzaba Fidel Castro para hacer avanzar al país: "Fue la época en que Fidel lanzó la campaña contra el despilfarro, una de sus acostumbradas e infructuosas empresas en contra o a favor de algo, o quizás corrían los días de la lucha por la educación proletaria, que intentaba restablecer reglas de cortesía y urbanidad en la isla, relegadas por burguesas al olvido tras el triunfo revolucionario, o tal vez fue la noche en que convocó a desarrollar la guerra frontal contra las bibijaguas y el comején, insectos que parecían dispuestos a aniquilar sin contemplación alguna el socialismo."

Y es que, en el fondo, el gran protagonista de esta novela es Fidel Castro, el líder del verde olivo. Gran parte de lo que se nos cuenta tiene que ver con sus acciones. Por un lado, las campañas como las descritas; por otro, el destino de sus compañeros de revolución y el terror generalizado en la isla, algo también característico de estos regímenes. Sus hermanos comparten algo de protagonismo, sobre todo Raúl, quien impulsa la fundación en que trabaja la esposa del protagonista. De Raúl Castro destaca su odio contra los homosexuales, a los que persiguió de forma inmisericorde (pero eso sí, luego nuestros comunistas de Podemos son los mayores defensores de todas la opciones sexuales) así como su desprecio por la lectura "porque a su juicio los libros confundían sexual e ideológicamente a los hombres, convirtiéndolos en maricones y contrarrevolucionarios."

No creo que merezca la pena seguir. El paisaje general de los países comunistas es siempre el mismo y en ello esta novela no aporta nada. Lo que varían en cada caso son los detalles, todos ellos siempre horrorosos, los cometa Stalin, Mao, Pol Pot o Fidel Castro. Pero quizá, como le ocurre al protagonista, es la única forma de hacer llegar a la gente normal los horrores del comunismo, con él que volvemos a flirtear en nuestra querida España. "Solo quienes han experimentado en carne propia las penurias suscitadas por la escasez cotidiana, la reglamentación extrema en todos los órdenes de la vida y el mensaje mesiánico de un gobierno sin oposición, entienden lo que es el socialismo y la profunda y dolorosa huella que imprime en uno para siempre." Al protagonista del libro le llegará el desengaño, más tarde eso sí de lo que el lector hubiera anticipado; esperemos que los votantes de ciertos partidos en España no precisen de tal experimentación para abandonar estas opciones políticas.

Roberto Ampuero, de quien este es el primer libro que leo, es un escritor correcto, sin grandes alaharacas, y con cierto grado de repetición en su texto, que quizá relee poco antes de publicar. Lo que más me ha llamado la atención es el uso de palabras (que asumo) chilenas, a las que estoy poco acostumbrado, como jimaguas, bacán, bembona o tarrudo.
 
Cierro con una frase que me ha dado mucho que pensar: "Afirmaba que la virtud de los filósofos consistía en que eran capaces de convencer a cualquier ser humano de la justeza de sus principios. Por ello sólo la gente con criterio formado debía leer a los filósofos."

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