miércoles, 25 de marzo de 2009

Derechos a la carta

Cuando la sociedad cae en la trampa de aceptar que los derechos de sus ciudadanos los dan los parlamentos o los políticos, no se puede quejar de las consecuencias. Al principio todo es bonito, puesto que los políticos se dedican a darnos derechos: derecho a la sanidad, derecho a la educación, derecho a un puesto de trabajo, derecho a la vivienda... incluso buscan derechos para los animales o para los bits.

Pero poco a poco la cosa cambia. Viene esto a cuento por un par de debates que están teniendo lugar en los últimos tiempos. Uno es el referido al tema del aborto: aquí se reparten derechos para las mujeres embarazadas, a costa de los derechos de los niños no-natos, que, total, no se pueden asociar para reclamar sus derechos.

El otro tema ha ocurrido en el Europarlamento, donde se ha optado, a propuesta del grupo socialista y de los mal-llamados liberales del ALDE, por no conceder el derecho a los padres para elegir el idioma en que pueden educar a sus hijos.

En ambos temas se ve claramente la trampa en la que hemos caido: una vez aceptas que los derechos te los pueden conceder graciosamente unos cuantos señores reunidos en unos escaños, tienes que aceptar también que esos mismos señores te los puedan quitar. Y ahí estamos.

Los derechos de los ciudanos son inherentes a sus personas, y no se los pueden andar quitando unos cuantos pavos reunidos, lo mismo que tampoco se los pueden otorgar. Al respecto, conviene leer los trabajos de Hoppe. Los derechos básicos proceden de la propia persona y son sus derechos de "propiedad" en sentido amplio: derecho a la vida, y a utilizar sus bienes de la forma que quiera. Estos son los únicos derechos que se han de proteger, son los únicos que derivan de nuestra condición de personas.

Tan absurdo es que 200 tipos voten que tenemos derecho a una vivienda digna, como que los niños de menos de 22 meses de gestación no tienen derecho a vivir, o que su derecho depende de un tercero. Lo primero suena muy bien, pero tampoco hay que olvidar que cada derecho otorgado supone una serie de servidumbres en otra parte del sistema: ese derecho a la vivienda suponer despojar a unos ciudadanos de unos recursos para dárselos a otros; por ello, si se tratara de implementar de verdad, llevaría a una revolución, o a la pobreza generalizada.

Pero es en el segundo tipo de derechos donde se ve la verdadera cara oscura del sistema. Sin olvidar que estos señoritos que nos conceden tanto derecho, hacen como en el juego del escondite: "por todos mis compañeros, y por mí el primero". Vamos, que cuando nos conceden derechos, es que ya se han concedido a ellos mismos el completo: pensiones de por vida, meses y meses de vacacones, sueldazos, dietas, compatibilidades, que los demás ni soñamos.

No acepteis los derechos que os dan los políticos, no os dejeis engañar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fernando, comparto lo de que 200 tipos no son quiénes para decidir sobre los derechos humanos, pero no lo de que esos derechos sean inherentes a las personas.

Probablemente Hoppe sepa mucho de economía, filosofía o sociología, pero me parece que no sabe tanto de etología, antropología o psicología como para que me parezca una autoridad indiscutible.

Personalmente considero que los derechos de nuestra especie son los que los humanos decidimos darnos mediante los acuerdos propios de las sociedades más civilizadas.

Ferhergón dijo...

Gracias por el comentario.

La cuestión básica es mediante qué mecanismo se puede legitimar dicha autoconcesión de derechos. ¿Hace falta unanimidad, o es por mayoria?
Porque en cuanto unos, aunque sean muchos, puedan andar poniendo y quitando derechos a los demás, el mecanismo me parecerá contrario a la libertad.

Tampoco me atrevo a decir que Hoppe sea indiscutible, pero al menos sí ha aportado una demostración lógica para justificar la inherencia de determinados derechos. Que, además, me parece menos arbitraria que cualquier otro mecanismo que pueda imaginar (yo).