domingo, 17 de febrero de 2019

Los Romanov ("The Romanovs"), de Simon Sebag Montefiori

Voluminosa obra que nos cuenta la historia de los Romanovs, la familiar que puso los zares del imperio ruso desde 1613 hasta 1917. Y la verdad es que los primeros pasos y el prólogo hacen pensar que estamos ante una historia al puro estilo Juego de Tronos, pero con hechos reales en vez de imaginado, y que vamos a estar ante una crónica, casi novela, apasionante.

Luego no será para tanto. El prólogo nos introduce a la figura del zar y a su importancia histórica para los rusos. El zar no es meramente un rey, sino que combina varias figuras: la de dictador o emisor/sancionador de normas de convivencia; la de Generalísimo, al mando de los ejércitos; la de Pope, o líder de la iglesia ortodoxa, y la de Padrecito, el que cuida de sus hijos rusos. Como se ve, es una figura lindando con lo mítico, que al tiempo presenta unas elevadas exigencias sobre la persona que lo soporta, al alcance de relativamente poca gente, ni siquiera de la mayoría de los Romanovs. También se nos cuenta que el poder del zar se sustentaba en una especia de alianza del zar y los nobles contra los siervos (o almas). Sin embargo, téngase en cuenta de que la nobleza rusa ha sido bastante menos estanca que la Occidental, lo que en parte se conseguía con los concursos de novias, lo que permitía ascensos sorprendentes de distintas familias al poder.

También se nos cuenta en el prólogo de qué forma llegó el primer Romanov al poder, y cómo lo hizo en contra de su voluntad, en unos momentos en que ser zar era especialmente arriesgado para la vida.
Los orígenes se remontan al reino de Rurikid, en constante conflicto con Bizancio y los tártaros. Solo Ivan el Terrible sería capaz de lograr una cierta estabilidad. Pues bien, este rey se casó con una Romanov, precisamente tras uno de los aludidos concursos, y esta sería la razón por la que uno de sus descendientes sería nominado para zar en la época llamada "Age of Troubles". Se trataba de Michael Romanov, hijo de la monja Martha, y se le requería como zar simbólico para la unión de Rusia contra la amenaza de Polonia y Suecia. Las amenazas de muerte por el nuevo zar fueron terribles al principio, entrando en juego una figura mítica, Ivan Susanin (cuya ópera de Glinka puede ver en el Bolshoi hará años sin tener ni idea de todo lo que ahora cuento), campesino que le tuvo oculto, permitiendo eventualmente su llegada a Moscú y coronación.

A partir de este apasionante comienzo, el libro entra en un bache de interés. Los siguientes Romanovs, hasta la llegada de Alejandro y las guerras napoleónicas, resultan algo aburridos, pese a contar en el reparto con personajes esenciales como Pedro el Grande, Catalina la Grande o su ministro Potemkin. Las razones de que resulten aburridos hay que buscarlas en el foco muy localista de la historia. Sí, hay conflictos con los vecinos (polacos, suecos, turcos), pero son repetitivos. Por otro lado, el autor pone demasiado foco en los excesos de la Corte, sea por la vía de fiestas o por la de torturas. No nos explica nada de lo que hacen en el Gobierno (eso sí, trabajan mucho), salvo las guerras que libran y quiénes son los favoritos y favoritas en cada momento.

Algo de culturilla general sí se obtiene: por ejemplo, se nos habla de la conquista de Crimea por Rusia y cómo esta península mantuvo esta nacionalidad hasta que el gran Stalin, en un rapto de condescendencia, se la cedió a Ucrania hará 50 ó 60 años. Con esta información y perspectiva se entiende mejor el conflicto que se vive actualmente en la zona. También se nos cuenta por qué eran emperadores de todas las Rusias, cuatro al parecer: Pequeña Rusia, Gran Rusia, Rusia Blanca (Bielorrusia) y otra que no recuerdo.

El caso es que hasta que no llegamos al primer zar Alejandro, la cosa no se anima. Pero entonces lo empieza a hacer, y mucho. La razón es obvia: la historia de Rusia y de los Romanovs para a ser la historia de Europa, desde una perspectiva rusa. Así, comenzaremos por las guerras napoleónicas y la conquista de Paris por Alejandro I. A Alejandro I le suceden Nicolás I y Alejandro II que tendrán que enfrentarse con problemas internos revolucionarios, algo que nunca conseguirán satisfactoriamente, y que llevará a la Revolución Bolchevique de 1917. No obstante, es con Alejandro II cuando empiezan las reformas, con la emancipación de los 22 millones de siervos existentes (cuyas condiciones se recogen en una mera nota al pie, lo que revela los intereses del autor del libro, nada institucionales), pero sin llegar a promulgar la ansiada Constitución.

Se nos cuenta la relación con Bismarck, la aparición de Prusia, el deterioro de las relaciones con Austria y Alemania, tradicionalmente aliadas y amigas. Mientras, el ambiente pre-revolucionario se va endureciendo contra los zares, en un ambiente de continuos atentados y agitación (una vez más, referencia a la nivela ¿Qué hacer? de Nikolái Chernyshevsky, como verdadero resorte impulsor.

Y de aquí ya se nos aboca a las guerras balcánicas y la Primera Guerra Mundial, tras contarnos el giro al Oriente producido tímidamente durante el inicio del mandato de Nicolás II. Surgirán las inevitables figuras de Rasputín (cuyo rol no me ha parecido tan significativo como al parecer lo era el tamaño de su pene o la fama con que ha pasado a la historia) y Alix, emperatriz intrigante con origen en la familia real inglesa, y corresponsable del desastre final de los Romanov.

El episodio final del libro lo tengo ya muy leído, recientemente en la Memoria del Comunismo de Losantos: el asesinato a sangre fría de ex-zar, ex-zarina, sus cuatro hijas y hasta de los perros. Pero quede claro que para ese momento, ya Nicolás II no mandaba nada por partida doble: había abdicado en su hermano Miguel, que a su vez había abdicado de la figura. Ya no mandaba ningún zar, sino supuestamente la Duma, y de facto Lenin a través de los soviets.

La verdad es que es impresionante el papel en la historia de esta familia, capaz de llevar la corona de un imperio como el ruso durante 300 años, durante los cuales se entreveró de una u otra forma con todas las familias reales europeas. Y una pena que en los momentos más delicados no tuvieran al frente a sus miembros más brillantes, que seguramente hubieran conseguido una reforma liberal a la altura de lo que demandaban sus habitantes, evitándonos por el camino la revolución bolchevique, cuyas consecuencias el mundo sigue padeciendo en la actualidad (Venezuela, Cuba), e incluso a lo mejor la Primera Guerra Mundial, de nuevo con sus terribles consecuencias históricas y en vidas.

La lectura de este libro no es fácil, pasa por grandes altibajos, pero sí da una completa visión de la historia de los Romanovs, y de la moderna historia de Europa.




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