jueves, 18 de febrero de 2016

El idiota, de Fiodor Dostoyevski

Segunda oportunidad que le doy a este autor clásico ruso. La primera que le leí, Los Hermanos Karamozov, me resultó indiferente cuando no directamente mala. Pero, claro, viniendo de un autor ruso la culpa puede ser de la traducción, por lo que no estaba de más darle una segunda oportunidad. Además, el renombre lo merece.

Así que opté por El Idiota, recién leído por algún amigo, y que según parece era la obra preferida del propio Dostoyevski. Me ha gustado más que aquella, pero no me ha parecido una obra trascendente ni maravillosa ni imprescindible. Vamos, que no le veo la gracia al señor Dostoyevski.

El Idiota se enmarca en un género que podríamos llamar "novelas de salón". Son novelas en las que no hay acción, lo único que hay es sucesivas conversaciones de salón (entiéndase en sentido amplio) en que los distintos personajes nos cuentan sus peripecias entre dos conversaciones sucesivas. Dichas ocurrencias vienen en algún caso aderezadas por sus reflexiones sobre diversos temas, que resultan ciertamente más interesantes que las propias peripecias.

¿Por qué no resultan interesantes las peripecias? Por la sencilla razón de que carecemos del contexto histórico y social para apreciar la sutileza de lo que está ocurriendo. Francamente, muchas de las cosas por las que algún personaje u otro se siente ofendido, no creo que causaran ofensa en la actualidad, o por lo menos a mí me cuesta entender porque la causan. Y así con todo.

Por otro lado, los autores rusos (y en particular Dostoyevski) tienen la mala costumbre de utilizar diversos nombres para un mismo personaje: en ocasiones se refieren a él con su mote (por ejemplo, en un diálogo con un familiar), en otras con su nombre de pila (normalmente dos, por ejemplo cuando hablan con alguien no familiar) y en otras con el apellido (cuando es el narrador el que se refiere a él). Únase a esto el hecho de la profusión de personajes y que parece que todos son príncipes o generales, y se encuentra uno navegando en una novela en la que nunca está muy seguro de quién es quién.

La novela, no obstante, tiene algunos pasajes interesantes. Por ejemplo, las reflexiones de Dostoyevski sobre la forma de contar cosas en las novelas o sobre los condicionantes psicológicos de los personajes, que hace al comienzo de la última parte. También es muy interesante el monólogo de uno de los protagonistas al principal personaje, en que trata de explicar psicológicamente el comportamiento de éste último a lo largo del relato, cual final de una obra policiaca.

Dos cosas más que me han interesado: la discusión sobre si la justicia tiene que ser o no social, que ocurre en un diálogo de la tercer parte. Y, por otra, las reflexiones sobre emprendimiento en la Rusia de la época, en la que uno de los personajes afirma que el ruso para triunfar ha de ser eficaz, entendido  guiarse siempre por los procedimientos conocidos (esto es, actuar funcionarialmente). Ah, y son también muy buenos los cuentos que narra al principio del libro: la historia de María y los niños, narrada por Mishkin, y la del perrito faldero, por el general.

Quizá el resultado más positivo de la lectura de este libro hayan sido las referencias a Gogol y a Pushkin (magnífica la traducción del poema El Hidalgo Pobre, y magnífico el poema, claro). Por estos autores continuará mi exploración de la literatura rusa. Dostoyevski queda amortizado.

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