jueves, 7 de abril de 2016

El trono maldito, de José Luis Corral y Antonio Piñero

A esta novela histórica se le dio algo de bombo en las Navidades de 2015, y de hecho a mí me caló el mensaje hasta el punto de hacerme con ella rápidamente y leerla poco después. Desafortunadamente, la novela no estaba a la altura de las expectativas que su descripción me había generado.

La historia que se cuenta se refiere a los problemas de sucesión en el trono del reino judio durante los años en que vivió Jesucristo, y promete hacernos entender el complejo entorno sociológico en que tales hechos tuvieron lugar, para facilitar, supuestamente, su comprensión.

Acostumbrado a la calidad de Posteguillo o Falcones, me esperaba una inmersión en la sociedad judía de aquel tiempo, un traslado a aquellas condiciones de vida, que me hicieran palpar el entorno en que vivió Jesucristo. Esto es algo que Posteguillo consigue espectaculamente en su trilogía sobre Escipión, sobre todo en el primero de los libros, y que también cuida mucho Falcones. Pero no es el fuerte de los autores de El trono maldito.

Así pues, fracasa la novela en llevarnos de viaje al lugar de los hechos, y entonces nos queda una novela del montón, con una historia más o menos interesante según los momentos, en que se cruzan las intrigas de unos cuantos magnates judios interesados en el trono que deja Herodes, con el poder que ejercen los romanos, sujeto a su vez a sus intrigas.

Y en este lío mete al personaje de Jesús como un factor que puede ser desequilibrante en el balance de intereses. Aunque no recuerdo bien los detalles, el relato tiene un cierto tufo anticlerical posiblemente innecesario. Incluso en algún momento lleva la figura de Jesús al puro ridículo, como con unas afirmaciones que le atribuye sobre flores a la entrada a Jerusalén.

Así que, en definitiva, lectura prescíndible. Podría haber tolerado el anticlericalismo si la novela trasladara bien la forma de vida de la época, lo que preocupaba la gente, su día a día. Pero como en esto fracasa, no veo porque se tiene que inventar capítulos de la vida de nadie, mucho menos de Jesucristo. Me temo que no reincidiré en lecturas de estos señores.

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