Sí, sobre todo cuando se tienen hijos, pequeños, tres. Uno prepara su viaje con ilusión, cuida los detalles, se imagina lo que va a ver y a vivir. Pero, cuando llega el momento, hay que separarse de los pequeños, y uno se va con sensación agridulce.
Está claro que, ya allí, el viaje merecerá la pena, y veré cosas para recordar y para contarles a ellos. Es cierto que, cuando me quiera dar cuenta, estaré aquí de nuevo, y los tendré pegados al pantalón, si es que tengo la suerte de que me hagan caso entre ordenador y Nintendo. Pero tras el momento de la separación, solo hay silencio y reflexión. ¿De verdad merece la pena?
Y, de momento, está fuera de la cuestión llevarlos contigo: sería una tortura para ambas partes interesadas. Una clara muestra de que no existen intereses comunes ni siquiera en la unidad familiar.
Te cuesta más irte. Pero hay una parte positiva también: te cuesta menos, mucho menos, volver, porque sabes que aquí están ellos, esperándote, dormidos posiblemente cuando llegues a casa. Y al día siguiente, todo vuelve a ser igual. Todo, no: unas cuantas fotos sirven como prueba irrefutable de la aventura, y unos cuantos recuerdos colaboran a enriquecer tu vida y, un poquito, las de ellos.
Da igual lo que pueda escribir aquí: les voy a echar de menos.
1 comentario:
PFOClaro que NO es morir un poco... sólo me vale, Fernando, el "everytime we say goodbye I die a little" de Cole Porter, cuando se lo dedicas a tu chica...
Por lo demás, imagino que les vas a echar de menos y mucho, y eso es muy bonito.
Un abrazo y dusfruta
Publicar un comentario